El árbol de tu nombre
Por Redacción , 20 noviembre, 2014
Desde que publicara su primer libro, Las imágenes invertidas (1998), la obra poética de Jorge de Arco (Madrid, 1969) no ha dejado de crecer en un largo y fructífero proceso de maduración del que ofrecen testimonioLenguaje de la culpa (premio “Ciudad de Alcalá”), De fiebres y desiertos (premio “Comunidad de Madrid de Arte Joven”), La constancia del agua, La casa que habitaste (premio Internacional “San Juan de la Cruz”) y Las horas sumergidas. Una obra de la que ahora, en editorial Polibea, aparece una selección antológica, en versión bilingüe, con el título de “El árbol de tu nombre/ The tree of your name”, y con traducción a cargo de Almendra Staffa-Healey.
La obra recoge algunos poemas entresacados de todos sus poemarios publicados hasta la fecha, a los que se añaden otros tres inéditos. Libro, pues, representativo en su selección, que viene a recopilar una de las vetas temáticas más significativas de la poesía de Jorge de Arco, y de la que el prologuista, Vicente Molina-Foix, afirma: “de ahí que los bellos poemas de Jorge de Arco sean afirmativos de la verdad del amor frente a la falsedad del olvido”. Una poesía que también Enrique Badosa ha definido como un “intenso juego de espejos que plasmará no sólo las imágenes que el espejo puede perpetuar en la palabra, sino a la vez lo imprescindible de una imaginería e imaginación muy peculiares de Jorge de Arco”.
La de Jorge de Arco es una voz elegíaca, que canta lo perdido con serenidad y contención, de ahí que el peso de la nostalgia y el color de la ausencia envuelvan continuamente sus palabras, que tienden a ahondar en la rememoración del pasado, en el recuerdo de “la luz caliente y sepia del ayer”, como confiesa en uno de los versos de Las horas sumergidas. La cualidad evocadora es, por tanto, uno de los rasgos esenciales de su identidad lírica, tanto cuando profundiza en el motivo de la temporalidad como cuando explora el tema amoroso. Acento y motor principal de sus versos, lo elegíaco actúa sobre él como una fuerza que le lleva a la evocación de la antigua felicidad, al recuerdo de aquellos ámbitos donde fue posible la dicha (“la dicha es el recuerdo de lo que no se tuvo”, asegura en el poema “La piel del paraíso”), por lo que su obra aparece como una continua exploración en los abismos del pasado, allí donde quedó constancia o huella “de lo que fue deseo, memoria más feliz, mar tan azul y en calma”.
Y de ahí también que los símbolos que utiliza adquieran con frecuencia una dimensión temporal: es el caso del agua en sus poemarios La constancia del agua o Las horas sumergidas, donde ésta aparece generalmente como reflejo del tiempo y su transcurso, o como una imagen agónica de la fugacidad. Incluso los propios objetos le sirven a veces para revivir emociones del ayer, como sucede con esa vieja y destartalada bicicleta que se describe en uno de los nuevos y emotivos poemas incluidos al final del libro.
En cuanto a la muy meritoria labor de la traductora, debe observarse que se ajusta rigurosamente al contenido de los versos e incluso, en la mayoría de las ocasiones, a la literalidad de su forma. Dadas las distintas cadencias musicales y la diferente cantidad silábica de ambas lenguas, se aprecia no obstante una voluntad (en muchos casos conseguida) de trasladar la cadencia rítmica de los metros heptasílabos y endecasílabos, que son los predominantes en la poesía del autor.
Un extracto muy representativo, en fin, este árbol de palabras que tiene las raíces bien asentadas en la memoria, y bajo cuya sombra sigue creciendo y expandiéndose, ahora también en versión inglesa, la lírica de Jorge de Arco.
Pedro A. González Moreno
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