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EL ALMUERZO DESNUDO. DAVID CRONENBERG. 1991

Por Francisco Collado , 26 septiembre, 2023

 

 

“Nada es verdad, todo está permitido”.

 Hassan i Sabbah. Líder de los Hassassins

Los acerados garantes de la salud mental y anímica del hispano medio, decidieron en su día que un experimento lisérgico y desquiciado como “El Almuerzo Desnudo”, no podía estrenarse en una sociedad garbancera y deficitaria psíquicamente como la nuestra. Las salas tardaron en mancillar sus pantallas con este arrebato surrealista, para el que los españoles no estaban capacitados. Una obra remotamente inspirada en uno de los abanderados del movimiento Beatnik (aunque los mismos integrantes del concepto beat, rechazaron el termino por despectivo). En “El Almuerzo Desnudo” se encuentran todos los estilemas del Cronenberg más desquiciado: evisceraciones, organismos purulentos, mirada forense, enfermiza sobre la sociedad, la “nueva carne” y lo enfermizo como estética.

También contiene el potencial visual y narrativo, que convierte sus malsanas propuestas y narraciones quirúrgicas, en obras notables para un culto soterrado y fervoroso. Aquí el estilo “cronenbergniano” está llevado al paroxismo. De la mixtura de dos iluminados (vía LSD o similar) como el ínclito William S. Burroughs, y el director canadiense, tan solo podía nacer una pesadilla malsana y superlativa en los límites de la razón. “El Almuerzo Desnudo” es un latigazo literario similar al Ulises de Joyce, Una obra de personalísima narrativa, presuntamente inadaptable fuera del lenguaje literario.

La perspectiva del director se aproxima a la novela desde el proceso de gestación, como un falso biopic de ardua digestión. Esta es la obra seminal del literato, una pesadilla que, junto a sus otras obras y su vida desordenada, le condujo a ser gurú involuntario de todo lo que eclosionaría después. Realidades tan disímiles como Andy Warhol, Easy Ryder, The Beatles, The Doors y el movimiento beatnik, serían consecuencia de estas continuas alteraciones opiáceas. El enfoque cinematográfico adopta el disfraz de unas matriovskas, esas muñecas rusas que van ocultándose (o destapándose) por capas. Una perspectiva que requiere espectadores esforzados, para adentrarse en la metaliteratura que subyace bajo la piel fílmica El autor basa su propuesta en unas interpretaciones sobresalientes, especialmente Peter Weller y Judi Davis. Todo el elenco consigue transmitir una sensación de ajenidad, un ramillete de confusas e inquietantes vivencias.

Lo consiguen basando su discurso en primeros planos gloriosos y contención emocional. Sobresalientes también el inquietante Julian Sands (Boxing Helena) y Roy Scheider (Tiburón, All That Jazz), que aporta cinismo histriónico y humor negro, a un entorno rodado con una fotografía esplendida (Peter Suschitzky) con predominios en la paleta cromática de ocres y amarillos. Óleo  en celuloide para un universo de pesadilla. El entorno fílmico está salpicado de generación beat.  Desde las alucinatorias notas de jazz que Howard Shore mimetiza con el entorno psicotrópico, pasando por la adicción a esa droga-insecticida, hasta la particular (y sórdida) perspectiva de las relaciones homosexuales.

La secuencia en que Judi Davis muere de un disparo jugando a Guillermo Tell, es reflejo de un hecho real en la vida del autor, que mató a su propia esposa. Los anacronismos también forman parte inherente de esa sociedad malsana, donde el vestuario de los años 50, anclado en el “noir” más clásico, se mezcla con tecnologías posteriores o añadidos personales (insectos que hablan, metamorfosis) para conseguir un intrauniverso alucinógeno, de diseño espectacular (callejas árabes imposibles, almacenes de droga biológica). Este “Naked Lunch” (título sugerido por Jack Kerouak) es un desayuno sin retorno. Un mosaico contracultural de “colocones”. Un descenso a los dominios de lo lisérgico. Tierra de nadie a cuyo descenso nos invitan los autores. La principal acusación que ha recibido la película de parte de los exegetas de lo políticamente correcto, es su carencia de “argumento”.

La intrahistoria de este mundo pesadillesco pasa por encima de narraciones lineales y capítulos al uso. Requiere complicidad para adentrarse en un universo puramente visual y sensorial. De lo contrario para el espectador habitual, se convertirá en una “pesadilla” en sentido estricto. Una vez que te sumerges en Interzona, (remedo de la “Zona Internacional” creada para Tánger en 1923), nada vuelve a ser igual. En los 40 y 50, cuando Burroughs y otros artistas vivían, esa zona tangerina aún existía. Nacido del delirio narcótico; sin duda; de ambos autores, todo el entorno contribuye a crear una realidad paralela. Desde el soberbio (y alucinatorio) saxo tenor del vanguardista jazzmen: Ornette Coleman, en una lisérgica “jam session”. Pasando por la visualmente impactante escenografía, la formal elegancia del conjunto, la arenosa fotografía, hasta las interpretaciones bizarras y confundidas de los actores.

Este evangelio del viaje narcótico parece haber nacido de la escritura automática, pero detrás se esconde la insania de la genialidad y la desmesura de la creatividad más libérrima. Un sendero críptico de mensajes subliminales imposibles de percibir si no se es un ferviente conocedor y creyente en la obra de los dos oficiantes. Aunque con Cronenberg, resulta difícil acertar. Capaz de realizar productos tan disímiles como M. Butterfly (Jeremy Irons) o la enfermiza “Crash” (James Spader), de sorprendernos con un thriller como “Una Historia de Violencia” (Vigo Mortensen), o la visceralidad y el feísmo de “ExistenZ” (Jude Law), hasta el controvertido drama psicológico “Un Método Peligroso. Tan sólo un trabajo de artesano, sin pretensiones, o esa pequeña joya que es “Spider”, con un enorme Ralph Fiennes.

El Almuerzo Desnudo, fue escrito durante la estancia en Tánger de Burroughs. El proceso creativo semejó un corta-pega informático. Utilizando diferentes máquinas de escribir, fue realizando esbozos que recortaba, colocaba, pegaba en una mezcolanza influida por el alimento en sus venas. Precisamente la novela autobiográfica “Yonqui”, es una de las fuentes de esta cinta que parece dirigida durante un “Delirums Tremens”, que mezcla fragmentos de libros con la biografía febril del escritor de Missouri.

La obra se ha presentado como una puya sobre el abuso del poder, la sociedad de consumo, el colonialismo, la manipulación de las masas o la arbitrariedad del poder. Ni siquiera el propio autor tenía un claro recuerdo de haber pergeñado estas enfermizas páginas; creadas bajo la esclavitud de los opiáceos; que fueron acusadas de obscenidad en EE UU y perseguidas. Los amigos que visitaban al escritor en su infecto garito, encontraban un hombre desaseado y “enganchado”, pero que no había dejado de escribir.  Le auxiliaron para poner en orden y mecanografiar los episodios dispersos que compondrían el “almuerzo”, producto de su consumo de “majou”–puré de cannabis, Eukodol, heroína-. Una verdadera delicatessem.

En este libro perdió el estilo narrativo lineal de sus anteriores obras, para utilizar el método de Cut.Up, literalmente “recorte”. Veintidós viñetas en un collage sin aparente hilo argumental, huyendo del planteamiento/nudo/desenlace.

En el texto prima el desorden narrativo y las acrobacias espacio-temporales. Se podría clasificar como una malsana poesía experimental de léxico imaginativo y poderosas imágenes. Tras diversas trabas legales en 1966 la “Corte Judicial Suprema” sentenció que esa prosa turbia de un profundo lirismo, no violaba los estatutos y contenía información de contenido social. Cronenberg no busca fidelidad al texto genésico, trata de conservar el mensaje que corre por las venas acribilladas del autor y mixturarlo con sus obsesiones personales, para dar origen a una creación distinta. Los títulos de crédito son deudores de la obra de Saul Bass y ya en sus notas alucinadas se profetiza el universo donde van a introducir al incauto espectador. Los amigos de Hill (Peter Weller) son remedos de Jack Kerouac y Allen Ginsberg (lo mas granado de beat generation). Tom Frost está claramente inspirado en Paul Bowles. Judi Davis es un reflejo de su esposa, malograda en el juego de Guillermo Tell, bajo los efectos del alcohol.

La obra de Cronenberg navega entre lo grotesco, lo bizarro y lo excesivo. Una distopía surrealista y de imaginario hermético. Nada extraño si el referente literario es una amalgama dantesca, mórfica y experimental, preñada de lírica alucinatoria. Catálogo inconformista y vademécum de estupefacientes. Un bestiario de poesía enfermiza. Pero al contrario que su predecesor en el mundo del “cuelgue literario”, Thomas de Quincey, amante del láudano, quien elaboró sus “Confesiones de un Ingles comedor de Opio” ateniéndose a la narrativa ordenada, Burroughs encuentra su catarsis en la alteración del plano narrativo. En convertirse en un “destroyer” de la lógica argumental, en crear collages contundentes y aparentemente aleatorios. De hecho afirmaba que vivía en el llamado tiempo-droga.

Arcadia perversa donde habitan los adictos y rige su reloj particular. A Burroughs hay que agradecerle también la expresión Heavy Metal. En su obra “La Máquina Blanda” aparece el personaje de Chico Heavy Metal. Él mismo aparece en el collage de la portada de “SgtPepper´Lonely Club Band” del mítico grupo pop británico. Otras obras adaptadas al cine son el cortometraje “Towers Open Free”, escrito y dirigido por él mismo y Anthony Balch, y una historia ambientada en la Tercera Guerra Mundial “Taking Tigre Mountain”. Realizó un cameo en la película del independiente Gus Van Sant titulada “Drugstore Cowboy”, un magistral wenstern contemporáneo sobre el mundo de las drogas, con un excelente Matt Dillon. Repitió como actor en “Noches de Broadway” y en “Twister”, donde interpretó a un granjero. Publicó dos discos con Ton Waits. Compuso las letras de “The Black Rider” y cantó en una de ellas, y otro disco con Kurt Kobain: The Priest They Called Him. Terminó haciendo anuncios para Nike.

El Almuerzo Desnudo, es una de las obras más influyentes de la literatura estadounidense del siglo XX, (junto a hitos como El Guardián en el Centeno, A Sangre fría y Trópico de Cáncer) que le convirtió en el pope de la generación beat. Un verdadero reto para traductores. Repleta de argot (slang), vulgarismos, creación de palabras nuevas (neologismos) y tecnicismos varios. Burroughs aseguraba que los capítulos podían ser leídos en cualquier orden. Se trata de quebrar la sintaxis, de utilizar métodos probabilísticos. Burroughs, ávido lector de Wittgenstein desconfiaba de la naturaleza del lenguaje. Un rompecabezas para ser armado por el lector.

Los críticos definieron esta prosa enigmática como “indescifrable”. Una obra escurridiza de párrafo indómito y contenido “peligroso”, que derribaba las normas narrativas y se consideraba imposible de adaptar a la pantalla. A esta dificultad le añadimos que las conciencias bien pensantes y garantes de nuestra integridad cinematográfica, decidieron que esta desasosegadora rareza no debía ser distribuida, por sus posibles efectos colaterales.

Parábola perversa, ponzoñosa y dañada, sobre la creación literaria, sobre los mundos alternativos. Teñida de un barroquismo excesivo y demencial, con estética de serie B. Grotesca, obscena en ocasiones, regurgitante o aberrante, reúne la simbiosis de los dos mundos: el literario y el cinematográfico. El resultado es una narración que atesora fervientes seguidores, o espectadores que huyen despavoridos de esta alegoría hiperpersonal. Predomina lo sensorial sobre lo discursivo. Lo visual (seres protoplásticos, beduinos antropomorfos), sobre la lógica narrativa.

Interzona es ninguna parte. Un sitio intermedio que los tibetanos llaman bardo, y se encuentra entre dos estados de consciencia. No es la zona de confort que el adicto no quiere dejar y que tan bien se refleja en las alucinaciones de “Drugstore Cowboy”. Pero Interzona es como un túnel metafísico que conecta ambas realidades. Tiene mucho de la realidad de la época, en que los bienpensantes huían de aquellos paraísos para junkies (México, Marruecos) que no encajaban en su “status quo”. Lugares pesadillescos donde se obtenía droga sin problemas, mezclada con un romanticismo exótico en las angostas callejuelas sin sol. Aunque no se escapan las similitudes entre zonas intermedias con otras filmografías. Si visionamos el “Stalker” de Andrei Tarkovsky, esa Arcadia metafísica donde materia y mente se fundían. En sus “colocones”, Burroughs se ponía en contacto con una peculiar raza de extraterrestres artrópodos (cucarachas), con las que platicaba en sus delirios. Los vendedores de tanques de Orgón que aparecen en la película, quizás son una referencia a un amigo del escritor: Wilhelm Reich.

El psicoanalista que promovió la idea (hoy afortunadamente descartada) de una fuerza (el Orgón) de naturaleza oscuramente sexual. Este almuerzo es un siniestro circo visual de insana imaginería, purulento, laberíntico y mentalmente anárquico. Metafórica (y dantesca) visita a los infiernos que, como en «La Divina Comedia», deviene búsqueda del conocimiento y de la amada perdida. Coqueteando con el surrealismo sin dejarse dominar por los parámetros de este movimiento, merced a la fuerza visual y el carisma genésico del autor, que se lleva a su terreno los delirios. A una Interzona inclasificable e irrepetible.

El film no tiene nada que envidiar a los párrafos sicalípticos, viscerales e irreverentes del referente literario. Pero frente a la prosa de Burroughs, el mundo aberrante, gelatinoso y chorreante de Cronenberg, se queda en pañales. Avisados están.

Nota: Judi Davis se da un hermoso chute de insecticida, que califica “chute kafkiano”. Si el ilustre checo hubiera visto esta película, su Gregor Samsa nunca se habría convertido en cucaracha. Habría huido lo más lejos posible, preguntándose si el director se había pinchado en vena, el mismo producto que sus personajes.

Banda Sonora

Música compuesta y dirigida por Howard Shore.

Orquestaciones de Homer Denison. Interpretada por la London Philharmonic Orchestra. Músicos solistas destacados: Ornette Coleman (saxofón), Denardo Coleman (batería), Barre Philips (bajo), J.J. Edwards (sintir), Aziz Bin Salem (nai) y David Theloniuis Monk. Ornette Coleman.Hartley (piano). Grabada por Alan Snelling. Mezclada por Gary Chester. Masterizada por Rick Essig. Album producido por Howard Shore y Ray Williams.Theloniuis Monk. Ornette Coleman.

Shore es uno de los compositores más demandados de Hollywood. Capaz de crear ampulosas y efectistas obras (El Señor de los Anillos), inquietantes soundtrack (El Silencio de los Corderos), criaturas alimenticias (Crepúsculo) o entrañables (Hugo), o (a modo de entremeses) firmar una serie de culto (Misterio para Tres). La mayoría de autores de BSO, se sienten seguros jugando en las ligas de las grandes orquestaciones para un público mayoritario, fácil de seducir por modos mayores y construcciones clásicas. Howard no le hace ascos a lograr una partitura estéticamente anómala como “La Zona Muerta” o la notable “Videodrome”, con dominio del sonido electrónico, en una portentosa partitura barroca, con acordes dolorosos, tortuosos y fantasmagóricos.

En los cenáculos jazzísticos, Ornette Coleman fue un outsider. Un genial excéntrico, individualista. Un precursor de difícil audición para oídos convencionales. Ornette inventó su propio sistema musical (Harmolodics), una filosofía de vanguardia y free jazz, que abarca la sensación musical de unísono, pero ejecutado por un grupo. La música no tiene limitaciones tonales, rítmicas, ni regalías armónicas. Simbiosis perfecta para el universo febril de Cronenberg y la mente disociada de Burroughs. Kathelin Hoffman llegó a decir que: Ornette era a la música lo que Burroughs a la escritura. El círculo está cerrado.

Algunos definen la experiencia de “El Almuerzo” como una perdida de papeles jazzístico/drogata. Pero las obras tienen un estructura interna (oculta, es sí), sus notas vibran con una lógica distorsionada y eficiente. La lógica de un incendiario como Coleman.

Coleman llegó a experimentar con dos bajistas, dos baterías, etc. Tantea con la igualdad entre los instrumentos y la improvisación colectiva, armónicamente gratuita. Su fe en el poder de la emoción de los armónicos, le enfrenta a las rígidas estructuras de bebop. De este modo la música resultaba densa, fluida y politonal

Difícilmente se podría superar la simbiosis entre la coloratura, el temor melancólico de que dota Herman a sus composiciones y los esquizofrénicos aullidos del saxo artesano del free-jazzmen Ornette Coleman. Por no hablar de las lisérgicas combinaciones en la percusión, del sonido apagado y obsesivo (como una víscera latiendo) del contrabajo. Con reminiscencias de pálpito, sudor y secreciones orgánicas

 

Naked Lunch

Es una pieza obsesiva, contundente como un navajazo en el subconsciente, el saxo de Coleman desgrana toda la fatalidad que se avecina con endiablados riffs,

Hauser Y O’ Brien

Es la apoteosis de lo esquizofrénico. Free Jazz en estado puro. Saxo aterciopelado y evocador. Atmósfera turbia en diálogo con el contrabajo. Predominio de los agudos. Melodía para describir estado de ánimo enfermizo y enloquecedor con instantes para el falso sosiego.

 

Mysterioso

Sonidos incidentales. Percusión

Naked Lunch

Repleto de riffs febriles y desquiciados.

Síncopas irritantes, imitación de quejidos con el saxo tenor

Mugwumps

El lirismo decadente toma el mando para desembocar en Ciempiés, donde el experimentalismo en la sección viento semeja un estudio para virtuosismo expresivo del instrumento. En la carne negra hay un predominio claro del conjunto orquestal en una melodía sugerente e inquietante.

Simpatico/Misterioso

Juega con variaciones del obsesivo leitmotiv con la ayuda de un teclado desasosegador.

Suite de Interzona

Las líneas ¿melódicas? Tratan de representar la amalgama cultural de tenderetes, gente en las callejuelas, etc. con un resultado estresante en la percusión y el viento. Delirio free-jazz. Sutiles elementos árabes con comedimiento y la influencia de los “Master Musicians de Jajouka” (un pequeño aduar en las montañas rifeñas). Un grupo de Word Music originarios de Marruecos, de ritmos beréberes, con reminiscencias de la mística sufí, que interpretan bajo influjo del kif una rítmica musical exacerbada. En los años 50 fueron escuchados por Paul Bowles (amigo de Burroughs) y diversos personajes de ámbito cultural: Hendryx, Allen Ginsberg, Anita Ekberg, etc. Actualmente hay dos formaciones diferentes que han colaborado con músicos como Rolling Stones, Brian Jones o Jane´s Adiction. En bandas sonoras sus contribuciones parten desde “El Cielo Protector” hasta “Lost in Traslation” de Sofía Copolla. Sus instrumentos habituales son la rhaita/ghaita/lira/ la djarbouga/el tebel/el sintir. Alguno de estos timbres étnicos se puede rastrear en la banda sonora.

Guillermo Tell

La melodía es un lamento sombrío, una rabia silenciosa para la escena de la muerte de la esposa en el juego de Guillermo Tell.

Intersong

Es la base sonora y conceptual de toda la obra. La única partitura con cierta lógica formal. Reminiscencias del cine negro y limpieza de emisión en un saxo aterciopelado y evocador, que no rehuye lo chirriante ni lo emotivo, con un cierto lirismo “blues”. Atmósfera turbia en diálogo con el contrabajo. Predominio de los agudos. Melodía para describir estado de ánimo enfermizo y enloquecedor con instantes para el falso sosiego.

Mysterioso

Sonidos incidentales. Percusión

Naked Lunch

Repleto de riffs febriles y desquiciados en el saxo tenor. Síncopas irritantes, imitación de quejidos con el viento.

 

Dr Benbay

La notación trata de acercarnos a lo siniestro del personaje siguiendo las pautas de las partituras de terror clásicas.

Balada/Joan

Un dialogo de frenopático entre cuerda y viento, con evocaciones lejanamente románticas

Nada es verdad/Todo está permitido

Casi una obertura formal y clasicista, pero la coloratura malsana lo desmiente. Basada en las palabras de Hassan “El Viejo de la Montaña”, líder de la secta de los “Asesinos”, que abren la película.

Bienvenido a Annexia

Un universo atonal para el acercamiento del protagonista a la salvación y el olvido, tras su último sacrificio.

Writeman

Free Jazz de manual. Síncopas endiabladas. Saxo desgarrado. Tempos acelerados y desquiciados.

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