Ashaverus el libidinoso, de Miguel Arnas Coronado
Por José Luis Muñoz , 19 abril, 2015
De cuando en cuando encuentra uno, al azar (o no tan al azar, porque tengo la suerte de conocer al autor), libros que le devuelven a uno el placer de la lectura: éste Ashaverus el libidinoso, publicado espléndidamente por la editorial granadina Nazarí y escrito por Miguel Arnas Coronado (Barcelona, 1949).
No es nuevo en este oficio el barcelonés que lleva exiliado en Granada nada menos que 24 años. Escritor desde siempre, articulista que tiene en la red un interesante blog, El árbol de Arnas, ha ganado dos premios literarios: en 2006 el Provincia de Guadalajara de Narrativa por su novela Buscar o no buscar (Ediciones Irreverentes, 2006), y en el 2010 el Francisco Umbral por La insigne chimenea (Everest, 2010). Es miembro muy activo, además, y eso es importante en su currículum para entender el sentido del humor y la ironía de los que hace gala, del Institutum Pataphisicum Granatensis.
Ashaverus el libidinoso es una novela de estructura compleja pero de lectura fácil gracias a que está prodigiosamente bien escrita y a que Miguel Arnas Coronado saca punta a un artefacto literario muy trabajado—se notan las horas de artesano que implica ser un buen contador de historias—que bebe en las fuentes de los libros de caballerías de nuestro Siglo de Oro. Enrique Fuster Bonín es el caballero andante de esta epopeya histórica, moral e irónica con la que Miguel Arnas Coronado pasa revista a algunos de los acontecimientos capitales del convulso siglo pasado, y así ese chueta, falso iqueño, maestro de todas las impostaciones posibles, (¿no es asimismo todo escritor un gran impostor?) adopta en la Alemania de la República de Weimar el nombre de Rudolf Hoffman para hacerse pasar por ario y codearse con el canciller Franz von Papen y los jerarcas nazis de las SA; a su regreso a España, entra en contacto con el mundo de Falange, traba amistad con Manuel Hedilla, conoce a Rafael Sánchez Mazas y frecuenta al músico Federico Mompou y al escritor Max Aub, cuyo aliento literario también planea sobre la obra; o pasa por la Francia ocupada, transformándose en Alphonse Gärtner-Najera. ¿Quiénes somos? ¿Uno o varios? Varios.
De ese vertiginoso itinerario geográfico e histórico va dando Enrique Fuster Bonín sus aceradas opiniones; así habla, por ejemplo, del ambiente de enfrentamientos en la misma Falange: La verdad es que en la capital, sobre todo, el combate interno se dirimía entre, por una parte, los proletarios que Manuel Hedilla había sabido apartar de los sindicatos rojos, todos muy jóvenes, y por otra los señoritos atildados y pletóricos de fijapelo; o del Holocausto: Consiguen eliminar hasta cinco mil diarios en algunos campos. Son de una eficacia terrible. Lo mismo fabrican cañones o tanques que exterminan una raza
En esa rocambolesca trama que lleva al lector de la Alemania a punto de caer en las garras del nazismo a la España en donde salta en pedazos la Segunda República para dar paso a la guerra incivil, Miguel Arnas Coronado cuela una narración paralela, pretérita, en forma de antiguo manuscrito que cae en manos de ese judío superviviente: la del judío errante Todrós, estudioso de la Cábala y enamorado de Hannah, lo que le permite al autor clonar, con eficacia y sin que suene a impostación, el castellano antiguo: Llegado a pie a Barcelona, extrañose ahora del camino inverso a lomos de mula, mas a lo bueno aína se acostumbra cualquiera. Arrimóseles un perro, al que Todros acostumbró darle restos y el animal fue fiel hasta el final del viaje.
Contiene este relato, novela dentro de la novela, escrito en lenguaje cervantino, alguno de los momentos más divertidos del libro, pasajes de erotismo y picaresca que hacen honor al título Ashaverus el libidinoso, ya que Todros, erudito en la Biblia y físico, no le haces ascos a ninguna mujer dispuesta que encuentra por los pajares de las pequeñas villas que recorre en su itinerario. Si Hannah me cabalgó porque le plugo, peor es la postura de Raquel, quien me ofrece sus posaderas para ser azotadas. O este otro pasaje: La mano de Hannah lo condujo adelante y atrás hasta que la humedad llegó a chorrearle brazo abajo, cosa que asustó al mancebo convencido como estaba de que le había dañado, haciéndola sangrar. Pero no era daño sino deleite, y en su cara lo mostraba.
Abunda la ironía y el humor, porque se prestan a ello las andanzas del tal Todros: Aquella noche durmió abrazado a Raquel, porque más vale cuerpo caliente aunque odioso que soledad temerosa. Se documenta Miguel Arnas Coronado en los usos y costumbres sexuales de la época para ofrecernos, por ejemplo, este rudimentario condón femenino que despertará la curiosidad del lector. Como físico y sabio, tomaba Todros precauciones al yacer con sus amigas en las aljamas donde había predicado, exigiéndoles, o bien que metieran en su natura un lienzo pequeño empapado en vinagre y atado con una hilacha mientras lo hacían, o que se irrigaran con vino agriado, cuanto más viejo y agrio, mejor. Verter fuera habría sido el delito de Onán.
El protagonista de Ashaverus el libidinoso, Enrique Fuster Bonín, es como Zelig, uno de los personajes más brillantes ideados por Woody Allen: tiene la capacidad de adaptación de los camaleones, y de ahí que sea un superviviente; cambia de nombre, de idioma, de personalidad, según la compañía; y está en poder del don de la ubicuidad que le permite estar en todas partes y en todos los momentos estelares de su época, para ser su testigo crítico. En su búsqueda del origen del mal, uno de los leit motiv de la narración—los últimos trece años de mi vida los he dedicado a averiguar qué es el mal y lo he hallado repartido de forma muy equitativa— analiza los acontecimientos históricos y las bárbaras matanzas que convirtieron Europa en un gigantesco cementerio durante la primera mitad del siglo XX.
La multiplicad de escenarios por los que transcurre la novela, aparte de proporcionar agilidad a la misma y que nunca se aburra al lector, le permite a Miguel Arnas Coronado llevarlo al Berlín convulso en el que a diario se enfrentaban los matones nazis con los comunistas, al París epicentro de la cultura sojuzgado por la barbarie nazi, a la España pobre, cutre y seca a punto de estallar en conflicto civil, y a Barcelona, finalmente, y es en esa ciudad, por ser la suya, en donde el autor se explaya retratando lugares, como esa cafetería mítica de la Gran Vía, El oro del Rhin, que ya solo existen en la memoria, o ese Barrio Chino y sus gentes que fueron barridos de la ciudad del diseño que cada día se reinventa a sí misma. Una mujer que él encontró vieja, barrigona, pintarrajeada de un carmín tan chillón como podría haber sido el graznido de un flautín en medio de un recital de órgano, embutida en una falda cuyo final se situaba muy por encima de las rodillas.
Hay homenajes a la música, que, con el amor y la literatura, confiesa el autor, forma su tríptico vital. La música le parece la culminación de la creatividad humana, casi tanto como el hecho mismo, lo ha oído decir, de abrir con el bisturí un torso y eliminar un tumor que acabaría matando a la persona de no ser extirpado. Lamentos en voz alta sobre la condición humana: ¡qué vergüenza ser humano! ¡qué vergüenza, pertenecer a cualquier raza! Y acertadas sentencias que cuela con habilidad el escritor catalanoandaluz en su bien armado artefacto literario: El cinismo es la defensa del impotente que trata de salvar la vida. Pero hay, sobre todo, un gran amor por la literatura, heroico en esta época. Confiesa Miguel Arnas Coronado en la solapa que ha leído y escrito como el lujurioso confiesa que fornicó. Doy fe de ello. Busquen Ashaverus el libidinoso y no se la pierdan
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