Žižek, actor y víctima
Por Eduardo Zeind Palafox , 4 abril, 2016
Por Eduardo Zeind Palafox
Inútil es criticar la filosofía de un hombre, que es sólo una perspectiva. Vemos cosas, y entre ellas y nosotros hay otras, que se inoculan en lo que nos interesa queramos o no. Comentemos, no critiquemos, un breve libro de Žižek, de nombre «En defensa de la intolerancia». Mas antes de hablar fijemos algunas ideas a guisa de asideros, que nos salvarán al enfrentar el río de críticas del razonador fulgente que es Žižek.
La edad en que vivimos, lo etáneo que hoy nos aqueja, recordando la filosofía de Zubiri, nos impide a la vez ser autores y actores. Todo autor es una conciencia bondadosa que concibe, sin figurar, seres libres. Todo actor es una inteligencia astuta que imita seres esclavos, y que para disimular o cubrir sus intenciones se vuelve protagonista. Toda conciencia, por concebir sin señorear lo concebido, es humilde, y toda inteligencia, por imitar y fingir ser creadora, dueña de lo creado, es narcisista.
El capitalismo, al que Žižek llama «constelación», nos hace creer que todo ha sido creado ya, es decir, nos impele a ser simples imitadores. La mucha imitación fragua eso a lo que llamo «visión doxástica», que parece contener la totalidad de las cosas, pero sólo contiene la totalidad de las opiniones sobre las cosas.
Quien fundamenta sus elecciones en opiniones se equivoca siempre. La sabiduría popular es mitología popular, vulgar colección de patrañas que ha probado que puede paliar con embelecos y falsedades las lágrimas de los hombres. Los individuos modernos, dice Žižek, por no hallar qué crear son siempre hijos, siempre «traviesos», destructores, imaginativos. La imaginación, desde los días de Platón, ha sido productora del conocimiento más pernicioso, fantasmal.
El salmista batalla cruel contra los imaginativos: «Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo volveréis mi honra en infamia, amaréis la vanidad, y buscaréis la mentira?». De la ausencia de honra, de valores auténticos, adultos, nace la sospechosa «tolerancia multicultural», que disuelve o adopta las ideas de los oprimidos para volverlas discursos dominantes. El actor, disfrazándose de oprimido, hablando con voz de minoría, transforma las quejas en arengas de guerra y las lágrimas en gemas imperiales.
La conjunción de la voz del oprimido y la voz del opresor, más que urdir un diálogo, forma un monólogo paroxismal, que por remedar a mujeres, obreros, mutilados y comunistas aparenta ser comprensivo. Žižek, notándolo o no, al usar un léxico poblado de palabras compuestas se hace víctima de aquello que critica, que por ser inteligencia inconsciente se lo traga. Nietzsche advirtió que los monstruos del abismo de nuestra conciencia, hecha de historia, de ídolos, pueden matarnos.
Lo auténtico, lo que derruye la moral que campea, no puede emerger de una jerga seudocientífica, psicológica, mitad tradición, mitad novedad.
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