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Caspa televisiva

Por Fernando J. López , 15 agosto, 2014

Son tiempos de caspa, de regresión, tiempos de sábados a lo José Luis Moreno (él los llama sensacionales en  una perversión antonímica del adjetivo) y de subcultura diversa alimentada, entre otros factores, por ese alud nostálgico de cuanta horterez ochentera (porque sí, aún sigue vivo el «EGB revival») se cruza en nuestro camino.

Y lo peligroso de tanto mirar hacia atrás es que, más acabamos volviéndonos sal, y sal muy gruesa, incapaces de avanzar hacia nuevos modelos y perpetuándonos en una catetez y cortedad intelectual que creíamos -oh, ingenuos- ya superada. Así que nuestra televisión pública -sí, esa que pagamos entre todos- decide que es hora de perpetuar sus modelos rancios no solo en el contenido de sus programas sino, también, en el modelo social que imponen.

Ese es el caso de «¿Quién manda aquí?». su nuevo concurso familiar con el que, no sé si por pura estrategia de marketing o como un intento cavernario más, prohibían la participación a familias monoparentales y parejas gays. Al final, ante la presión popular, han rectificado, así que han conseguido que un concurso que parece un indeseado cruce entre «Qué apostamos» y «Los Serrano» se convierta, antes de su estreno, en un formato que se espera con cierta (maliciosa) expectación. Quizá no sean tan maquiavélicos y ni siquiera lo hayan planteado como una peculiar campaña promocional. No, quizá es que nuestra televisión pública -como nuestro gobierno y la iglesia, entre otros ejemplos de contemporaneidad- sigue creyendo que las familias son la suma de una mujer, un hombre y uno o varios niños, sin tener en cuenta la realidad social que da cuenta de que el concepto de familia es cada día más cambiante, más heterogéneo, más diverso. Debo de ser yo, que como trabajo en esto de la escritura y de la enseñanza, conozco a demasiada gente rara, porque el 90% de las personas que me rodean no encajan -qué extraño- en ese modelo.

Personalmente, estoy cansado de explicar que hay tantas formas de familias como de individuos, pero pese al hartazgo que me provoca tener que razonar con quienes se empeñan en ver la realidad desde un único -e inflexible prisma-, no dejo de hacerlo. Quizá porque soy consciente de que si nos callamos, serán ellos quienes ganen la partida. Lo que me preocupa es que hagamos todos mucha más presión ante un concurso televisivo que frente a los acosos cotidianos, casi invisibles. Esas realidades homofóbicas que existen, que todos conocemos, y de las que no se habla. Porque da miedo convertirse en víctima. Porque se teme la visibilización.

Y me pregunto si los titulares de los medios LGTB nacionales e internacionales no deberían revisar también sus contenidos y sustituir su (manido) catálogo de buenorros y divas habituales (pero de eso mejor escribo otro día, que da para mucho) y dedicar más líneas a noticias de verdadero calado y compromiso. Pero sus Tom Daleys en bañador o su preocupación por si hay o no hay más o menos sexo gay en «True Blood» o en «Juego de Tronos» son el equivalente casposo de aquellos desfiles de bañadores que nos regalaba Moreno tiempo atrás (¿volverán en la nueva etapa?). Poco ruido hacen en otros temas y mucho en el folclore más propio de revista preadolescente que de medio comprometido.

De momento, ante la pregunta de «¿Quién manda aquí?» (bonito título que perpetúa otros tantos estereotipos sexistas, por cierto), solo tengo una respuesta. Aquí, de momento, manda la mediocridad. Y la caspa.

O eso parece.

 

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