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El movimiento del espíritu social. De la religión al arte

Por Eduardo Zeind Palafox , 28 julio, 2018

 

 

Por Eduardo Zeind Palafox 

Muchas veces me preguntan por la función, por la utilidad de la sociología, y respondo positivistamente aseverando que sirve para explicar abigarramientos políticos, injusticias económicas, etc., y para prever el devenir, que antaño se llamaba «inferencia».

 

Durkheim, en «Las reglas del método sociológico», afirma que todo «hecho social» debe ser tenido por «cosa», y que las «cosas», por serlo, son «datos», y que de ellos está hecha la «realidad fenoménica», que es la estofa del quehacer sociológico, que no el escrutinio de las representaciones sociales, tópicos inteligibles de las parcelas psicológicas. Descreo de lo dicho por Durkheim porque todo dato es «sensorial», es decir, se conoce de manera inmediata, y lo social, en cambio, está hecho, por ejemplo, de «intenciones», «motivaciones», «miedos», o en suma, de «estados mentales» que no se pueden captar inmediata, sino mediatamente, esto es, interpretando.

 

Karl Marx, el más grande de los sociólogos, según nuestra alacridad izquierdista, logró descifrar variados enigmas sociológicos (la plusvalía, el origen de la riqueza capitalista, la alienación, p. ej.) criticando la economía política, es decir, revisando los fundamentos de las leyes de las ciudades, esas «grandes casas» («economía» viene del griego «oíkos», «casa», y «némein», «distribuir»), revisión que sacó a la luz la funesta manera en la que algunos fuertes, astutos y deshonestos se han apropiado de aquello que de nadie puede ser propiedad, sino bien común. Al describir tamañas iniquidades «brotaron», si se me permite la física metáfora, las leyes que explican la conformación de las sociedades capitalistas, leyes que causan hórridas contradicciones de clase, tergiversaciones de la realidad humana que transforman la vida del hombre en mercancía. A lo mentado se le llama «socialismo científico». El libro del que hablo, se sabe, es «El Capital».

 

Otro pensador que me agrada no por endevotado, penetrante, sino por redactar libros al estilo periodístico, o sea, asequibles para cualquier petimetre, es Bauman, que en su libro «Vidas desperdiciadas» afirma que la sociedad actual padece anomia, y que palia su aciaga cotidianidad merced al imperante «sistema heroico codificado» (cita palabras de otro sociólogo), sistema que permite que todo mediocre, blandengue, zafio o loco allegue premios por actos pueriles. Tales naderías humanas, nos recuerda, son harto impacientes, es decir, inaptos para la virtud llamada «paciencia», hecha de perseverancia, disciplina y fe.

 

Luego de dos lustros sopesando los libros de los autores de marras aventuro lo que sigue: que toda sociedad se conforma, primero, arrostrando lo ideal o realmente necesario. La Biblia, libro «fundacional», palabreja en boga entre los progresistas catedráticos, lo confirma. La «Epístola a los Colosenses» (2: 8) dice: «Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo, y no según Cristo». La «Vulgata» dice «elementa mundi», pero me place más la traducción de la Biblia «Reina-Valera», que dice «rudimentos del mundo». La enseñanza es: no vivir acatando las sapiencias paganas, que decían que el mundo era fuego, o agua, o viento. Lo saludable, según leemos en la «Epístola a los Hebreos», es vivir con fe, que es «garantía de lo que se espera y prueba de lo que no se ve», o como reza la «Vulgata», prueba de lo «non apparentium».

 

Lo necesario, ora real, material, inmediato, ora ideal, metafísico, mediato, causa en la cabeza imágenes que llamo «antitéticas». Tiende el ser humano, afirma Borges, más a pensar lo tremendo, lo feo, lo trágico, que a fraguar bellezas, redenciones, comiquerías. «El genio del cristianismo», de Chateaubriand, sea prueba de mis asertos, que reforzaré en venidero palique. Las glosadas necesidades e imágenes antitéticas producen, claro es, lenguaje metafórico, poético, y ejemplo de ello es la palabra griega «boulé», «decisión» en cervantino, que de «bolé» o «disparo» viene. Desear, mover la voluntad, o en palabras de Kant, dirigir la mente racional y prácticamente, se parangona con el movimiento de la saeta. También el término alemán para «imaginación», «einbildungskraft»,  nos habla de una fuerza conformadora de imágenes, es decir, parla metafísica, poéticamente.

 

Del conglobar sin crítica necesidades reales e ideales, antítesis pictóricas y poesía, procede el lexicalizar mitos. Gran y hermoso ejemplo es la palabra «desastre», que al ser pronunciada por algún angustiado o por alguna encuitada nos recuerda que la mente humana, estando ante la desgracia, ante el dolor, se barbariza, hilvana antinómicamente el cosmos. Los salvajes, refiere Platón en el «Crátilo», de donde hemos extractado varios ejemplos, sacaron la palabra «theoús», «dioses», de la palabra «théonta», «carrera», y ésta de «theín», «correr», quehacer constante de los astros, del sol, de la luna, que para las mentalidades salvajes eran deidades. Luego, la palabra «des-astre» significa en el inconsciente «desorden astral», del cosmos. Tamaño caos asusta hasta al más valiente.

 

Todo lo descripto acaece en la cotidianidad de los pueblos, conjeturamos. Con más minuciosidad describamos lo meditado. El ser humano, ante la realidad, habla artísticamente, es decir, con más imaginación y sensibilidad vital que ciencia y filosofía. Pero errando, equivocándose, duda de la validez de lo que piensa, y se dedica a refutar cada tesis que emite, pugna que puede manifestar con el lenguaje a la mano o con lenguaje nuevo. Refutarse, contradecirse, cuestionarse, señala ideales falsos, conceptos mal aplicados, sentimientos fútiles e imágenes obscuras. Nota, como diría Kant, que el mucho coloquiar sin filosofar produce la «ilusión trascendental» («Transzendentale Illusion»), consistente en hipostasiar lo que es mero pensamiento, es decir, en (a) convertir en físico lo metafísico, en (b) convertir en cosa simple lo que es compuesto, en (c) atribuir duración a lo accidental por menesteres lógicos.

 

Ejemplo de lo primero lo hallamos en el «Libro I de Samuel», cap. V, donde Dagón, el dios filisteo, es afectado físicamente por Yahvé. ¿Cómo que una fuerza divina puede empujar un objeto físico? Ejemplo de lo segundo lo encontramos en la «Epístola a los Romanos», capítulo  I, versículos 22 y 23, que dice: «Jactándose de sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles». ¿Cómo que meras imágenes, compuestos contingentes, son entes ontologizantes? Ejemplo de lo tercero lo hallamos en el discurso parabólico que Mateo refiere en el cap. XIII de su testimonio cristiano, que eterniza semillas, perlas, peces, cosas todas mortales, no esenciales, no eternas.

 

Las ilusiones trascendentales cansan, y razonadas se vuelven filosofía, material para la lógica. Pero la lógica, careciendo de experiencia, dice Kant, urde paralogismos («Paralogismus»). El ir de lo metafísico a lo físico, de Yahvé a Dagón, p. ej., es en filosofía ir del «alma», «psyché», al «cuerpo», «soma», «sema», o tumba del alma. El transformar imágenes contingentes en «ontología» es en filosofía antigua «anámnesis», recordar asuntos del tiempo en que se era alma libre, muerta, sin cuerpo. El imaginar perlas y semillas esenciales, eternas, en filosofía es hablar del nombre de las cosas, del «ónoma», de «ón», o «ser» de las cosas.

 

Filosofar produce raudales de pensamientos que afanan sistematizar todo lo humano y todo lo natural, lo cual a cualquiera descorazona. Luego, para no quedar desalentados se creó la ciencia, que estudia fragmentos de la realidad. Pero el espíritu científico, eternal por ser espíritu, no deja de soñar con entretejer todo lo que capta, y por eso en bienandanza llega hasta el arte, donde lo que en filosofía es inválido, no verificable o hipotético, es válido porque es bello, bueno.

El hiperbólico, tremendo y salvaje ir de Yahvé a Dagón, del alma al cuerpo y viceversa, es expresado por poetas omnicomprensivos como Sor Juana, que para manifestar la atracción entre dos humanos, que es invisible, intelectual, metafísica, escribió (Soneto 165): «Si al imán de tus gracias, atractivo,/ sirve mi pecho de obediente acero,/ ¿para qué me enamoras, lisonjero,/ si has de burlarme luego fugitivo?». El paralogizar, el confundir la ilusión vacía con lo pleno e invisible, es acto criticado por Goethe, que dice (cito traducción de Cansinos-Assens): «Con todos los colores/ Newton el blanco hizo./ Y en blanco vuestra mente/ también os puso, hijo;/ de suerte que creistéis en él durante un siglo». El instaurar esencias, cosas que parecen inmutables, en el arte de Villarroel es crítica social. Dice («Confusión y vicios de la corte»): «duques, lacayos, damas y soplones/, todos sin distinción arrebujados».

Azarosa, vagarosamente he tomado ejemplos que ilustran el movimiento del espíritu social, que va de lo religioso o ilusorio a lo filosófico o paralogístico y de ambas maneras de pensar hacia la crítica, que echa mano de lo artístico para comprender y para mantener lo humano.-


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