Roma no paga a los traidores
Por José Luis Muñoz , 20 agosto, 2014
Confieso mi adicción a los péplums, cuando detrás de ellos había tipos tan solventes como Stanley Kubrick que colaba la lucha de clases en Espartaco con la complicidad de Daltom Trumbo, o cuando Anthony Mann nos hablaba de La caída del imperio romano que podía extrapolarse a cualquier imperio moderno. Y algunas de las escenas que más me gustaban de esas películas era cuando, con la frase Roma no paga a los traidores, el traidor de turno, o el delator, se iba con la bolsa vacía y, frecuentemente, con un boquete en el corazón.
Estamos viendo estos días al exhonorable paseándose campechanamente por su reino pirenaíco de Queralbs, departiendo amigablemente con los vecinos que le saludan y le ríen las gracias—pocas, porque Jordi Pujol es un personaje adusto y mal encarado—, y algunos de estos, de sus vecinos que son incondicionales acérrimos del hombre que se creyó que era Cataluña, defendiéndole tanto de los periodistas que lo asedian que hasta han pinchado las ruedas de sus automóviles. La imagen de ese Jordi Pujol prepotente, después de haber confesado la comisión de un delito continuado—que malas lenguas aseguran esconde otros de mucho mayor calado—, y arropado por sus incondicionales proyecta una muy mala imagen de Cataluña al exterior.
Lejos del arrepentimiento que un servidor, ingenuamente, presupuso, o de la vergüenza que a más de uno, en su caso, le impediría hasta pisar la calle—imaginemos a un Bárcenas aclamado en Cantabria sino estuviera en la cárcel pechando por pecados propios y ajenos—el exhonorable pasa a la ofensiva, presenta una querella por revelación del secreto bancario contra la entidad andorrana en la que tenía depositado su dinero negro, afirma que los ataques que está recibiendo son al proceso soberanista—el delito no tiene patria y él, que frecuentaba paraísos fiscales, lo sabe muy bien— y tilda de traidores a los que, desde el partido que él fundó, abogan por su salida digna.
Confiemos una justicia rápida y contundente para un sujeto mesiánico que todavía se cree que está por encima del bien y del mal, y en la decencia democrática de CDC que le abra un expediente disciplinario que acabe con su expulsión de la formación nacionalista si él mismo no abre la puerta de salida.
Cataluña, por fortuna, no es el señor Jordi Pujol.
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