El suicidio: individuo, sociedad y el sentido de la vida
Por Ignacio González Barbero , 2 febrero, 2014
Por Ignacio G. Barbero
«La muerte de Séneca», de Manuel Domínguez
“No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio”– Albert Camus.
En España se producen más muertes por suicidio que por accidentes de tráfico: 3.539 por 1.915 en el 2012, según el estudio publicado hace unos días por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Si además analizamos con detenimiento y cautela los datos de los últimos años, observamos que el número de suicidios ha ido progresivamente aumentando. La relación entre la agudización de los efectos de la crisis económica y este incremento parece evidente a simple vista (parece), pero el suicidio individual voluntario no es un fenómeno concreto de esta época, sino una constante a lo largo de la historia humana. Por ello, es muy necesario discutir sobre su naturaleza y su legitimidad.
Un mundo con sentido (para nosotros) es un mundo familiar, un mundo que podemos explicar y del que podemos sentirnos parte. Un mundo en el cual podemos evocar esperanzas de un futuro mejor o, sencillamente, de un futuro. Al ser privados de lo necesario para poner en práctica esta dinámica, sean nuestras ideas, nuestra capacidad material o ambas cosas, nos convertimos en extranjeros de nuestra propia realidad. El ejercicio suicida, en muchas ocasiones, es realizado por un individuo “extranjerizado” (emancipado), que considera que la vida no merece más la pena, que no tiene sentido alguno seguir existiendo. Morir libremente supone, al fin y al cabo, confesar que hemos reconocido el carácter rutinario y, en ocasiones, absurdo, de mantener determinadas costumbres asumidas socialmente; pierden todo el valor para nosotros y, con ello, perdemos una razón profunda para mantenernos en la vida. La agitación y el sufrir cotidianos (en no pocos casos debidos a la miseria) se descubren como piezas inútiles de un mundo que no tiene por qué ser soportado/vivido.
Ahora bien, el sujeto agente que decide libremente matarse está incardinado en una sociedad y, más concretamente, en un entorno de individuos afectivamente vinculados a él. Todo acto tiene sus consecuencias y éste más que ninguno, pues la autoeliminación genera no sólo una ruptura general con la vida y la sociedad, basada en su ningún valor, sino una ruptura concreta y dolorosa de todos los vínculos creados en ella, que refieren directamente a personas, personas que sufren por la radical desaparición de un ser querido. Es necesario, en este punto, ponderar, por un lado, en qué medida uno ha de sacrificar el mal que siente por el bien emocional de los demás y, por otro, si ese mal o vacío es efímero, fruto de una experiencia perniciosa concreta, o vertebra íntegramente la existencia del individuo.
En definitiva, la discusión en torno al suicidio plantea una dialéctica entre la libertad de disponer de tu propio cuerpo y el deber existencial que tiene uno, en cuanto sujeto social/familiar, para con los demás. La historia de la Filosofía ha reflexionado mucho y bien sobre esta dicotomía fundamental. Así, hoy ofrecemos textos enfrentados de dos pensadores de la Antigüedad (Aristóteles y Séneca) y de dos filósofos modernos (Kant y Hume). Esperemos nos ayuden a meditar sobre un tema en el que nos va la vida.
FILOSOFÍA ANTIGUA
Aristóteles
«Pero el morir para huir de la pobreza o del amor o de algo doloroso no es propio del valiente, sino más bien del cobarde, porque es blandura rehuir lo que es penoso, y no sufre la muerte (el suicida) por ser noble, sino por rehuir un mal» (…) «El que, en un acceso de ira, se degüella voluntariamente, lo hace en contra de la recta razón, cosa que la ley no permite, luego obra injustamente. Pero ¿contra quién? ¿No es verdad que contra la ciudad y no contra sí mismo? Sufre, en efecto, voluntariamente, pero nadie es objeto de un trato injusto voluntariamente. Por eso también la ciudad lo castiga, y se impone cierta pérdida de derechos civiles al que intenta destruirse a sí mismo, por considerar que comete una injusticia contra la ciudad» (Ética a Nicómaco, Libro 1)
Séneca
La cuestión no estriba «en morir antes o después, sino en morir bien o mal. Y morir bien significa escapar del peligro de vivir mal (…)Lo mejor que ha ordenado la ley eterna es que nos proporciona una sola forma de entrar en la vida, pero muchas de abandonarla. ¿Debo esperar la crueldad de la enfermedad o del hombre, cuando puedo escapar del miedo de la tortura y liberarme de todos mis problemas? Esta es la única razón por la que no debemos lamentar la vida: no sujeta a nadie contra su voluntad (…) La razón, también, nos aconseja morir, si podemos, de acuerdo con nuestro gusto; si esto no es posible, nos aconseja morir de acuerdo con nuestra habilidad, y tomar cualquier medio que se nos ofrezca para hacernos violencia a nosotros mismos» (Epístolas a Lucilio, 70)
FILOSOFÍA MODERNA
Kant
El suicidio es “lo más opuesto al supremo deber para con uno mismo, ya que elimina la condición de todos los restantes deberes. El suicidio sobrepasa todos los límites del uso del libre arbitrio, dado que éste sólo es posible si existe el sujeto en cuestión(…)El suicidio es ilícito y aborrecible, no porque Dios lo haya prohibido, sino qsino que Dios lo prohíbe precisamente por su carácter aborrecible. Por ello, es el carácter intrínsecamente aborrecible del suicidio lo que, ante todo, deben poner poner de manifiesto todos los moralistas. El suicidio encuentra su caldo de cultivo entre quienes todo lo basan en la felicidad. Pues quien ha degustado primorosamente el placer, al verse privado de él, suele ser presa de la aflicción y de la melancolía” (Lecciones de ética)
“Los defensores y partidarios del derecho al suicidio resultan necesariamente nocivos a una república. Imaginemos que fuera un sentimiento generalizado el considerar el suicidio como un derecho, un mérito o un honor; es una hipótesis estremecedora, pues tales hombres no respetarían su vida por principio y nada les alejaría de los vicios más espantosos, pues no temerían a rey ni a tormento alguno” (La metafísica de las costumbres)
Hume
“Un hombre que se retira de la vida no hace daño alguno alguno a la sociedad; lo única que hace es dejar de producirle bien.(…) Aun suponiendo que nuestro deber de hacer bien fuese un deber perpetuo, tiene que haber por fuerza algún límite. No estoy obligado a hacer un pequeño bien a la sociedad, si ello supone un gran mal para mí. ¿Por qué debo, pues, prolongar una existencia miserable sólo porque el público podría recibir de mí una minúscula ventaja?” (…)
“Como las vidas de los hombres dependen siempre de las leyes generales que rigen la materia y el movimiento, ¿es un acto criminal el que un hombre disponga de su propia vida porque también es criminal infringir esas leyes o estorbar sus operaciones? Tal conclusión parece absurda: todos los animales son confiados a su propia maña y prudencia para conducirse en el mundo, y gozan de plena autoridad para hacer cuanto puedan para alterar las operaciones de la naturaleza. (…) Para destruir la evidencia de esta conclusión nos veríamos obligados a mostrar una razón por la que se nos permitiera excluir este caso de la regla general. ¿Es porque la vida humana es de tanta importancia que sería imprudente el disponer nosotros de ella? Pero resulta que la vida de un hombre no tiene para el universo más importancia que la de una ostra. Y aun concediendo que alguna vez fuera la vida algo tan importante, el orden de la prudencia humana, y nos ha puesto en la necesidad de tomar constantemente constantemente determinaciones respecto a ella” (Sobre el suicidio)
Pingback: El suicidio: individuo, sociedad y el sentido de la vida