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De la Filología y otras perversiones

Por Fernando J. López , 19 marzo, 2014

“¿Filolo-qué?”

Mi primera salida del armario fue académica. No sexual. Nadie podía entender que un chico que sacaba diez en todo -sí, porque uno era así de repelente, qué le vamos a hacer-, quisiera estudiar Letras y, para colmo, puras.

“¿Latín y griego? ¿En serio?”

Incluso me enviaron a una periodista de El País para entrevistarme cuando saqué la máxima nota en Selectividad y me empeñé en continuar por el camino de la Filología contra la opinión de quienes estaban convencidos de que estaba -literalmente- echándome a perder.

Todos lo pensaban… Menos él. Cuando alguien le insistía a mi padre en que me convenciera para que siguiera su camino y cursara, como él, alguna ingeniería -eran los años del boom tecnológico, de la eclosión de los móviles que nos cambiarían la vida a todos-, él se limitaba a sonreír -con esa sonrisa suya capaz de enamorar a cualquiera- y a decir que ese no era ni iba a ser mi camino. Que su hijo había salido escritor, y humanista, y que él estaba orgulloso y feliz de ello. Sus amigos y familiares, por supuesto, no lo entendían, pero a él le daba igual. Supongo que en esa actitud suya es donde encontré el ejemplo para no dejarme llevar por los juicios ajenos. El modelo de una independencia de la que, desde hace años, hago mi única bandera.

Poco después tuvo que afrontar, cómo no, mi segunda salida del armario. Esta vez sí que era sexual y me senté junto a él para hablarle, lleno de inseguridades y miedos, de mi primer chico. “Ahora me siento aún más orgulloso, si cabe, al ver la confianza que tienes en mí”, me respondió. Un abrazo, un adelante y una sensación de complicidad infinita. Eso fue todo. Por eso, cuando llegó el que hoy es el hombre de mi vida, no tuve ningún reparo en presentárselo, en integrarlo en un día a día familiar donde siempre he tenido el espacio para ser quien he querido ser. Para ser quien intento llegar a ser.

No soy padre  -ni creo que llegue a serlo: no entra en mis planes de futuro-, pero si lo fuera querría ser como él. Igual de tolerante. Igual de abierto. Igual de dispuesto a dejar que la personalidad de mis hijos crezca más allá de la mía y se haga firme y fuerte desde su diferencia. Y es que si hoy soy escritor, si hoy estoy felizmente casado con mi chico, si hoy tengo la energía para hacerme visible  y ejercer el activismo en todos y cada uno de los frentes de mi vida -sin bajar jamás la cabeza- es gracias a él. Así que, aunque no sea nada afín a estos días marcados por los centros comerciales, este 19 de marzo sentía que debía escribirle unas líneas. Porque a veces es necesario expresar lo evidente. Porque cuando callamos las emociones perdemos la ocasión de revivirlas. Y no son tiempos en los que podamos permitirnos semejante desperdicio sentimental. Ahora, menos que nunca.

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