El hombre tranquilo
Por José Luis Muñoz , 17 mayo, 2022
Querido Javier, por esa comida que no pudo ser en Bilbao, porque yo no llegué a tiempo y porque te fuiste sin esperar. ¿Cuándo nos conocimos? A finales del siglo pasado. Tenemos una edad los dos. ¿Dónde? Seguro que fue en la Semana Negra de Gijón, esos campamentos de verano literarios en donde se hacen amigos para siempre, o eso creemos, porque mira Fernando Marías, que se fue un mes antes que tú, o Luis Sepúlveda, que se lo llevó el maldito Covid. Pero yo creí que ibas a aguantar, porque eras vasco, pero también los vascos pierden batallas, por muy de Bilbao que sean. Te jactabas de estar siempre en la primera página de todos los estudios sobre novela negra. Jugabas con ventana. ABAsolo. Así cualquiera. Eres buen escritor, eras tan buena persona como escritor. Ya sabes. Los escritores, sus libros, son eternos. Los seres humanos no, somos frágiles. En un Barcelona Negra, cuando yo presentaba Cazadores en la nieve, nos encontramos en la Rambla, a la salida del Palacio de la Virreina. Te acompañaba Maite, esa gran mujer. Con tu discreción, que era seña de identidad, me dijiste que te recuperabas bien de un cáncer de páncreas. Te vi bien. Más delgado. Comías menos. Menos que aquella comida en Bilbao, a santo de no sé qué, en que nos zampamos una lubina salvaje en compañía de Juan Bas. Los dos teníais niños de semejante edad. La de Juan, niña; el tuyo, niño. Entre copa y copa de txakolí bromeabais con estrechar lazos y convertiros en consuegros ambos. Esa lubina siempre te la recordaba, Seguro que las comías mejores, porque eras de morro fino. Entonces yo ya te había animado a que te presentaras al premio Francisco García Pavón, y lo hiciste, y ganaste con esa novela tan buena y de título tan tremendo Antes de que todo se derrumbe, y te vestiste de señor, chaqué y corbata o lazo, para bailar en ese festejo que organizaban los del Ayuntamiento de Tomelloso a cuenta de García Pavón. Luego bailaron Raúl Argemí, Alberto Pasamontes, Alejandro M. Gallo, que casi podíamos formar un club García Pavón los escritores y amigos que nos hacíamos con el galardón. Te veía en Semanas Negras, en Plentzia, hasta que monté con Lluna Vicens ese festival entre montañas y viniste un par de veces, a disfrutar del paisaje, de la compañía, de la comida, de los charlas. El año pasado te tuvimos, y creo que perdiste durante unas horas las llaves de tu coche. Eras un premio, tú y Maite, para todos los que te conocíamos. Hasta que un día, paseando por uno de esos bosques sin límites, sí, como la novela que te dije repasaras por si había algún barbarismo en euskera, me llegó tu mensaje, socarrón, porque lo has sido hasta el último suspiro de tu vida, de que el maldito cangrejo volvía al ataque. Me pedías disculpas, siempre tan educado, por cargarme con esa información que hacías llegar a tus amigos más próximos pero que no te apetecía colgar en las redes sociales. Me transmitías un optimismo que yo sabía, en mi fuero interno, forzado, querido amigo. Terminabas el mensaje diciendo que esperabas verme de nuevo para hablar de novela negra, o lo que fuera, en compañía de una buena cerveza. Te respondí deseándote mucha suerte, te mentí diciendo que estaba seguro que si habías vencido al cangrejo seis años atrás, lo vencerías ahora, además te dije que tú eres bilbaíno y seguro que te pasabas al cangrejo por el cogote y lo aplastabas con los pulgares. Te dije que, sobre todo, no nos hicieras un Bolaño, y terminé con un desideratum que temía no poder cumplir mientras te escribía: “Subiendo o bajando de la SN me pasaré por Bilbao y brindaremos con txakolí. Un abrazo enorme, amigo. Somos muchos los que te queremos”. Nos hiciste un Bolaño, como amenazabas, y nos quedan tus novelas publicadas, y las que saldrán, seguramente, pero nos faltará esa sonrisa de medio lado, ese tono bajito de tu voz y tu extraordinaria bonhomía, amigo. Te has ido tranquilo, como viviste tu vida, te has despedido de todos, con una entereza que nos emociona a todos. En Valencia, entre libros, me dijeron que te había ido, que ya no habrían más lubinas compartidas ni txakolí con que brindar. La muerte forma parte de la vida. Sé que te fuiste sintiéndote muy querido por todos los que tuvieron el honor y el placer de conocerte. Agur, Javier. Eskerrik asko por todos los instantes compartidos y por tu última batalla que libraste con entereza y dignidad. Te querremos siempre.
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