Breves anotaciones sobre el miedo
Por Fermín Caballero Bojart , 18 diciembre, 2014
Que Sabina tenga miedo sobre un escenario, si realmente tembló, puede tener tantas lecturas como oficialmente el cantante haya podido facilitar. Ya sabemos cómo se derrumba Pastora Soler. De nuevo el pánico parece la causa. Hay ejemplos menos cercanos, Cristina Aguilera (The Voice, 2013) o Whitney Houston (O2 Arena de Londres, 2010), que apuntan en la misma dirección. En el caso de la norteamericana, parte del público reclamó la devolución del importe de las entradas. Y más lejos nos queda ya la anécdota de Fernández Ochoa (“Paquito”). Para matar esos eternos minutos en los instantes inmediatamente previos a su actuación en el slalon especial de los JJ.OO de Sapporo’72, se tomó, según declaró años después, un Rioja.
A mediados de los noventa los equipos europeos de fútbol que visitaban el estadio Santiago Bernabéu para enfrentarse al Real Madrid salían goleados, rozando el ridículo, al parecer más por la épica del empeño merengue que por el mal juego del amilanado rival. Y deportivamente quedaba inaugurado el miedo, como pánico a la derrota ridiculizada, el miedo escénico. Jorge Valdano se encargó de acuñarlo con la Quinta del buitre y de inmortalizarlo en sus Cuadernos de fútbol.
Lo dejó escrito también Ernesto Sabato en ese compendio de interrogantes literarios que fue y es El escritor y sus fantasmas, “en cualquier lugar del mundo es duro sufrir el destino del artista”. Así las cosas, frente a una hoja en blanco, el escritor tiembla, enmudece y probablemente, como en el best seller de Joël Dicker, La verdad sobre el caso Harry Quebert, necesitará una terapia especial para sobrevivir al éxito al intentar volver a la senda que le llevó a la fama tras una brutal crisis por falta de inspiración.
Contratos millonarios, público entregado, conciertos, partidos, éxitos deportivos, fruto del genio, del entrenamiento duro, del arte, del don que uno lleva dentro y que le lleva a ser el mejor. Hasta que algo falla. Un buen consejo para comprender ciertos comportamientos asociados al miedo, desde el punto de vista clínico, es leer a José Antonio Marina en Anatomía del miedo (Anagrama, 2006).
Somos vulnerables pero sobrevivimos a la indómita naturaleza animal por nuestra condición humana. Encontrar respuestas de lo que a lo largo de la historia de la humanidad el hombre ha intentado descifrar como temor, pavor, pánico o fobias, como comportamientos de defensa ante lo que identificamos como una experiencia de resultados previsiblemente nefastos para nuestra integridad física sigue siendo tarea de eruditos científicos.
Incluso los policías tienen miedo. Nadie es capaz de dominarlo, salvo lesión cerebral de la amígdala. Y es la inexperiencia acumulada la que puede traicionar a los agentes. No es suficiente un arma. Olvidan el seguro de la reglamentaria en pleno tiroteo. Van al triple de pulsaciones. No recuerdan que llevan el chaleco antibalas en el maletero. Son incapaces de ver, incluso de oír a su compañero de patrulla en un tiroteo. Experiencias recogidas por el instructor profesional de tiro Ernesto Pérez Vera y el psicólogo Fernando Pérez Pacho en su obra En la línea de fuego (Tecnos, 2014). Seguro que los atracadores también sufren de pavor y aunque parezcan entrenados por una vida perra para vivir situaciones límites, no tienen el adiestramiento de tiro que puede tener un policía.
Y los militares, ¿por qué no?, también padecen ataques de pánico, pero su entrenamiento parece que les otorga seguridad suficiente como para continuar el avance hacia tropas enemigas. Henry Fleming, el joven y pusilánime soldado al que Stephen Crane le hace portador de la bandera, en El rojo emblema del valor, para superar su cobardía, acaba por darnos una pista para derrotar al miedo: El heroísmo.
Al héroe le caracteriza su valor, su templanza ante el enemigo. Ante uno mismo y ante los demás (público). Y lo complicado parece mantener vivo ese rasgo. Saber alimentarlo con el paso de los años no es tomarse un Rioja en lo alto de una montaña, ni llevar la bandera de una nación, ni entrenar con el mejor equipo, o ensayar duro cada día. Parece que hay que tener algo más que experiencia. Si no, el miedo, al final del acto de la vida puede con el moribundo. Cegándole incluso con el mejor arma en la mano: La fe en uno mismo.
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