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Decalvar

Por Oscar M. Prieto , 25 mayo, 2016

Tendemos a menospreciar nuestros límites, nuestra capacidad de resistencia, de aguante. Decimos: este es mi límite. Hasta aquí he llegado. Y creemos que no podemos dar un paso más. Convencidos de que nuestro límite no soportará una campaña electoral, nos sorprendemos por ser supervivientes. Pero insistimos. Este sí que es nuestro límite, aguantar una campaña electoral. La vida, sin embargo, siempre nos da ocasión de ensanchar nuestros límites, de ponernos a prueba, y aquí estamos, nos vemos, seis meses después, a las puertas de una segunda, repetida y como tal doblemente cruel, campaña electoral. Estamos tocando fondo, como dijo el poeta Gabriel.

Uno de los elementos fundamentales de todo sistema político es establecer un procedimiento para la sucesión en el poder. La mayoría de las guerras civiles a lo largo de la Historia se deben a que esta cuestión no estaba bien resuelta. Hay métodos de lo más variado, desde el que reine «el más fuerte», de Alejandro Magno, a los más tradicionales de la sucesión hereditaria, de la elección por el consejo de sabios o de nobles, el que saque la espada de la roca o resuelva como Edipo el enigma, en otros casos la sucesión le corresponde al más anciano e incluso puede elegirse por insaculación, es decir, extrayendo de un saco el nombre del sucesor. Nosotros hemos optado por el método de las elecciones, asumiendo con ello la campaña electoral.

Los visigodos tenían otros métodos más expeditivos: Eurico sucede a Teodorico II asesinándolo; Teudis asesina a Amalarico y a su vez él también muere asesinado, como Teudiselo –éste en un banquete-– o Aquila, por los suyos, igual que Witerico y Sisebuto envenenado. Pero me interesa más ahora, la manera que tenían de inhabilitar para reinar: la decalvación, es decir rasurar totalmente el pelo. Si a uno le cortaban el pelo y le ponían los hábitos de penitente, como a Wamba, ya no podía reinar.

Y digo yo, si cogiéramos a nuestros cuatro gallos del corral político y los decalváramos, les pusiéramos los hábitos y los mandáramos a un monasterio ¿no quedaríamos todos un poco más a gusto? ¿Se los imaginan? Necesito del humor, si no, no creo que soporte otra campaña electoral.

Salud.

www.oscarmprieto.com

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