Alicia Huerta, escritora: «No me imagino mi vida sin libros».
Por Rafa Caunedo , 7 agosto, 2014
Alicia Huerta, entrevistada por Rafael Caunedo.
Me pasé toda la infancia viendo a Alicia Huerta vestida de uniforme escolar. Aún la veo correr pizpireta por el recreo con la falda gris y el polo rojo, con los calcetines caídos y la cola de caballo desmañada. Como ella, aún conservo fotografías del colegio, de esas que nos hacían cada año en grupo. Repaso con el dedo, uno a uno, aquellos rostros y, lo digo sin mentir, recuerdo cada uno de los nombres. Algo tiene la infancia que se graba en la memoria.
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Alicia, de aquellos años del colegio hasta hoy ha pasado mucho tiempo, no diremos cuanto, tanto que te ha dado tiempo a ser abogada, periodista, crítica de ópera y novelista. ¿Con qué orden de tus ocupaciones te sientes más identificada?
Sí que han pasado años… Muchos, casi una vida. O varias, incluso. Porque cada una de las ocupaciones que mencionas han marcado las distintas etapas que he vivido: los lugares en los que he pasado largas temporadas, las personas que encontré gracias a cada una. Ahora me doy cuenta de que todas son complementarias, sin alguna de ellas no sería la persona que soy en este momento. En todo caso, sí puedo decir que en primer lugar me siento novelista. Una novelista con mente de abogado que escribe en un periódico y hace crítica de ópera.
¿Te acuerdas de los libros que leíamos en el colegio? “Don Álvaro o la fuerza del sino”, “El concierto de San Ovidio”, “La celestina”, “El lazarillo de Tormes”… Ahora que yo soy padre me doy cuenta de lo que han cambiado las cosas. ¿Crees que estamos olvidando a los clásicos?
Sí, por supuesto, me acuerdo de la mayoría de aquellos grandes títulos que leímos en el colegio y, aunque no haya vuelto a leerlos todos, está claro que a esas edades es fundamental entrar en contacto con la literatura. Con su evolución, tantas veces pareja a los cambios históricos y sociales. Y no se me ocurre mejor forma que leyendo a los clásicos, así que espero que no, que no los estemos olvidando. Sería un suicidio cultural, porque los clásicos, ya sea en literatura, música o pintura, te sirven siempre de referencia cuando eres adulto. El Siglo de Oro, por ejemplo, es un “lugar” al que suelo recurrir muy a menudo. La brillante genialidad de aquellos literatos me conmueve a la vez que me inspira.
Alicia Huerta
El otro día, mi hija pequeña me preguntó qué había que estudiar para ser escritor. Yo, de adolescente, creía que ser escritor era lo mismo que ser Hemingway en Cuba: tecleando una vieja máquina en la playa, descalzo, piel curtida, levantarme tarde, barba sin cuidar, ropa vieja, whisky, mujeres… Luego me di cuenta que ser escritor es otra cosa. ¿Qué es ser escritor para ti?
Vaya, difícil pregunta. No, mejor dicho, difícil respuesta. Pero vamos a ello: para mí, ser escritor es una mezcla de necesidad casi patológica y de pasión a veces irrefrenable. De modo que, en primer lugar, necesito narrar la historia que, a su vez, me está contando un personaje que se ha instalado de repente en mis pensamientos. No tengo ni idea de dónde ha salido y qué pretende que yo escriba en su nombre, pero ahí está y yo aún, por fortuna, no he encontrado la manera de “ignorarlo”. Y en segundo lugar, me apasiona escribir esa historia cuidando mucho que las palabras, las frases, los párrafos, en definitiva, toda la novela, tenga siempre un ritmo, una armonía cargada de ecos. Ser escritor significa, en mi caso, afrontar el reto de transmitir el amor, el dolor, la esperanza, el miedo o cualquier otra emoción que experimenten los personajes ficticios de un mundo inexistente, de una forma que sea capaz de atrapar al lector, haciéndole olvidar durante un rato a las personas de carne y hueso que tiene alrededor en un mundo que, ese sí, es totalmente real.
Hay preguntas inevitables si se quiere conocer a un escritor, así que, discúlpame si ya la has contestado miles de veces antes: ¿Qué libro o qué autor es el que te hizo pensar en un momento que te gustaría ser escritora?
Me temo que ha llegado el momento de confesar que nunca pensé de una manera consciente convertirme en escritora. Ha habido libros, como “Los renglones torcidos de Dios”, que me hicieron “envidiar” esa capacidad de transmitir emociones de la que acabo de hablar, pero no llegué a pensar en intentar hacerlo yo. Yo había escrito poesía desde el colegio, esa poesía adolescente que parece ayudar a quien empieza a darse cuenta de que los amores no son para siempre, pero mi aterrizaje en la novela fue completamente inesperado. Con mi primer libro, ni siquiera me di cuenta al principio de que estaba escribiendo una novela.
Yo tengo a menudo la sensación de que vivo a cierta distancia de la realidad porque tengo la mente preparada para la ficción. Me gusta inventar cosas. ¿Tú de dónde sacas la inspiración? ¿Eres más de ficción pura o buscas casos reales para adaptarlos?
Creo que una novela está viva mientras la escribes, y resulta inevitable que en ella se cuelen las experiencias cotidianas o las noticias que te llaman la atención. Pero volvemos a lo de antes: no soy consciente de ello. Sobre todo, porque, como decía, mis novelas siempre han arrancado a partir de la historia que el protagonista empieza a contarme. A veces, incluso, tengo la sensación de que me estuvieran dictando. ¿Serán las musas? Podría ser, lo que tengo claro es que, aunque suene paradójico, la ficción es precisamente la que más tiene que apoyarse en la realidad y, por eso, me resulta muy importante el proceso de documentación. Porque eso no me lo “sopla” el personaje…
Te sigo en prensa con tus críticas sobre ópera. Es un mundo tan especial que siempre me ha llamado la atención por la cantidad de gente que hay detrás de cada montaje. ¡La de cosas que pueden pasar en la tramoya! ¿No te has sentido nunca tentada a escribir algo en ese ambiente? ¿Qué temas te resultan más atractivos?
Sí, desde luego. Tengo ya un par de capítulos de lo que espero que algún día se convierta en una novela ambientada en el Teatro Real. El mundo de la ópera es fascinante y ya hay un personaje empeñado en que cuente lo que le ocurrió en el teatro de la Plaza de Oriente, pero he logrado convencerle para que espere mientras escribo lo que ahora tengo entre manos. En cuanto a los temas, está claro que me llaman poderosamente la atención las historias de intriga en las que se destapan redes mafiosas o injusticias en general. Como la trata de blancas o el tráfico de obras de arte, que aparecen en mis dos primeras novelas. O las adopciones irregulares que sirve de telón de fondo para la historia narrada en “Los nombres que jamás serán pronunciados”.
Hoy en día hay algo que me rompe el alma: ver como una librería echa el cierre. Se alquila. Se vende. Y detrás un local oscuro y vacío cuando hasta hace poco había estantes llenos de libros. Las librerías son, para mí, algo terapéutico y cuando veo que cierran para siempre, me muero de pena. ¿Qué está pasando? ¿Cuál es el futuro del libro? ¿Y los libreros?
Es cierto, da una pena terrible. Sobre todo, porque se trata, en muchos casos, de esas librerías regentadas por enamorados de la lectura, profesionales que ya conocían tus gustos y te recomendaban sobre seguro, ya que ellos habían sido los primeros en leer lo que te sugerían que te llevaras. Menos mal que aún hay librerías que apuestan por ese valor que se estaba perdiendo y, además, organizan clubs de lectura, talleres, etc. No sé cuál será el futuro de los libros pero, en un formato o en otro, me cuesta infinito imaginar un mundo sin literatura.
Llevas ya tres novelas publicadas y seguro que estás liada con la cuarta. Con este bagaje ya tendrás algo definido eso tan difícil que es el estilo. ¿Cuál es tu estilo narrativo? ¿Qué te hace diferente del resto de escritores? ¿Cuál es tu impronta? ¿Crees que se reconocen tus textos como tuyos con solo leerlos?
Todos tenemos un estilo narrativo propio que, además, considero que evoluciona con cada novela. Creo que el mío es directo, sencillo, sin demasiados barroquismos pero con bastantes diálogos. Y procuro que, además, sea, como decía antes, musical. Muchos lectores me han dicho, por otra parte, que escribo de una manera muy visual. Lo que sí es cierto es que los lugares en los que se desarrollan las novelas son sitios que existen y me gusta describirlos como si cualquiera estuviera pasando por ellos mientras está tumbado en la cama leyendo la novela.
Y como ocurre con todo en la vida, cada escritor es único. Por lo tanto, cualquier escritor es diferente a otro, aunque se dediquen, por ejemplo, al mismo género. Cada uno deja su impronta. Yo todavía no sé si lo consigo, pero me gustaría creer que soy capaz de implicar mucho al lector a través, por ejemplo, de personajes muy diversos o de actuaciones más que cuestionables. Quiero pensar que obligo al lector a preguntarse qué habría hecho él en determinada situación, que tome partido por algún personaje. Y, desde luego, que la intriga no le abandone en toda la lectura, hasta el mismísimo final.
Cuando voy a casa de alguien siempre me fijo en los libros que tiene. Suelo hacerme una idea aproximada de cómo es el anfitrión viendo lo que lee. A veces, de manera inesperada, he entrado en casas sin libros. ¿Cómo sería tu vida sin libros?
No imagino mi vida sin libros, la verdad. Empecé a leer muy pequeña y para mí es un lujo en general muy asequible y duradero. Suelo decir que antes de escritora, fui una lectora voraz. Además, igual que cada escritor es único, los lectores son también diferentes y hasta acaban “especializándose” en un determinado género literario. Lo importante, en todo caso, es que se lea. Y me pasa como a ti, no puedo evitar fijarme en las estanterías nada más entrar en una casa. ¿Deformación profesional o que somos unos cotillas?
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