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Bob Dylan: el polémico Nobel de Literatura

Por José Antonio Olmedo López-Amor , 14 octubre, 2016

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En conversaciones recientes con colegas del ámbito literario, ha sido recurrente y concordante por unanimidad, el comentario sobre la permisividad de la Real Academia Española en cuanto a la aceptación y uso de nuevos vocablos o variantes de pronunciación permitidos en la lengua castellana.

Es de sentido común aceptar hábitos lingüísticos según el volumen de sus hablantes. Entiendo, que ese proceso de actualización es necesario para oxigenar una herramienta que debería estar siempre bien lubricada. Pero también me parece obvio que una de las labores más importantes de un académico debe ser la preservación de la lengua, y no me refiero a esto con tintes conservaduristas, sino con el afán protector de quien cuida un tesoro y debe evitar su corrupción y devaluación.

Si estamos de acuerdo en que coexistimos en una sociedad que se cuestiona a sí misma la nobleza de sus valores, su catadura moral, su sostenibilidad y es modelo de exhibicionismo, opulencia y desencanto, ¿por qué permitir que modas tecnócratas adulteren ese código lingüístico que nos permite comunicarnos? ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por el uso y abuso de esa traslación desencantada y viciosa a los cauces de nuestra lengua?

Con cada golpe de revisión se introducen términos que chirrían tan sólo al leerlos para nuestros adentros. Absurdas «recomendaciones», efímeros cambios en el uso de la tilde que regresan a su estado original. Y a todo esto, en el camino van quedando para las hemerotecas libros y libros que en un futuro estarán mal escritos.

Ese desasosiego que sufrimos los comediógrafos, los polígrafos —para algunos, juntapalabras—, por ejemplo, es análogo al de los militantes de un partido político, al de sus votantes o al de un estudiante de la enseñanza pública. ¿Nos gobiernan los mejores políticos posibles? ¿O lo hacen quienes merecemos que nos gobiernen?

A la realidad española contemporánea no le preocupa que un muchacho que está pagando a duras penas sus estudios vea sus clases severamente recortadas por falta de profesorado, falta de tiempo material para ahondar en ciertos temas o por la polivalencia de un profesorado que no acude a sus clases —por ejemplo— para impartir seminarios en horario lectivo. No le importa que una persona de principios, noble y comprometida, se haya involucrado hasta las cejas en un proyecto político que abandera un partido que después de exprimirlo, le da la espalda. Por no hablar del votante engañado, empujado a la urna con mentiras que saquean sus bolsillos e insultan a su inteligencia.

No le importan a esta sociedad española demasiadas cosas capitales. Sin embargo, una mayoría aparente o una minoría sonorizada, no tarda en montar en cólera cuando alguien decide retirar una estatua o, en este caso, conceder el Premio Nobel de Literatura a un cantante.

Esa hipotética «Calle de la amargura» de la que hablaban nuestras abuelas y después, nuestras madres, es un destino melancólico de libre tránsito. El genio de Minnesota ya inmortalizó ese callejón en el histórico Highway 61 revisited (1965). Allí han ido, van e irán a parar aquellos inadaptados que no supieron luchar por cuanto merecían. “Desolation row” es uno de tantos entre los himnos de Dylan, poeta, pintor y, por qué no, merecedor de cualquier premio. ¿De qué sirve discutir si a un pintor le entregan el Premio Nobel de Física? Ambos hacen poesía.

 A estas alturas, no me extraña un ápice que la verdadera belleza pase desapercibida, incluso al supuesto especialista en reconocerla. Aquí, el verdadero reconocimiento, a pocos llega; lo demás es moneda de cambio.

Bravo, Bob. A veces las cosas llegan cuando menos se necesitan. Sigue en la incandescencia tu gira interminable. Porque la pintura no sólo está en los cuadros.

«Casanova está siendo castigado
por ir a la calle de la desolación. A medianoche todos los agentes
y la banda sobrehumana
salen y acorralan a cualquiera
que sepa más de lo que ellos saben
luego los llevan a la fábrica
donde la máquina de ataques al corazón
es atada sobre sus hombros.
y entonces el queroseno
es traído de los castillos
por los hombres del seguro que vienen
y controlan que nadie se está escapando a
de la calle de la desolación».

Bob Dylan

Desolation row (Highway 61 revisited, 1965).

 

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