Entrevista con el hombre [hu]eco: Luis Torrecilla Hernández
Por David Acebes , 26 agosto, 2014
Luis Torrecilla Hernández (Cañizal, Zamora, 1953) es autor de numerosos libros de divulgación histórica, entre cuyas obras cabe destacar Niñez y Castigo. Historia del Castigo Escolar (1998), Valladolid: femenino singular. Semblanzas en la niebla (2006) o Escuela y cárcel. La disciplina escolar en el contexto del mundo carcelario en la España del siglo XIX (2008). La novela Punto de mira es su primera incursión en el campo de la narrativa.
A propósito de… Punto de Mira.
Punto de mira, de Luis Torrecilla Hernández
En fechas recientes, Bauman ha reflexionado sobre el concepto de «vigilancia líquida». Preso de las redes sociales, el hombre postmoderno se vigila a sí mismo. ¿No es en parte esta visión panóptica de la realidad, donde todos estamos en el «punto de mira», a la que aludes con el título de tu novela?
Internet y las redes sociales han convertido nuestro mundo en una aldea global donde a golpe de clic podemos poner nuestro «punto de mira» en cualquier ciudadano. Las ventanas, mirillas, cerraduras y gateras por donde fisgoneaban nuestros antepasados son hoy las omnipresentes pantallas digitales de nuestras casas. Como entonces hoy también podemos utilizar nuestra «mira» para delatar, calumniar, sospechar…Nada es nuevo bajo el sol. Ha cambiado la dimensión de la aldea pero no la antigua práctica de vigilarnos unos a otros. Pero lo preocupante no es que todos estemos en el «punto de mira» sino la veleidad de la mirada que puede en cuestión de segundos hacer que alguien pase de héroe a canalla, como ocurre en la novela.
Pese a que Punto de mira supone tu primera incursión en la narrativa de ficción, has conseguido una novela redonda y sorprendente. Con un lenguaje arcaizante, te deleitas en las metáforas descriptivas. «La polvareda nos alcanzó, al fin, engulléndonos entre sus fauces». Intuyo cierto afán provocador en el hecho de escribir una novela lírica en una época tan prosaica como la nuestra…
Todas las épocas, también la nuestra, necesita de territorios propensos al lirismo. Quizás hoy sea más necesaria que nunca esa apuesta por lo metafísico, por lo onírico, por lo poético. Ernesto Sábato decía que “el hombre es mito, es símbolo, es sueño, es pasión, es sentimiento. La parte más importante del hombre es irracional”. Lo lírico se convierte así en un refugio imprescindible, en una toma de oxígeno necesaria para quienes se encuentran sumergidos en una visión prosaica del mundo.
Por otro lado, abunda en tu novela el apunte escatológico. Nada más comenzar, leo un párrafo que bien podría haber sido escrito por el propio Quevedo: «Como respondiendo a una llamada ancestral incrustada en lo más profundo de sus entrañas, la mula, aminorando el paso, comenzó a aliviarse por la grupa, expulsando unos cagajones húmedos y calientes que prolongaban aquel vertedero de una forma lineal y discontinua». Esta forma de narrar, punzante y divertida, entronca tu novela con la gran novela pícara del siglo áureo…
Lo escatológico estaba muy presente en el ochocientos. Las calles de ciudades, villas y aldeas eran muladares donde se arrojaba todo tipo de inmundicias. Los ministros italianos de Carlos III quisieron poner orden y limpieza a tanta basura y salieron derrotados en el intento. Era aquélla una basura que se veía y olía por doquier –las calles de las grandes ciudades se reconocían por su peculiar olor- pero hoy es una basura de orden moral que ataca a los valores y a las creencias y que enfanga al hombre moderno hasta dejarlo inane y sin capacidad de reacción. El lingüista peruano Marco Aurelio Denegri habla de la “cacosmia” y del “enmierdamiento televisivo” y otros autores afirman que estamos en una “sociedad excrementista” porque todo lo que se consume se expele.
En efecto, aunque Punto de mira se encuentre ambientada en la Castilla del siglo XVIII, has sabido vislumbrar muchos paralelismos con lo que está sucediendo en la actualidad. En tu novela, los personajes de la trama respiran una atmósfera asfixiante, soporífica, la atmósfera típica de una sociedad en crisis. Por otro lado, la juventud, esa fracción de población en la que recae el deber de protesta, se ha vuelto conformista y tiene pocas ganas de luchar…
La misión de todo escritor es recordarle a la sociedad, sobre todo en época de crisis, cosas que borra porque la incomodan. Hay una tendencia preocupante a olvidar el pasado pero, como dice el escritor sueco Johan Theorin, el pasado siempre vuelve. Esa atmósfera asfixiante, soporífera donde el pensamiento se agosta y acomoda, y que paraliza a la juventud actual, viene de lejos. Unamuno afirmaba que en la historia de España hay una presencia continuada y asfixiante que ha aplastado y deformado el pensamiento, el cual se ha visto forzado a acomodar palabras e ideas a un clima de continua sospecha y delación. Al ser derrotado el “espíritu crítico” que buscó la ilustración, el español se refugia desde entonces es un conformismo paralizante y estéril.
En Punto de mira, su protagonista se considera discípulo fiel del ingeniero francés Carlos Lemaur, encargado del proyecto del Canal de Castilla, y al que homenajeas, a través del recurso de la «analepsis mental». Con esta técnica, repetida a lo largo de toda la novela, el protagonista expone un tipo de filosofía ilustrada que contrasta fuertemente con el oscurantismo y el retraso de la sociedad castellana del siglo XVIII…
El único contacto con el mundo exterior que tenían quienes vivían en el mundo rural en el ochocientos -y que era la mayoría de la población- les llegaba por los predicadores cuaresmales o por los forasteros que arribaban a posadas o mesones. Los primeros, en un excesivo afán evangelizador, fomentaron la delación y la sospecha y contribuyeron al control social mediante la exigencia de una confesión general, los segundos que traían alguna idea moderna del exterior fueron férreamente vigilados por las justicias de las villas. Solamente un forastero que hubiera estado en contacto con un ilustrado como Carlos Lemaur -a quien dicho sea de paso se le debe un homenaje- que había colaborado con los enciclopedistas franceses y que se hallaba adornado con las virtudes de la templanza y la sabiduría -basta con leer sus diarios para confirmar la veracidad de lo afirmado- podría llevar a las villas y aldeas algún atisbo de pensamiento ilustrado.
Para terminar, quiero resaltar la frase que más me ha gustado: «Ser de otro lugar nunca debería ser delito». Hoy en día, con el repunte de la xenofobia y los casos de racismo más soeces, bien podría servirnos como eslogan de cabecera…
La xenofobia está muy presente en la novela. Cadalso en sus Cartas Marruecas escribió: “el hidalgo de aldea…no saludará al forastero que llega al mesón aunque sea el Provincial de la provincia o el Presidente del primer tribunal de ella”. Era aquella una xenofobia aderezada con el orgullo y la soberbia del hidalgo venido a menos y con la vanidad de los ricos labradores a quienes se llamaba entonces “gallos de aldea”. Pero la xenofobia es un sentimiento universal presente en todas las sociedades y en todas las épocas. La escuela etológica habla incluso de la xenofobia como algo innato a la condición humana. Ese recelo ante el extraño, ese temor ante lo desconocido, ese miedo ante quien es ajeno a la tribu y que ha dado pie a todo tipo de exclusiones y nacionalismos también se haya presente en muchas de los países llamados democráticos. Basta ver el recibimiento que seguimos dando a los emigrantes o a quienes se juegan la vida cruzando el mar o saltando vallas para darnos cuenta de que la xenofobia sigue acampando a sus anchas entre nosotros.
Título: Punto de mira
Autor: Luis Torrecilla Hernández
Género: Novela
Editorial: Éride ediciones, 2014
ISBN: 978-84-16085-44-6
Páginas: 183 págs.
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