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Amaneció de nuevo Madrid

Por Rafa Caunedo , 7 agosto, 2015

AMANECIÓ DE NUEVO MADRID

Anamaría Trillo

Editorial Playa de Ákaba

 

Texto de Rafael Caunedo

Vengo de haceranamariatrillo un viaje por la posguerra, una época que siempre me ha dado pereza imaginar. España, año 1945 de nuestra era. Parece mentira.

En aquel año la gente vivía así. ¿Así cómo? Como Margarita.

He convivido con Margarita más de quinientas páginas, casi seiscientas, lo que me otorga autoridad para hablar de ella. Tengo su permiso para poder decir que su vida durante aquellos años fue terrible. Claro que supongo que tal calificativo sólo encaja si la miro con la perspectiva del tiempo.

Sentado cómodamente en mi butaca de leer con mi té al lado, he visto salir del pueblo a esta pobre chica de catorce años en dirección a Madrid. Un hatillo, ropa mil veces remendada y hambre acumulada. De leer y escribir ni hablamos. Su misión en esta vida, hasta el final de su vida, va a ser la de servir en casa de una prima lejana de su madre. ¿Salario? ¿Está de broma o qué? Nada de salario; sólo tiene derecho a una ración de comida, escasa, sosa y desangelada, y un jergón sin apenas nada con lo que cubrirse.

Ya está, ya la tenemos ubicada en la casa de huéspedes de la calle del Pez regentada por la señora Teodora. Ahora toca esconderse allí y ver lo que pasa.

No es mi misión desvelar nada, ni siquiera voy a concederme la licencia de adelantar algo de la trama a modo de spoiler. Es mejor así, se lo aseguro. Yo, al menos, llegué virgen al libro, tan virginal como la pobre Margarita llegó a Madrid, sin saber a lo que me enfrentaba. Sólo le recomiendo una cosa: déjese llevar por la marea de detalles con la que la narrativa de Anamaría Trillo le va a envolver.

¿Se ha sentado alguna vez a la mesa para seleccionar lentejas una a una antes de meterlas al puchero? Pues lo va a hacer, fijo, y luego se las vas a comer… y podrá sentir en su garganta la picazón que produce un hueso rancio cocido una y mil veces para conseguir un caldo cada vez más insípido.

¿Le han obligado alguna vez a pelar patatas y dejar las peladuras como papel de fumar? Pues lo va a tener que hacer.

¿Ha hecho cola al menos una vez en su vida con su cartilla de racionamiento en la mano mientras ruge su estómago? Es duro, lo sé, pero la experiencia le va a enriquecer para saber lo que no debe volver a pasar jamás.

Si algo ha conseguido este libro es que yo haga cosas que jamás pensé que haría. Y cuando digo “hacer”, me refiero a tener la sensación autentica de estar haciéndolas. Anamaría Trillo consigue este milagro mediante un manejo prodigioso del lenguaje, alcanzando cotas de detallismo tales que el poder evocador de sus palabras se multiplica y te hace viajar en el tiempo, hasta el punto de creer que la luz que alumbra el libro es la de un quinqué y una palmatoria.

Para mí, esta novela es como una súper producción de la época dorada de Hollywood, de esas en las que se notaba que detrás había un productor que soltaba pasta y no se escatimaba en recrear hasta el último detalle de los decorados, pero además empleando materiales de calidad, nada de fruslerías. Ciertamente apabullante a veces la recreación de ambientes, un placer pasear por aquel Madrid que no viví pero del que tantas veces he oído hablar a mi padre. Ese Madrid de las verbenas, de las primeras experiencias, de las multas de diez pesetas por besarte en público.

Un placer pasear por allí y luego largarme, claro, volver a mi mundo, aquí donde no hay “Brigadas de buenas costumbres” que te meten en la cárcel si das una palmada en el culo a tu chica.

Una historia la de Margarita contada con un equilibrio entre un fondo de novela costumbrista, romántica a veces, negra a tramos, y entretenida siempre, de principio a fin, donde los giros argumentales, escasos pero sonados, hacen de la trama una auténtica trampa de la que es difícil escaparse, donde los personajes son los arquetipos que todo el mundo espera, pero que nadie tiene la certeza de conocer.

He sufrido por esta chica, inocente y vulnerable, negada y arrinconada por casi todos, utilizada por muchos, querida por muy pocos. La he acompañado escondido en su candidez para conocer aquella sociedad beata y falsa a la vez, donde tener un confesionario a mano daba libertad para pecar. Una sociedad que hace sentir culpable a quien exterioriza sus sentimientos, y les aseguro que en esta novela los hay de los más variados, donde Dios está en todas partes menos donde se le necesita. Por cierto, me asombra que Dios comparta cama con Margarita mientras yace con su marido. Para ella el sexo es casi como un pecado. “Dios me quiere pura”, piensa mientras su marido se desfoga. Pocas veces he leído una escena de sexo con tan poco sexo.

En fin, les dejo con la historia de esta mujer, que es la historia de toda una generación de mujeres, de esas que deben prepararse para el matrimonio, no para la vida. Echando cuentas, sólo han pasado setenta años de aquello. Me da miedo pensar que hace tan poco tiempo una pensión en Madrid tenía en cada habitación un peine atado con una cuerda como atención a los clientes.

Aunque, bien pensado, los bancos siguen haciéndolo con los bolígrafos de sus sucursales y aquí seguimos.

 Disfruten de la novela, de verdad. Pero, por favor, luego regresen.

 

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