¡Bienvenida, Lucy!
Por Víctor F Correas , 24 noviembre, 2015
Hay días en que merece la pena sentarse delante del ordenador para teclear estas cuatro letras.
Simplemente por el placer de recrear las sensaciones y emociones experimentadas por un hombre al que el destino, su empecinamiento o una corazonada –a saber qué porcentaje de cada cosa hubo en ese instante- le separan del resto de mortales para hacerle protagonista de un acontecimiento eterno. Uno de esos momentos en los que, una vez recuperada la calma y sin más compañía que el silencio, uno descubre que la existencia, el tortuoso peregrinar por este valle de lágrimas, merece la pena. Sólo por hechos como el ocurrido hoy hace cuarenta y un años.
¿Qué ocurrió digno de mención?
Lo que luego relataré. Tras este otro hecho reseñable: la publicación de El origen de las especies, de Charles Darwin hoy hace ciento cincuenta y seis años. Una obra que recoge más de veinte años de trabajo de investigación, de observación minuciosa de la vida, de la naturaleza, de todo lo que le rodeó en sus continuos viajes a bordo del Beagle. Galápagos, las costas de Sudamérica, Nueva Zelanda, Australia, Brasil, las Islas Azores… Thomas Malthus le dio la inspiración que necesitaba para demostrar que las especies evolucionan y que todas nos regimos por una selección natural que sólo permite sobrevivir a las que mejor se adaptan al entorno o a las más fuertes. La nuestra, entre ellas; aunque a diferencia de las demás, lo mismo podemos reproducirnos sin límites como dejar de existir mañana mismo. Si queremos.
Porque, por lo demás, tampoco este veinticuatro de noviembre dio para tirar cohetes. Un americano, Joseph Golden, obtuvo la patente del alambre de espino hace ciento cuarenta y un años. Con ello, los vaqueros dejarán de controlar el cotarro de llevarse el ganado en busca de lejanos pastos y los ranchos sustituirán al campo abierto, donde los vaqueros no serán más que peones; y el navegante holandés Abel Janzsoon Tasman –avispados como sois, ya lo veréis venir-, que hoy hace trescientos setenta y tres años descubrió la isla que lleva su nombre, Tasmania, aunque la bautizó como Tierra de Van Diemen. Buscaba un paso marítimo hacia Chile por el este para explorar Nueva Guinea, y se topó con la isla. Cosas que pasan.
Eso sí, el día viene pinturero en cuanto a nacimientos y defunciones. Entre los primeros, Alfredo Kraus, hace ochenta y ocho; Henri Toulouse-Lautrec, hace ciento cincuenta y uno; o Junípero Serra, hace trescientos dos. Los que se marcharon de este valle de lágrimas fueron Lee Harvey Oswald, inculpado por el asesinato de Kennedy, al que Jack Ruby aplicó la misma medicina hace hoy cincuenta y dos años; y el pintor Diego Rivera, hace cincuenta y ocho, esposo de Frida Kahlo. Su relación daría para muchas, bastantes líneas. Otro día, con tiempo, me animo a contarla.
Vale, lo de Darwin es reseñable. ¿Y lo otro por lo que merece la pena que uno se ponga a escribir estas líneas? Como digo, ocurrió hace cuarenta y un años. Pongámonos en situación: África, años sesenta. Cada vez son más los científicos que consideran dicho continente la cuna del hombre como especie, y se lanzan a buscar fósiles como locos. Un paso adelante y llegamos a 1972. Región de Afar, bordes del río Ledi. Un paisaje seco poblado de yermas colinas. Un secarral, para qué nos vamos a engañar. Después de un año de trabajos y excavaciones, un grupo de científicos encuentra el fósil de un homínido. Y lo celebran. Tanto, que vuelven al año siguiente, ya en 1974. En ese grupo se encuentra Donald Johanson. El objetivo es el mismo que el del año anterior: descubrir más restos fósiles. Pasan las semanas y la suerte no acompaña. Cartografía los terrenos, los recorre a bordo de un Land Rover… Nada. El tiempo se echa encima y la expedición no tardará en marcharse de allí. Un bulto llama su atención. Parece un hueso. Escarba, y el hueso resulta ser un antebrazo. Otro poco más, y ante sus ojos aparecen un hueso occipital, un fémur, algunas costillas y una mandíbula inferior. El equipo no se puede marchar. Aquello promete. Dos semanas más sacan a la luz el cuarenta por ciento del cuerpo del homínido descubierto. La tribu Afar, habitante de aquellas tierras, dará nombre al homínido, que se llamará Australopithecus afarensis. El equipo estalla de alegría ya en el campamento. Y es una mujer, nada menos. Lo celebran por todo lo alto. La música de la radio acompañaba. En especial, una canción, Lucy in the Sky with Diamonds, de Los Beatles. ¿Y por qué no? Se miran todos. El descubrimiento lo merece, y esa mujer tan especial no puede quedarse sólo con un nombre tan frío como científico.
Por eso hoy hace cuarenta y un años, más de tres millones de años después de morir, el mundo conoció a Lucy, uno de los homínidos más antiguos que conocemos.
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