Bajo el techo que se desmorona | Goran Petrović
Por Redacción , 26 marzo, 2014
La novela histórica es un género híbrido: transita del ensayo al relato, del documento a la ficción. Tierra de nadie entre nuestra época y las anteriores, la narrativa histórica crea un nuevo espacio donde la ficción se mezcla con el testimonio y la creación se entrelaza con el rigor documental. En Bajo el techo que se desmorona (Narrativa Sexto Piso, 2014) se diría que Goran Petrović reinventa el género. Incorpora al texto el rigor de los documentos oficiales, recurso que se completa con una prosa creativa, donde el humor no excluye el aliento poético y la reconstrucción histórica.
Petrović adopta una mirada objetiva, recrea viajes reales o imaginarios donde comparecen el dato histórico y sus propios recuerdos, lo vivido y lo leído, dos formas de experiencia que se compenetran en Bajo el techo… al igual que en cada novela suya.
Nacido en 1961 en Kraljevo, Serbia, Goran Petrović estudió literatura serbia y yugoslava en Belgrado. Consejos para una vida más fácil y La isla y los cuentos circundantes concitaron el entusiasmo de la crítica. Con El cerco de la iglesia de la Santa Salvación, llegó el reconocimiento unánime. Atlas descrito por el cielo, La mano de la buena fortuna y Diferencias son sus tres últimas novelas, publicadas por Sexto Piso y, en el caso de las dos últimas, galardonadas con el máximo reconocimiento de las letras serbias, el premio NIN.
Desde que apareciera por vez primera en 2010, Bajo el techo que se desmorona pertenece al ámbito de la historia y la ficción. A través de la historia de un cine en una pequeña aldea serbia, asistimos a los principales hitos de la historia de Serbia durante el
siglo XX. El cine Uranija es el pretexto para mostrar mordazmente una sociedad pueblerina. Se critica al comunismo, a la iglesia, a la educación, a los pedantes, a los presumidos, pero siempre con un tono cómico, donde se alternan la burocracia y la poesía, el cine y el sexo. Las situaciones están descritas con ironía, juegos de palabras, alusiones diversas. Este recurso resultará familiar a los espectadores de películas como Amarcord (1973) o Cinema Paradiso (1988).
De hecho, Petrovic anuncia desde el proemio que se trata de “una novela de cine”, es decir, “una película en episodios”, “la historia basada en una película, con fotografías de esa película”. Cinematográfica es, por lo tanto, la acción de la novela, que transcurre durante una tarde dominical del año 1980. Los espectadores se reúnen en el cine Uranija para ver una película. Emplazado en lo que fuera el Gran Hotel Jugoslavija y el posterior cine Sutjeska, el techo del cine Uranija está cubierto por un papel tapiz que muestra un cielo estrellado. Esa tarde en particular estará marcada por un dramático anuncio que no desvelaremos. Gran parte de la comicidad de la novela proviene del enfrentamiento entre el impulso totalizador comunista y una sociedad cada vez más
abierta a Occidente.
Con este trasfondo, Goran Petrović crea una serie de personajes que pertenecen al inconsciente no sólo serbio, sino colectivo; personajes que muestran los anhelos y contradicciones experimentados por la sociedad serbia (y no sólo serbia) durante el siglo
XX. Nos encontramos al sastre Krasić, fusilado por los alemanes en octubre de 1941.
Justo antes de ser fusilado, “Krasić estaba observando los uniformes de los soldados formados … qué patrón tan perfecto, qué costura tan prolija … sentía lástima por no poder salirse de la fila, acercarse y escudriñar mejor el acabado del dobladillo” (p.38).
El oficial del Partido Comunista, el camarada Avramović, está tan acostumbrado a aprobar las decisiones de sus superiores que levanta el brazo derecho por reflejo, “también en otras situaciones de la vida: paseando por la ciudad o por un parque, en el mercado, leyendo el periódico, viendo la televisión…” (p.46). Por último, Bodo, el borracho local, que tenía “bases” en varios lugares de la ciudad, y en su bolsillo guardaba un plano con los puntos “de recursos actuales de nivelación de la realidad disponibles”, es decir, “el parque de la ciudad … el depósito de agua del retrete … el edificio de la Dirección General de Policía … el registro de inspección …” (págs. 48-49).
Victor Klemperer, en LTI. La lengua del Tercer Reich, afirma que el Estado totalitario “hace del lenguaje su medio de propaganda más potente, más público y secreto a la vez”. Bodo no es el único ejemplo de esa afirmación. La terminología totalitaria subsiste en el inconsciente y se manifiesta en la vida cotidiana de los personajes de la novela. La prostituta Tsatsa la Capitana, por ejemplo, está “profesionalmente orientada” hacia el ejército y en consecuencia, exige remuneración por sus servicios “según el tipo de cambio oficial interbancario del Banco Nacional de la República Federal Socialista de Yugoslavia”. La variable se calcula de acuerdo con las circunstancias atenuantes o agravantes: descuentos para aquellos que le lleven flores, los que accedan a aparecer con ella en un lugar público, para los recién reclutados.
Cobra a cada cual según su graduación y se ensaña con virulencia contra aquellos que “no quieren hacer nada, y lo único que les gusta es hablar”. El servicio alcanza precios astronómicos para los que “no sólo hablan, sino también escriben una novela” y aún
peor, se empeñan “en leerle lo que escribieron” (p. 87).
El cielo estrellado del cine Uranija se desmorona, nos previene Goran Petrović. Es el fin de una era y de un régimen. Dicha metáfora ocupa un lugar central en la obra del escritor serbio. Ya en Atlas descrito por el cielo, Petrović nos presentaba a ocho
personajes que viven juntos y que un día deciden quitarle el techo a su casa y que ésta no tenga más límite que el cielo. Esta es la primera negativa a vivir según las normas establecidas, a la que sigue una búsqueda incansable de la libertad. La primera vez que Petrović se refiere al techo en la novela que nos ocupa, nos habla de “una representación verdaderamente artística del universo: un sol radiante y una luna llena; uno a uno, los planetas, las constelaciones, … algún que otro cometa” (p. 22). El loco del pueblo lo limpia, en un pasaje inolvidable de la novela, dejando incólume “la representación en yeso del universo” (p. 70). Se incluye una prolija descripción de la imagen simbólica del inmenso planetario, en la página 108. Asistimos a los primeros síntomas de su deterioro tras el anuncio de la muerte del mariscal Tito, cuando “de todos los sonidos quedó solo el susurro de la cal desconchándose de la ornamentación del techo del cine” (p. 115).
El cine Uranija actúa, además, a modo de metáfora del conflicto entre la técnica y la nostalgia de la naturaleza. El viejo acomodador Simonović simboliza como nadie Modernidad y Romanticismo. La terraza de verano del cine donde vive y el huerto
adyacente, donde hay “una cabeza de repollo de hojas abundantes, la coronilla amarilla del crisantemo … y un pajarito de nombre enigmático” (págs. 43 y 44) representan el sentimiento telúrico, que convive con la fascinación por la mecánica del celuloide. Por
otra parte, el operador de cine, el señor Svabić, compone su propia película a partir de pedazos de otras películas, hasta conformar una cinta de catorce kilómetros. Como si de un escritor se tratara, “con tijeras y pinzas, acetona y empalmadora de cinta adhesiva
…manguitos de burócrata para los brazos y guantes de algodón” (p. 42) se dedica a su oficio, parecido al de un crítico literario en su afán por clasificar: “etiquetas de diversos colores, cada uno con un rótulo particular, según el tipo de escena … “salidas y puestas
de sol” … “bebé tendiendo sus manitas”, “equitación, cascos de caballo” (p. 43). El talento literario de Petrović se manifiesta en su evocación de ese techo de cine que se viene abajo sin que se interrumpa la proyección, el techo del cine Sutjeska en el que Simonović es visto como un San Pedro, “como si fuera el guardián de las puertas del Cielo (en forma de la puerta de entrada de dos hojas…)” (p. 32). Memorables son las páginas que dedica a la fundación del cine Uranija (“donde los espectadores eran recibidos como en la puerta del paraíso” p. 70). Es difícil olvidar la imagen de Rudi Prohaska, su fundador, deambulando por calles de Estambul en páginas descritas en una prosa donde conviven lo histórico y lo onírico y que la traductora Dubravka Sužnjević sabe llevar al límite que la situación precisa.
Para Petrović, al igual que para Bertolt Brecht, parece necesario un distanciamiento emocional del lector/espectador ante la obra. Se diría que el autor serbio considera que el lector debe reflexionar de una manera crítica y objetiva sobre lo que lee/ve. Para ello, Petrović reproduce en la página 33 fragmentos de grafitis, carteles, anuncios, eslóganes y nombres de empresas; títulos de películas y nombres de actores y actrices en la página 71; en la página 96, letreros escritos en las paredes del retrete para
hombres y mujeres; el “diario de filmación” (pág. 169 y siguientes), a modo de postludio en el que el autor describe cómo surgió la idea de que escribir lo que en origen fue un cuento, junto a todos los cambios y adiciones que éste sufrió hasta convertirse en
novela, abunda en el carácter meta-literario del texto; una constante, por otra parte, en la producción de Petrović, en especial a partir de La mano de la buena fortuna, en la que el corrector Adam Lozanić recibe el encargo de corregir Mi legado, una novela escrita por un tal Anastas Branica, que carece de trama y personajes. El corrector que corrige la novela es en realidad el autor de La mano… y, en última instancia, el lector, que crea y recrea La mano… según se adentra en ella.
Bajo el techo que se desmorona es, por lo tanto, más que una novela histórica. No se trata de una simple crónica, sino de una rigurosa exploración del alma serbia y por ende humana. Ya desde el proemio se nos avisa de que “Algunos personajes son inventados, pero algunos eventos son reales. Y viceversa”. La mirada de Petrović no es sólo la de un historiador, sino también la de un novelista.
José de María Romero Barea
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