Cosas de la Reconquista
Por Víctor F Correas , 20 enero, 2015
Lo que pagaría servidor de vosotros por estar allí presente, en el Alcázar de Córdoba, contemplando la escena.
A un lado, visiblemente impaciente, un tipo que se hacía llamar Cristóbal Colón y que decía ser marino. La pareja en cuestión la componían dos mozalbetes llamados Fernando e Isabel, rey cada uno de los territorios más vastos de la Península Ibérica ―él lo era de la Corona de Aragón y ella, de la de Castilla―, y que se decidieron por fin a dar audiencia al tipo extraño con tal de oírle. Se escuchaba por los pasillos del Alcázar que el tal Colón conocía de mares. Sabía del asunto. De navegar, vadear mares y abrir rutas marinas. Tenía una idea en la cabeza, y así se la había expuesto al rey de Portugal tiempo atrás; una moto de las que llaman la atención: una ruta para llegar al Cipango ―el Lejano Oriente―pero navegando hacia Occidente. Una alternativa más rápida y menos costosa. Pues eso, una moto, pensó Juan II. «A los españoles con ese cuento». Y por eso estaba ahí el citado Colón, al que la real pareja observaba con algo de extrañeza. Le habían concedido audiencia después de mucho insistir.
―El rey Juan casi lo corre a gorrazos. Por loco, dicen.
Las palabras que Fernando dedicó al oído a su mujer, Isabel, apenas surtieron efecto en ésta. Lo miraba fijamente, casi sin pestañear. El marino permanecía impertérrito. «Ayudaré a vuestras majestades a abrir nuevas rutas, a tomar posesión de nuevas tierras». Las palabras de Cristóbal Colón resonaban en la cabeza de la reina. Se podía atisbar un extraño acento en ellas, no debía ser natural de la Península, pensó Isabel, pero parecía firme. Y muy convencido de sus ideas. Fernando, no tanto.
―Aún hay que echar a los moros de Granada. No deberíamos perder el tiempo en un sujeto como este.
―Deberíamos, deberíamos… Habrá que darle la oportunidad.
―¿A este loco?
―¡Fernando, por Dios!
Isabel respondió a su esposo sin mirarlo. No apartaba la vista del marino, que murmuraba palabras ininteligibles para el regio matrimonio en su lengua natural. Otros como el de Portugal, Porca miseria la mía, va fanculo y cosas parecidas. Y lo que tardaban en decidirse. Les había contado su proyecto, en qué consistía, posible coste e incalculables ganancias. Y nada, ahí seguían los dos; lo tenían en vilo. Hasta que vio cómo ella se dirigía ahora a su marido, también al oído. El otro asintió, y entonces se dirigió al marino:
―Nos interesa su proyecto, señor Colón. Pero necesitamos tiempo. Comprenda vuestra merced. La Reconquista y esas cosas.
«La Reconquista», bisbiseo Colón con gesto adusto.
―¿Y cuánto?
Isabel se encogió de hombros. «Entiendo», musitó Colón mientras se retiraba de la sala donde lo había recibido la augusta pareja. Hasta más ver.
Hoy se cumplen 529 años de que Colón entrara a formar parte del servicio de los Reyes Católicos, ante cuya presencia se presentó en Córdoba. Habría de esperar seis años para ver hecho realidad su proyecto. Seis años en los que las llegó a pasar putas. Pero putas de verdad. Cosas de la Reconquista.
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