La jauría humana
Por José Luis Muñoz , 14 abril, 2014
En 1966 Arthur Penn, uno de los más brillantes, incisivos y comprometidos directores que ha dado Hollywood, filmaba una película titulada The Chase, que en España se tradujo, y se acercaba más a lo que Penn retrataba en su película, como La jauría humana para diferenciarla de La caza, una de las obras maestras de Carlos Saura. En esa cacería que retrata con escalofriante realismo Arthur Penn, un grupo de aburridos sureños deciden cazar a un fugitivo recluso (un jovencísimo Robert Redford) en cuanto tienen noticia de que ha escapado de un presidio y machacan, en el sentido más literal de la palabra, al honesto sheriff del pueblo (un soberbio Marlon Brando) que trata de interponerse entre esa turba de violentos linchadores y su víctima.
Hay dos Lynch relacionados con esa repugnante y criminal práctica, el linchamiento. James Lynch, un irlandés alcalde de Galway que ahorcó a su propio hijo por sospechar que había asesinado a un visitante español, y el juez Charles Lynch que en 1780 ordenó ejecutar a una banda de lealistas sin juicio previo. La práctica se extendió y fue bastante común en tiempos del salvaje Oeste, por la precariedad de las instancias judiciales y de los servidores de la ley, que solían estar al servicio de los grandes terratenientes o ganaderos, y siguió tras la guerra de Secesión, aceptándose como dentro de la normalidad que turbas violentas cogieran a un negro y lo colgaran por la simple sospecha de un robo, una violación o un asesinato hasta mediados de la primera mitad del siglo pasado, es decir, a la vuelta de la esquina.
No sé qué me perturba más, si un asesino en serie o una turba linchadora. El asesino en serie se ceba en muchas víctimas; la turba linchadora son muchos asesinos que se ceban en una sola persona. Todavía no he olvidado las terribles imágenes del linchamiento de Muamar El Gadafi que, sin ser santo de mi devoción, tuvo una muerte insoportable, cuando salta a las noticias que en Argentina (pero antes ha sucedido en Guatemala o en Bolivia) la población se está tomando la justicia por su mano contra ladrones y otro tipo de delincuentes ante la doble pasividad de las autoridades, por no poner ante la justicia a esos delincuentes brutalmente linchados, y por no detener y castigar a los autores de esos atroces castigos colectivos.
Un joven ratero de nombre David Moreira fue apaleado hasta la muerte por un número indeterminado de anónimos asesinos que se estuvieron ensañando con él cuando ya yacía sin sentido en la calle. Esos cobardes desalmados se acercaban y propinaban su correspondiente patada a la cabeza del caído, para tener su porción de responsabilidad en su muerte. Tanto lo destrozaron que sus padres sólo pudieron identificarle por un tatuaje que llevaba en el tobillo. Esa jauría humana que acabó con la vida de ese joven, como de otros, pues ya parece que el linchamiento se está convirtiendo en una plaga en Argentina, es muchísimo peor que el delito que dicen erradicar.
Cuando uno lee noticias de este tipo mi confianza en la especie humana queda bajo mínimos y recuerdo, entonces, a esos desalmados sureños machacando el rostro de Marlon Brando sobre una mesa por intentar evitar, sin resultado, el linchamiento del fugitivo Robert Redford.
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