54 Festival de cine de Gijón. Cuarta jornada
Por José Luis Muñoz , 23 noviembre, 2016
Rozando la perfección en este pequeño gran Festival de Gijón en la mañana de su cuarta jornada con la fascinante película de Andrei Konchalovsky Paradise. Siempre me pregunté qué habría sido del director de Siberiada de haber seguido en Estados Unidos, a qué grado de embrutecimiento habría llegado ese gran maestro del cine ruso de haber seguido haciendo cosas como Tango y cash con Sylvester Stallone. El director de la magistral El tren del infierno regresó, por suerte para todos los amantes del cine, a su Rusia natal y allí seguirá, lo deseo fervientemente, haciendo sus películas.
Si el cine es un arte, Arte con mayúsculas, lo debemos a películas como Paradise, la última creación de Andrei Konchalovsky. A través de tres personajes, y a sus entrevistas post mortem (con Dios o con el director del film, que vienen a ser lo mismo) un policía colaboracionista del régimen de Vichy, Zhyul (Philippe Duquesne); una aristocrática y sofisticada condesa rusa que intenta salvar a dos niños judíos del Holocausto, Olga (Julia Visotskaya); y un joven oficial de las SS encargado de desbrozar la corrupción en los campos de exterminio por orden directa de Himmler, Helmut (Christian Crauss), Andrei Konchalovsky, en un diáfano y sobrio blanco y negro y tres idiomas (francés, ruso y alemán), nos habla de la historia reciente de Europa, de ese horror llamado nazismo que convirtió el Viejo Continente en el Infierno de Dante.
Eficaz en sus detalles atroces (una interna agoniza y sus compañeras se abalanzan sobre ella, no para auxiliarla, sino para robarle las botas; el eficaz jefe del campo de exterminio adiestra a una kapo cómo se debe patear a una persona); inspirada y genial (los flash backs en la villa italiana, luminosos en la oscuridad del campo de exterminio; la conversación entre el jefe del campo de exterminio y el oficial de las SS en la que el primero le dice que para construir el paraíso alemán él ha creado el infierno), la película de Andrei Konchalovsky traspasa el alma de esos tres personajes cuyas breves vidas se entrelazan en la vorágine de la locura humana. El inspector de policía francés se lamenta de no haberle dado tiempo de acostarse con la condesa rusa a la que ha detenido y se ofrece a él para esquivar el dolor insoportable de la tortura; el oficial de las SS reconoce en la nuca de la condesa rusa, una de las prisioneras del matadero que fiscaliza, a una fugaz amante en una villa italiana durante una jornada de estío cercano que no respondió luego a sus cartas, y se humaniza, en un instante, en su afán por salvarla de la carnicería de la solución final; la condesa rusa se convierte, a su pesar, en heroína con su sacrificio que escapa a su propia razón. Obra maestra absoluta, en fondo y forma, esta película que ya obtuvo el León de Plata en el último festival de Venecia y que debería llevarse, salvo sorpresas, el premio del Festival sin discusiones, pero soy igual de gafe prediciendo palmarés cinematográficos como devenires políticos, así es que me callo. Discurso poliédrico el Andrei Konchalovsky sobre la ética y las raíces del mal, con esos oficiales nazis cultos y aristócratas que hablan de Antón Chejov y se conmueven de que su amante haya sido gaseada en ese campo mientras el ruido de fondo es el de esos trenes que llegan sin pausa con su carga humana a procesar. ¡Bendito cine ruso!
¿Y el cine mexicano? Almacenados de Jack Zagha, que va a la Sección Oficial, sorprende por su osadía. Lo que, con dificultad, apenas llenaría un corto de cinco minutos se estira hasta los 90 minutos sin que este espectador se irrite y abandone la sala. Un almacén vacío, en donde en 39 años no se ha almacenado nada; un encargado de almacén riguroso, que en 39 años no ha hecho nada; y un aprendiz que acaba de entrar en la empresa, para sustituirle porque se jubila, en un trabajo que no existe más allá de una mesa, una silla, un teléfono que no suena, tres libros contables inmaculados y una hoja de pedidos por estrenar. Teatro del absurdo convertido en una película que aguantan los dos únicos actores de la función, el señor Lino (Juan Carlos Ruiz) y el joven aprendiz Nin (Hoce Meléndez) mediante unos diálogos ocurrentes transitados por el humor. Una película valiente que es un desafío para su director. Un ejercicio de estilo, el de Jack Zagha (Adiós mundo cruel, El último trago, Yo también te quiero), que es capaz de montar este artefacto cinematográfico en honor al absurdo mundo laboral y a Kafka.
Cine español en una retrospectiva dedicada al joven realizador Pablo Hernando con la proyección de la película Cabás. Rodada con bastante amateurismo, sobre todo en lo tocante al sonido, financiada por familiares y amigos, según confesión del director que fue ayudante de Carlos Vermut en su primer largo Diamond Flash, la película narra el descenso y caída de un joven al que su novia abandona y el proceso de descomposición a medida que las cajas con las pertenencias de ella van saliendo de la vivienda que compartieron. Caótica y desestructurada (hay escenas oníricas de eficacia discutible; secuencias western que chirrían; apuntes de género fantástico en ese bote de cristal que evoluciona en la nevera; y hasta cine de animación rudimentario) Cabás es un film desajustado que adolece, además, de interpretaciones por debajo de la media exigible. La tarde está siendo desoladora.
Seguimos con el cine hablado en castellano en la sección Rellumes para completar una tarde de cinematografía hablada en esta lengua. El tercer largometraje, La luz incidente, es argentino y gira en torno al proceso de duelo de una joven madre de dos niñas de meses que sufre la pérdida de su marido en accidente de coche. Es una película intimista y con una historia mínima que, según su director Ariel Rotter (Buenos Aires, 1971), en una prolija entrevista grabada que se proyecta antes del film, está basada en dolorosos hechos familiares. Luisa (Erica Rivas) intenta rehacer la vida y superar el dolor de la pérdida del marido en brazos de Ernesto (Marcelo Subiotto), un galán seductor, invasivo y encantador, hasta en exceso, que quiere casarse pronto con ella, y de poco le servirán sus reservas ante ese personaje inquietante que quiere sustituir a su marido fallecido cuanto antes.
La luz incidente está rodada en blanco y negro, recrea la vida burguesa del Buenos Aires de los sesenta y está dirigida de forma primorosa siguiendo al personaje femenino de esa historia con el que el espectador empatiza tanto como desconfía de su pretendiente. No sucede casi nada en esta película argentina que utiliza la sutileza como ejercicio narrativo, salvo escenas familiares de la Luisa cuidando de las niñas, aspirando el olor de los trajes de su marido que guarda en el armario, escuchando los consejos de su madre que le insta a rehacer su vida y siendo cortejada por ese galán adinerado y misterioso que nadie sabe a qué se dedica. Erica Rivas, la protagonista, interpreta con sus miradas, sus silencios y su distanciamiento. Un film que eleva, con su calidad, el declive cualitativo de esta tarde cinematográfica en Gijón.
Comentarios recientes