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El puente de Brooklyn

Por José Luis Muñoz , 18 marzo, 2015

IMG_0474Último día en la ciudad de ciudades, la urbe vertical que araña el cielo con sus aristas de cristal. Última ocasión de ver a Paul Auster paseando su caniche por Prospect Park de la mano de Siri Hustvedt. Última ocasión de ver a Woody Allen tocando su clarinete en Central Park entre la nieve. O de ver a Robert De Niro paseando por Tribeka con su última novia negra.

IMG_0506El Moma a cien pasos de mi hotel. De haberlo sabido quizá lo habría visitado más veces, dos, como el Metropolitan. La cola para entrar es considerable. Debe de ser porque hoy se inaugura una exposición monográfica dedicada a la cantante Bjork para la que el periodista cultural Marc Emmerich tiene invitaciones. Pero nos marean considerablemente antes de entrar, llevándonos de una taquilla a otra.

IMG_0597La gente se arremolina en una de las salas que está dedicada al crecimiento sostenible de algunas ciudades, entre ellas, Lagos, Nigeria. ¿Lagos es sostenible? ¿Lagos será sostenible algún día? Supongo que a nivel de ciencia ficción. Nueva York y su área en 2040 contarán con dieciocho millones de habitantes. En una pantalla se proyectan documentales que hablan de las zonas deprimidas de la Gran Manzana.

IMG_0613A las 12.15 AM hay que estar puntualmente en la exposición de Bjork, en la primera planta del Moma. Una docena de salas ambientadas con motivos de 12 de sus longplays y en las que el visitante, armado con sofisticados cascos, puede escuchar, según pasea por ellas, la música, entre sideral y telúrica, de la cantante islandesa mientras contempla algunos de sus estrafalarios atuendos, contempla sus fotografías y analiza algunas de sus partituras. Todo es extraordinariamente kitsch. A mí me divierte. A Marc Emmerich, más serio y solvente en sus criterios, todo le parece una tomadura de pelo.

IMG_0623Mientras esperamos otra sesión de Bjork nos perdemos por una sala dedicada a fotógrafos. Un desnudo inquietante de Cami Stone concita mi atención: la modelo parece muerta, tiene los cabellos grasos, como apelmazados, en primer plano, y detrás de ellos, su cuerpo; un posado excéntrico de James Joyce; descubrir que Man Ray, en realidad, se llamaba Emmanuel Radnitzky.

IMG_0648Un helicóptero suspendido que recuerdo de mi visita al Moma en 2007 y 2014. Arte móvil que se refleja en las paredes. Cientos de carteles y dibujos de Henry Toulouse Lautrec pergeñados en sus insomnes noches del Moulin Rouge entre absenta y absenta. Cuadros de Roy Lichtenstein, de Andy Warhol, Marilyn y Sopas Campbell, y del enloquecido Jackson Pollock cuyos trazos endiablados y sin fin me fascinan.  Le hablo a Marc Emmerich de un excelente biopic sobre el pintor realizado e interpretado por Ed Harris, uno de los grandes. Hay un Hopper perdido en una pared, la de la casa que parece la de Psicosis. Un autorretrato de Frida Khalo que concita toda la atención del mundo. Media docena de Dalís, entre ellos un reloj blando. Max Ernst y su peculiar estética que clonaba Ops en sus viñetas con tipos con sombrero bombín en Hermano Lobo. Dos salas de Pablo Picasso con el mítico Las señoritas de la calle Avignon. Un maravilloso desnudo yacente de Modigliani. Chirico. El peculiar George Grosz. Muchos Matisse, entre ellos uno de una sardana que yo atribuyo por error a Pablo Picasso. Marc Chagall y su estética judía en la que se basó Roman Polanski para su Baile de los vampiros. El decorativo Gustav Klimt y sus exquisitas composiciones con pan de oro. El retorcido Egon Schiele. Y Van Gogh, y Seurat, y Gauguin. Borrachera de arte. Dos hermanas de John D. Graham me inquietan. Un cuadro de Andrew Wyeth que parece de Edward Hopper.

IMG_0670Nueva sesión Bjork. Esta vez en una sala de proyecciones, tumbados en un cómodo colchón, disfrutando en compañía de otros de una retrospectiva de sus videoclips. Descansamos y disfrutamos. Y seguimos con más salas hasta que miramos el reloj y nos damos cuenta de que ya llevamos 4 horas en el museo y es hora de comer.

IMG_0688Comemos junto al hotel en un restaurante típico de comida americana. Mi plato de espaguetis es para cuatro personas. Las patatas que acompañan a la hamburguesa del plato de Marc Emmerich lo desbordan. Bebemos cervezas a 6 dólares. 6 dólares más en propina.

IMG_0705La tarde es para Zona Cero por la que debería haber empezado quizá mi periplo por la Gran Manzana pero que dejo para el final. La Zona Cero que había visto en 2000 cuando ese hueco lo llenaban las Torres Gemelas del Word Trade Center y faltaba un año justo, porque era septiembre, para que fuera la Zona Cero. La Zona Cero, que ya lo era, en 2007, con las obras incipientes de esa Torre de la Libertad, más alta que las colapsadas en los atentados del 11 S. Pero antes de contemplar la Torre de la Libertad, que se ve desde cualquier rincón de Nueva York, por su altura, disfruto de ese saurio monstruoso que va a ser la nueva estación de tren que está construyendo Santiago Calatrava y que se haya detenida desde hace años. El Calatravasaurio, como se le llama por aquí, de forma hiriente y burlona, corre peligro de ser, uno más, el fiasco más gigantesco de ese arquitecto que, en realidad, es un escultor frustrado. La espina de pescado, como también se la llama, está a medias, seguramente se quedará así, a no ser que la dinamiten, que pudiera ser, y desde luego no casa, ni por forma ni por proporciones, con el resto del entorno. Imagino que habrá llegado al Word Trade Center neoyorquino la suerte que han corrido los proyectos megalómanos del arquitecto español que se caracterizan, muchos de ellos, por caerse a trozos y triplicar su presupuesto inicial. Quizá sirva, si la obra se estanca, para que Ridley Scott o Steven Spielberg rueden alguna pesadilla cinematográfica.

IMG_0720La Zona Cero impresiona. Los huecos de los edificios, que se derrumbaron exactamente como colillas de gigantescos cigarrillos y carbonizaron a casi tres mil seres humanos (los ilegales que trabajaban en los edificios no cuentan) han sido utilizados como monumentos a esos caídos inocentes en un acto que cambió nuestras vidas, la de todos. En los dos gigantescos solares que quedaron de esos edificios colapsados, cuatro cascadas, una por cada costado de un cuadrado perfecto de paredes de metal, vierten sus aguas que desaparecen en un enorme e inquietante sumidero central, y en los laterales, esculpidos sobre metal, los nombres de las víctimas de los dos edificios.

IMG_0743Marc Emmerich y yo pasamos revista en silencio a esos dos mil novecientos y pico nombres ante la mirada de agentes de la policía y seguridad privada que vigilan la zona. Alguien ha puesto una rosa blanca sobre el nombre de Derrick Christie y nadie se la va a llevar. Familiares o amigos dejan ramos de flores silvestres sobre los nombres de los asesinados por el terrorismo yihadista. Reina en los alrededores un profundo silencio fruto del respeto. EE.UU honra a sus mártires como muy pocos países lo hacen. Los mártires de EE.UU tienen nombre y apellidos. Los mártires que provoca la política de EE.UU son siempre anónimos.

IMG_0750Dejamos a nuestras espaldas la Zona Cero y la Torre de la Libertad, el edificio más alto de occidente, 102 pisos y 542 metros de altura, el más seguro del mundo (yo no lo diría después de lo que sucedió) y que va a albergar oficinas comerciales, y pasamos por Wall Street, el templo del dinero, cerrado porque es domingo, uno de los lugares en donde se decide nuestro destino, el casino de los casinos, en cuyas cercanías hay una escultura de bronce del prócer George Washington. El centro financiero, cerrado por ser festivo, deprime, así es que nos dirigimos por la FDR Drive que corre paralela al East River hacia el Seaport Historic District con la intención, frustrada, de tomar algo en los alegres locales que recordaba de mi visita en 2000, frustrada porque todo está cerrado y en obras y lo único interesante que hay allí es un enorme velero anclado, llamado Peking, de cuatro mástiles, que no se puede visitar, pero desde ese punto, a esa hora, la mágica del atardecer, empezamos a tener una visión espectacular del río y del mítico puente de Brooklyn.

IMG_0759Crucé el Puente de Brooklyn en 2007 y lo vuelvo a cruzar siete años más tarde. Esa obra faraónica, iniciada en 1870 y terminada trece años más tarde, sustentada en el aire por un entramado de gruesos cables de acero, sigue siendo una de las piezas arquitectónicas claves de la ciudad de los rascacielos. Como hacen cientos de paseantes, turistas y residentes, ciclistas, peatones y coches, que circulan a nuestros pies, por otro nivel, pasamos bajo los arcos ojivales que señalan los pilares de inicio y volamos a 41 metros sobre el East River durante algo menos de dos kilómetros hasta alcanzar su gemelo ya en Brooklyn sin olvidarnos de inmortalizar nuestra gesta. Desde la mitad del puente se puede ver la Estatua de la Libertad destacando sobre el fondo rosáceo del atardecer y, a medida que avanzamos y agoniza el día para dar paso a la noche, las iluminaciones de postal de Manhattan ofrecen al fotógrafo su imagen más conocida.

IMG_0781El River Café, en donde estuve tomando una cerveza catorce años atrás, es un bar restaurante exclusivo al que no dejarían entrar a un tipo sin corbata como yo, así es que me acodo, ya en la otra orilla, junto a la baranda metálica sobre el East River, haciéndome un hueco entre los fotógrafos que manejan trípodes para conseguir la imagen perfecta de la ciudad, ese diamante de miles de luces que es Manhattan al anochecer, y empiezo a disparar mi cámara hasta que doy con la imagen que quiero, la ciudad y el puente de Brooklyn iluminado que, a su vez, iluminan las aguas del East River, una imagen que no conseguí en 2007 porque en el preciso momento que apretaba el obturador de mi cámara se agotaba su batería.

IMG_0786Sigo a mi guía que quiere llevarme a Dumbo, la zona de Brooklyn que queda bajo su puente y da lugar a una de las imágenes más espectaculares de algunas películas emblemáticas del cine negro, como, sin ir más lejos, Érase una vez América, de Sergio Leone. Caminamos por algunos lugares siniestros y solitarios, ensordecidos por el ruido que hacen los convoyes que pasan por encima del Puente de Manhattan y que dan la sensación de que vayan a entrar por una ventana en los edificios cercanos, y, cuando alcanzamos, según Marc Emmerich, el ángulo adecuado para tener el encuadre exacto que filmara Sergio Leone, es tan de noche que no se aprecia nada.

IMG_0784Frustrados como cinéfilos, entramos en una librería de libros usados, de la que nos echan, porque ya cierran a las 9 PM, y hacemos cola en la pizzería Grimaldi la que, según algunas guías, es la mejor de toda Nueva York, hasta que un tipo con aspecto mafioso y aires de Frank Sinatra nos acomoda en una mesa. Pedimos dos pizzas pequeñas, tan pequeñas que ocupan toda la mesa y que nos es literalmente imposible terminar, así es que Marc Emmerich se lleva las porciones sobrantes para el desayuno, la comida y la cena de mañana en una caja de cartón. ¿Mejor pizzería de Nueva York? Pues no sé, pero yo la situaría en el puesto 101 de mi ranking que incluye algunas pizzerías de Roma y muchas de Barcelona. Y tomar pizza con zumo de naranja, porque hay veda de cerveza en Grimaldi, también influye en mi nota desfavorable. Y no digamos cuando me traen la cuenta, que pago dejando la dichosa propina.

Paso mi última noche en el Night Times Square Hotel, mi última noche en Mahattan, en Nueva York y en Estados Unidos. Sentado sobre la cama, ante el televisor, y con la luz de los anuncios de neón entrando por la pequeña ventana, me siento personaje de un cuadro de Edward Hopper. La visión del pintor norteamericano sobre su país es la mía: desarraigo y soledad.

 

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