Buenas malas madres
Por David Alfaro Simón , 6 febrero, 2017
Se ha puesto de moda ser “mala madre”. Abordar las redes sociales con sinceridad absoluta diciendo que los hijos no son tan bonitos como los pintan, que no es el verdadero umbral de la felicidad, que sesgan tu vida y la dejan como a ti: agotada y cariacontecida. De los padres no se habla: no sabe, no contesta (lo cual es alarmante a todos los niveles). Parece que todo viene de la periodista Samanta Villar, a la cual han breado y alzado a los altares a partes iguales por decir que ha perdido calidad de vida y ponerlo negro sobre blanco en un libro que seguro será un éxito de ventas: `Madre hay más que una’, con cuyas ganancias probablemente pueda recuperar su status de mami aristocrática con tiempo libre para jugar a ser la tita enrollada con sus propios hijos. El caso me ha recordado a aquella frase de Secretos del corazón en el que el abuelo se refiere a su hija diciéndole sobre su nieto: “Eso, pega al niño cuando dice las verdades”.
Tengo la impresión —que no puedo llegar a confirmar— de que ha aprovechado el tirón del libro de 2016 ‘Madres arrepentidas’ de la socióloga israelí Orna Donath, la cual entrevistó a 23 mujeres que se arrepentían de ser madres como muestra de un segmento de la sociedad que sí existe y quitarles un poco el halo de monstruos que suelen colocarles otras madres. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, Samanta saca su propia experiencia a la venta: Cómo ahora no es tan feliz por haber tenido mellizos de una ovodonación a los 41 años. Alucinado quedo. Creo que el mero hecho de poner las frases juntas ya hacen que se explique todo el asunto por sí solo. ¿No podía sospechar que tener un hijo —que siempre pueden ser dos— a una determinada edad la iba a dejar agotada, consumida y sin energía? ¿Pensó quizá que los bebés se preparaban sus propios cachopos deconstruidos después de ver MasterChef junior? ¿Puede haber algo más horrible que vender tus propias experiencias? Sí, puede haberlo, ser insultada por ello y carne de chiste fácil y comentario barato de influencers o columnistas de poca monta que sólo quieren llamar la atención.
Y para eso estamos. Por ello, servidor opina que la felicidad hay que buscarla en las cosas que haces, no hacer las cosas por buscar felicidad. Yo soy padre para dar una vida, la ocasión cojonuda de que una persona tenga momentos maravillosos por los que merece la pena vivir, para educarle y darle forma en la medida de lo posible y acompañarle cuando buenamente pueda. Luego, dentro de esa experiencia, espero que haya muchos momentos de felicidad y otros muchos de angustia, pero sé perfectamente que es una decisión irreversible y que no tiene por qué ser festiva y alegre. Aunque no pueda compararse lo voy a comparar: si estás con tu mujer viendo un canal apestoso un martes por la noche después de un día de mierda, no te pones a pensar en si tu amigo soltero que vive en Málaga y toca la guitarra se estará acostando en ese preciso momento con una chavala de la zona ávida de experiencias. No te da por pensar en qué mierda de vida llevas porque a los 19 años te emborrachabas los martes y acababas bañándote en una fuente con un cartel gigante de prohibido bañarse en la fuente. No. Has cambiado de vida, sabes que la vida se mueve hacia delante y que cambia. Por eso, sencillamente, le das la mano a tu mujer, haces un chiste, le acaricias la espalda mientras ella te toca el pelo… Buscas felicidad en algo que no la trae consigo per se: la rutina.
Claro que puedes ser tía (o tío) y sólo jugar y reír y pasarlo bien, pero quizá si es una persona a a la que quieres, no te importe pasar malos momentos a su lado, acompañarle en el viaje, ver el sacrificio como algo positivo. Imagino que algo así debe hacer la gente con el running ahora que todo el mundo lo practica; Samanta seguro que ya no. No tiene tiempo para ello. Le mola ser tita enrollada. Ser tía es como vivir sin responsabilidades, a tu bola, sin problemas que importunen tu ocio, ese tipo de gente a la que le encanta disfrutar de la intensidad de la vida, de lo nuevo, de lo positivo, del arreón de endorfinas que supone cada una de sus actividades, pero que si luego tiene que ir al hospital y hay que acompañarla, siente que quien vaya con ella, en realidad, le está haciendo un favor. Porque en el hospital, por desgracia, no reparten endorfinas. Aun así, no me preguntéis por qué, siguen estando atestados.
En definitiva, me parece igual de obtuso hacer creer a todo el mundo que un hijo es lo mejor que te va a pasar en la vida por el artículo 33 o que tenerlos va a hacer que tu vida se contraiga de tal manera que termine por asfixiarte. Como en todas las cosas de la vida, cuanta más coherencia apliques a la toma de decisiones y más empeño le pongas a que todo funcione, mejor te irá, seas madre, toques la guitarra en Málaga o escribas libros que pretenden el escándalo gratuito. Bueno, gratuito no, a 17.90€ cada ejemplar.
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