Después de mí, nada
Por Víctor F Correas , 17 septiembre, 2015
Debe de ser triste ser rey y palmarla sabiendo que tras de ti dejas el desierto, nada.
Sí, tienes un hijo que heredará un territorio, tus posesiones; que, por mucho que hayan mermado respecto a las que tu padre te legó, siguen siendo importantes. Por eso debe de ser duro estar postrado en la cama, esperando la cita con la parca, que nunca se retrasa, -llega cuando tiene que llegar. Para eso es la que dicta las normas, las suyas-, y ver a todos los que te rodean con cara de pena. Por tu muerte, sí, que esas cosas inducen al dolor, pero también por lo que viene. Y lo que viene es un solar de proporciones incalculables; un desafío por el que nadie en la corte apuesta ni un mísero maravedí. Y en esas, tú también lo ves. Ahí, frente a ti, a esa personita sobre cuyos hombros recaerá la tarea que te ha mantenido ocupado durante los últimos cuarenta y cuatro años de vida; la que tu padre te legó esperando que la engrandecieras. Que sí, que la cosa estaba difícil, que con tu padre ya lo estaba y tú no has conseguido enderezarla. Pero tu hijo… Ni tan siquiera tu esposa, que deberá ser quien te sustituya hasta que aquél tenga la edad y el conocimiento justo para hacerlo. Edad, quizás, pero conocimiento…. Una, demasiado joven e inexperta; y el otro, débil física y mentalmente. Ese es el futuro. El que le espera a las tierras que gobiernas y que ahora quedarán en sus manos. Por eso debió de ser triste palmarla para Felipe IV, que hoy hace trescientos cincuenta años se marchó de este valle de lágrimas dejando el trono en manos de la regente Mariana de Austria hasta que su hijo Carlos II alcanzó la mayoría de edad. La casa de los Austrias seguía su imparable cuesta abajo, y ahora se aceleraba a lo bestia camino de su accidente final.
Muerte de Felipe IV.
Así comienza el repaso a este diecisiete de septiembre que nos deja otro hito en la historia de este país que, otrora, fue uno de los mayores imperios jamás conocidos. Imperio a vigilar de cerca para que nadie se desmandara ni abandonara la ortodoxia dominante. Para eso estaba Sixto IV, que tal día como hoy hace quinientos treinta y cinco años expidió una cédula a los Reyes Católicos para establecer un tribunal de la Santa Inquisición en sus dominios. Se dice que el Papa se resistió hasta el final, que no quiso firmar tamaña barbaridad sabiendo lo que suponía, pero las presiones del rey Fernando fueron mayores. También le agradeció el gesto Tomás de Torquemada, primer inquisidor de Castilla y asimismo de Aragón posteriormente, quien veló a partir de entonces por la rectitud y cristiandad de los súbditos de sus católicas majestades. Que nunca se nos puede dejar solos.
También hoy hace doscientos veintiocho años se firmó en Filadelfia el texto de la Constitución estadounidense. Los firmantes, George Washington, Benjamín Franklin y otros treinta y seis constituyentes más. El ya famoso preámbulo –“We, the people… (Nosotros, el pueblo)”.- da paso a los siete artículos que la componen. No entró en vigor hasta el año siguiente, 1788, tras ser ratificada por todos los estados federados.
Y sin salir de los EE.UU, hoy hace treinta y siete años que se firmaron los acuerdos de paz de Camp David entre Jimmy Carter, presidente de los EE.UU, Anwar el-Sadat, primer ministro de Egipto, y Menagem Begin, que lo era de Israel. Un acuerdo de paz entre Israel y sus vecinos árabes. Sadat y Begin serían galardonados con el Nobel de la Paz ese mismo año. Lo de verdad, el problema, el de siempre, sigue ahí. Como siempre.
Y en el mismo día que, hace setenta y seis años, Rusia invadió Polonia, Frida Khalo sufría un accidente de autobús en Ciudad de México. El accidente ocurrió hace ochenta y nueve años, y Frida nunca se recuperaría de las heridas provocadas por el choque del autobús en el que viajaba contra un tranvía.
Sed buenos.
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