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Se nos fue Panero

Por Pablo Brañanova , 6 marzo, 2014

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    Nunca la extrema pasión vital de los simbolistas tuvo en nuestro país a tan devoto seguidor, como lo fue ese gran maldito que hoy nos ha abandonado a nuestra suerte.
Leopoldo María Panero llegó para los más de mi generación, de la mano de aquel documental  —El desencanto— que muchos hemos visto tantas veces, y cuyo acertado título, asume por definición  la historia cultural de nuestra malograda transición.
Pero fue José María Castellet, quien en definitiva daría visibilidad al poeta con la inclusión de éste en su oportuna antología: aquel volumen cuya magnética aliteración en el título —Nueve novísimos poetas españoles—, daba a conocer a los primeros grandes rupturistas para con el ya tan ajado realismo testimonial.

Hemos presenciado cómo los integrantes de aquella generación, con más o menos suerte, se fueron desligando de un dogma tan impostado como necesario, que sentaba sus bases en un irracional y estetizante culturalismo, e intentaba alejarse de aquella pesadilla del realismo, como el mismo Castellet dio en definir a nuestra tradición poética.

     Ya dijo Baudelaire, uno de los adalides del autor, que el paraíso perfecto es siempre lo peor que pueda imaginarse, y es aquí donde cristaliza la estética finisecular de los decadentistas, y en definitiva, el disfraz que Panero ya no se quitaría. La autodestrucción como credo y marca diferencial, o el goce con la decrepitud, la enfermedad, la degeneración y la muerte, constituyen el propio taller de escritura del autor, que necesita vivir con —y en el— dolor para luego poder versificarlo.

La locura misma resulta en la poesía y vida del autor,  —coherentemente fundidas hasta el final de toda  consecuencia—, el eje vertebral de un documentado proceso destructivo: la inclusión voluntaria en diversos manicomios desde su juventud le ha hecho permanecer en ellos gran parte de su vida. La institución psiquiátrica como epicentro mismo del infierno en la tierra, supuso para el  de Astorga el terreno de búsqueda de su palabra lírica.

Ha visitado hoy la muerte a uno de nuestros más geniales poetas, el rostro de la parca  ha debido sonarle familiar, su voz cercana. Nos queda su legado.

 


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