¿Cuánto vale nuestro kilo de carne?
Por José Luis Muñoz , 21 enero, 2015
Hay un debate en la sociedad española, felizmente tumultuario—porque para que a uno se le escuche, hay que hacer ruido—, sobre la hepatitis C y las posibilidades de cura a enfermos que ya están más cerca del más allá que del más acá si se les administra un fármaco milagroso que una farmacéutica sin alma—ninguna la tiene; la industria farmacéutica, junto con la armamentística, es la que menos escrúpulos atesora puesto que sus clientes son los enfermos, y mientras más mejor, como para la de las armas lo suyo son los muertos, y mientras más causen mejor es su producto—está comercializando a un precio astronómico e inalcanzable para el bolsillo de los particulares que tienen la desgracia de sufrir esa terrible enfermedad. En esta lógica capitalista en la que estamos inmersos desde que nacimos nos parece normal que, por ejemplo, algo que cuesta 1 céntimo de euro se venda, pongamos por caso, a 10.000 euros. No sé si exagero, claro, porque el tratamiento efectivo con Sovaldi, que comercializa la farmacéutica norteamericana Gilead, vale 60.000 euros, pero por ahí van los tiros, la famosa plusvalía, la esencia de la perversión del sistema que nadie cambia.
El estado, que no es una entelequia y debe proteger a los ciudadanos nada más y nada menos porque los ciudadanos contribuimos con nuestro esfuerzo y nuestro dinero a sostenerlo para que así actúe, por eso lo llamamos administración pública, que es un término menos glamuroso, se muestra cicatero a la hora de administrar ese fármaco de precio desorbitado mientras no le tiembla el pulso a la hora de endeudarnos, a todos nosotros y sin nuestro permiso, claro está, para rescatar bancos mal gestionados por delincuentes que pusieron en sus consejos de administración, autopistas privadas que no obtienen beneficios—privaticen todas y así seguro que tienen—o se gastaron una milmillonada—esto va para el gobierno del PSOE y la exministra Trinidad Jiménez que enriqueció a la farmacéutica correspondiente que creó la alarma— en adquirir un producto, las famosas vacunas contra la gripe A, unos 92 millones de euros—calculen la de tratamientos Sovaldi que podrían adquirirse con ese dinero, suyo y mío, sencillamente tirado—que no se puso nadie por lo fiables que eran y duermen el sueño de los justos en algún lugar de nuestro sistema hospitalario.
Los ciudadanos afectados por la hepatitis C, que están en pie de guerra y han constituido una plataforma de afectados, han contribuido, desde que trabajan, con sus cotizaciones a la Seguridad Social y toda clase de impuestos, a la adquisición de ese fármaco milagroso que el gobierno les regatea aduciendo que es muy caro. Ocurre con el estado algo muy parecido a los seguros de todo tipo que, cuando sucede el percance, el accidente por el que has estado pagando religiosamente, procuran escurrir el bulto buscando la letra pequeña de los contratos, aquella que nadie ve aunque lo intente con lupa.
Hago un salto geográfico y me voy al convulso Oriente Medio. El tristemente mediático Estado Islámico, puede que la organización terrorista más peligrosa que hay en estos momentos en el orbe, un auténtico ejército del terror que se alimenta de sangre y dolor, ha colgado su correspondiente video de impecable factura—siempre que los veo me viene a la cabeza la atroz Seven, y quizá los realizadores de esas cintas snuf sean consumados cinéfilos, porque no por ver cine se convierte uno en buena persona, ni por leer libros: Hitler leía mucho—en la que dos reos japoneses, con sus correspondientes monos naranjas y de rodillas, son amenazados por el degollador oficial de ese grupo de psicópatas asesinos que han digerido mal el Corán, el rapero británico John, que los amenaza con su cuchillo de carnicero y da un ultimátum de 72 horas para que el gobierno de Japón abone 200 millones de dólares, cien por cabeza, en sentido literal, si quiere que vivan esos ciudadanos secuestrados por los feroces yihadistas. La respuesta del gobierno de Japón no se ha hecho esperar esas setenta y dos horas de plazo y se ha producido en diez segundos: No. Es decir, que lo que les espera a esos dos ciudadanos nipones, como a los americanos, ingleses y rusos que los precedieron en el trance, es ser degollados de forma atroz y luego decapitados y que el video de esa carnicería inhumana sirva como banderín de enganche para futuros psicópatas.
Supongo que esos dos ciudadanos nipones, como los que les precedieron en tan perra suerte, habrán pagado sus impuestos al gobierno, como lo habrán hecho sus padres, familiares y amigos que los aprecian y para los que son irremplazables. Son ciudadanos que han confiado en un estado civilizado, han aportado económicamente a su sostenimiento y esperan, en caso de accidente—y ser apresados por el Estado Islámico es un accidente muy grave—que el gobierno responda por ellos, haga algo por sus vidas o, al menos, lo intente.
Ya sé lo que siempre se dice en estos casos. Si transiges ante el terrorismo, lo refuerzas. Falso. Si transiges ante el terrorismo, salvas vidas humanas, estas dos, por ejemplo, a las que han puesto precio, lo que es mucho. La lucha contra el terrorismo debe ser fruto de una combinación de información, inteligencia y manu militari y, desde luego, ir a su origen para intentar desmontarlo, y quienes más deberían estar interesados en ello son los propios árabes que son sus víctimas más numerosas y directas y se han quedado sin estado que pueda protegerlos gracias a la pirueta bélica de tres descerebrados. La diferencia entre ellos, los terroristas, y nosotros, los presuntos civilizados, debería ser que a nosotros sí nos importan las vidas humanas, las de estos ciudadanos nipones que morirán asesinados en setenta y dos horas. Podrá decirse que con doscientos millones de dólares se incrementa el potencial letal de los yihadistas. Falso. Los yihadistas ya tienen quien los financie—quizá gobiernos que se sientan a nuestro lado, o compran nuestros clubes de futbol, países en los que invertimos y en donde construimos trenes de alta velocidad, que han expandido el salafismo urbi et orbe—, además de recursos propios por haber conquistado poblaciones ricas en petróleo que alguien, sin escrúpulos, les está comprando, y no iría nada mal saber quién. Con esos doscientos millones de dólares, que no les va a dar el gobierno nipón, comprarían un arsenal de armas, cierto, que quizá les venderían los que se niegan a pagar ese rescate.
En uno y en otro caso, aquí y allá, la carne del ciudadano no vale nada. Absolutamente nada, oigan.
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