La transparencia norteamericana
Por José Luis Muñoz , 11 diciembre, 2014
Ayer por la noche, en una de las múltiples tertulias televisivas que escucho mientras voy avivando el fuego de mi chimenea en mi invernal retiro aranés, advertí en los periodistas que debatían el tema de la tortura en Estados Unidos—nada nuevo, por cierto, pues hasta se hizo una película La noche más oscura, nada que ver con San Juan de la Cruz, sobre los drásticos sistemas de interrogatorio de la CIA—, una unanimidad la hora de ensalzar la capacidad del pueblo norteamericano de mostrar a la opinión pública sus vergüenzas. Bien, sí, ¿y qué? Para más inri escuché al premio Nobel de la Paz Barack Hussein Obama decir en una entrevista que confía que actos tan repudiables no se vuelvan a repetir. Bien, ¿y los que se han cometido? ¿y los que los han cometido?
El mensaje que se le está lanzando a Estados Unidos desde una serie de organismos internacionales como la ONU, Amnistía Internacional y algunos países civilizados, es que dirima las responsabilidades penales que todo delito conlleva, lo haya cometido quien lo haya cometido, y eso es algo que Barack Hussein Obama no quiere hacer. Quizá si se escarmentara a los causantes de esa delirante guerra contra el terrorismo, que lo aumentó exponencialmente al utilizar parecidos métodos terroristas y lo hizo aflorar en territorios por donde no campaba, otros se lo pensarían antes de autorizar crímenes de lesa humanidad como son las torturas. De nada sirve entonar un mea culpa si no hay una sanción que corrija y eduque a los que han cometido un crimen, y esta benevolencia hacia estos delincuentes contrasta con el espíritu vengativo del sistema judicial norteamericano de quien la hace, la paga. Por esa regla de tres los millones de presos recluidos en las cárceles estadounidenses por crímenes cometidos, o no, porque muchos están allí sin haberlos cometido, deberían salir en libertad tras reconocer sus delitos con transparencia.
Que una democracia, mía es la cursiva, ampare una serie de hechos delictivos, no castigue el execrable terrorismo de estado ejercido impunemente durante una serie de años—¿para qué hablar de la Escuela de las Américas, ese centro de formación de asesinos golpistas, el golpe de estado de Chile, el apoyo a todos los golpes de estado fascistas que prestó Estados Unidos en el pasado siglo en el patio trasero americano? —, es un hecho que habla bien poco a favor de ese sistema democrático que todavía hay quien lo presenta como modélico.
La transparencia es una mera información sino tiene consecuencias y no va a ninguna parte si éstas no se producen. Las atrocidades cometidas y desveladas por WikiLeaks no han tenido más consecuencias que condenar a 35 años al soldado Bradley Manning que reveló esa larga lista de infamias del ejército norteamericano en vez de perseguir a los que cometieron los delitos que se denunciaban.
Estados Unidos es el mundo al revés y yo, mientras, sueño con ver a tres tipos encerrados con el mono naranja en Guantánamo, presidio que sigue abierto: Bush, Cheney y Rumsfield. Y a Aznar, para jugar al pádel con el primero.
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