Un mundo de ciencia ficción
Por Silvia Pato , 3 diciembre, 2014
Vivimos en un mundo de ciencia ficción. Quién le habría dicho a Verne o a Wells, y ya no digamos a Voltaire, que los viajes espaciales se convertirían en el objetivo de las empresas turísticas; quién les habría dicho que el mundo sigue siendo un lugar extremo en el que hay gente que puede pagar por ellos mientras otros carecen de agua potable; quién les habría dicho que cualquier aseveración de ese tipo haría retumbar el eco de la palabra demagogia.
Resulta curioso reflexionar cómo, aunque tecnológicamente vivamos en el futuro, no somos superiores a los hombres del pasado, simplemente diferentes, y seguramente más soberbios. Pero seguimos manteniendo los mismos miedos, los mismos problemas, las mismas dudas e inseguridades, la esencia que nos hace humanos. O eso es así, al menos, de momento, mientras no se quiebre del todo un equilibrio que se está rompiendo en una época de grandes cambios virtuales que no sabemos hacia dónde nos llevará.
Algunos, cuando se realizan este tipo de reflexiones, creen que exageramos, pero basta con mirar la cartelera de los cines. La ciencia ficción vuelve a ser un género en alza. Cada vez que se producen importantes movimientos sociales, grandes descubrimientos o avances científicos, sucede. Los creadores parecen ser visionarios antes que el resto del mundo. La ciencia ficción siempre está ahí para venir a demostrarnos que somos los mismos, en toda su grandeza, con todas sus miserias, temores e incertidumbres.
Sin embargo, rodeados de tanta tecnología, habituados a tantas comodidades y a la impronta de lo virtual, las personas se encuentran cómodas y han normalizado de tal forma el ritmo vertiginoso de los nuevos hábitos en las relaciones sociales, que asemejan no ser conscientes de esas transformaciones que se suceden a nuestro alrededor. Estamos viviendo un momento histórico fascinante que muchos ignoran pendientes de sus pantallas, consumiendo aquello que nos convierte en un rebaño adormecido, tal y como figuran en tantas y tantas distopías de tantos y tantos libros.
¿Qué nos fascina del espacio? Lo mismo que fascinaba a aquellos que pasaban las líneas de los mapas donde rezaba Hic sunt dracones: la aventura, el descubrimiento, el conocimiento. Seguramente esa fascinación se tiñe de cierta desesperanza cuando los objetivos más nobles se ven azuzados por el puro negocio. Y quien pueda hacer caja con todo ello, seguro que lo hará.
Ya existen las funerarias espaciales. Ofertan poner en órbita cápsulas con las cenizas de los seres queridos o las mascotas, o incluso enviarlas a la Luna. La última de estas propuestas la encabeza la compañía Elysium Space. Esta empresa ofrece la posibilidad de enviar al espacio las cenizas del difunto, siguiendo mediante el móvil su posición hasta que vuelvan a desintegrarse en la atmósfera terrestre.
El descubrimiento de estas cosas provoca en uno una serie de sensaciones encontradas entre la idea romántica, albergada en nuestros subconscientes de numerosas películas en las que la estrella fugaz es un ser querido o un ser amado se tansforma en una constelación, y la postura reflexiva a adoptar al pensar en algo así, sea cual sea la conclusión a la que llegue cada uno de nosotros, por sus conocimientos científicos, sus creencias religiosas o la suma de las anteriores. Sin dejar de lado esa sensación mencionada, no olvidemos que hablamos de un negocio y cualquiera de esos servicios funerarios ronda miles de dólares.
Supongo que esta es la versión futurista del mundo que ya habitamos de aquella otra de lanzar las cenizas al mar. Se me antoja pensar que estamos dejando los océanos en tal estado que eso ya no parece tan poético. ¿Cómo estaremos dejando el espacio? ¿Y cuando hayamos hecho con el espacio lo que estamos haciendo con nuestra planeta, qué inventarán? Sí, tal vez cambie algo antes en la humanidad; tal vez no tengamos remedio.
Y, sin embargo, ¿quién sabe lo que nos deparará el futuro?
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