Jimmy P, de Arnaud Desplechin
Por José Luis Muñoz , 20 marzo, 2014
Hubo un tiempo en que los directores artesanos, los Aldrich, Sturgess, Hathaway, etc. estuvieron justamente valorados y hacer cine comercial, con una buena factura—guion inteligible, ritmo cinematográfico ascendente, buena fotografía, actores convincentes—era algo bastante habitual hasta que llegó el cine circense, el de ruido, explosiones, efectos especiales sin ton ni son, para ser deglutido con palomitas en las plateas, y el cine serio, en forma de series, se desplazó a las televisiones. Por esa razón siempre es motivo de alegría encontrar en la gran pantalla, de cuando en cuando, cintas solventes como ésta, una producción francesa que se ve como si fuera una película americana de esos años dorados de Hollywood, simplemente bien construida, simplemente bien fotografiada, simplemente muy bien interpretada.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, Jimmy Picard (Benicio del Toro), un indio de la tribu Pies Negros que combatió en Francia, ingresa en el hospital militar de Topeka (Kansas), un centro especializado en enfermedades mentales, aquejado de fuertes dolores de cabeza, alucinaciones luminosas y desvanecimientos. Los exámenes médicos descartan causas fisiológicas (en un principio se creyó que todo ese cuadro era motivado por un fuerte golpe que se dio al caer de una camioneta militar) por lo que el hospital contrata los servicios de un antropólogo francés, Georges Devereux (Mathieu Amalric), psicoanalista especializado en culturas amerindias, que lo trata personalmente. A lo largo de esas charlas el esquivo y desconfiado nativo americano va abriéndose y desgranando todos sus traumas infantiles y juveniles que son los que se encuentran en el epicentro de sus dolencias y no el golpe craneal.
El francés Arnaud Desplechin—La vida de los muertos, La centinela, Comment je me suis disputé, Esther Kahn, Reyes y reina, La amada, Un cuento de Navidad— construye ante el espectador, mediante las entrevistas médicas, auténticos flash backs verbales, ese puzle, con saltos al pasado más lejano y al más inmediato, que es la vida del reservado protagonista. Al final la conclusión que saca el antropólogo, autor de la novela en la que se inspira el film, es que la dolencia psíquica de su paciente, el dolor de su alma, como bien lo define en una secuencia, no sólo está motivado por una serie de traumas (no hizo nada para evitar que se ahogara una niña de su tribu; sorprendió a su madre en la cama con un hombre; masturbó a una chica mayor que él en un pajar; se desentendió de una hija que tuvo) sino, también, por la situación de marginalidad, abandono y humillación de los nativos americanos frente a la moderna sociedad norteamericana a la que siguen viendo con hostilidad y sentimiento de derrota y en la que difícilmente se integran.
Arnaud Desplechin cuenta con dos protagonistas de lujo, enzarzados en un duelo interpretativo tan dispar por sus diferentes escuelas de procedencia, como el de un Benicio del Toro muy metido en su papel del reservado Pie Negro Jimmy Picard, que habla con lentitud y le cuesta transmitir emociones, y, en las antípodas, el mediterráneo, extrovertido e histriónico Mathieu Amalric, el protagonista de La venus de las pieles de Polanski con quien ya había trabajado anteriormente Desplechin. Entre ambos se mueve la sofisticada Madeleine (Gina McKee), la amante del antropólogo francés que le visita en el sanatorio de Topeka.
Acostumbrados al ritmo desenfrenado de casi todas las películas que nos llegan de EE.UU, esta producción francesa, que parece norteamericana, podrá parecer excesivamente morosa al espectador si no se deja seducir por las interpretaciones de sus dos protagonistas que crecen y se hacen entrañables a medida que avanza el film.
Jimmy P es un drama psicológico de superación, muy medido y sin altibajos, que cuenta, además, con una muy bella fotografía de Stéphane Fontaine y una excelente banda sonora envolvente de Howard Shore. Sencillamente un film artesanal bien resuelto.
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