El último paso del emperador
Por Víctor F Correas , 21 septiembre, 2015
El infinito es tan inabarcable que no puede verlo por mucho que abra los ojos. Por eso, los cierra. Al fin. Ese infinito. Ya tiene las puertas de ese camino expeditas para franquearlas; pesadas, abiertas en par en par. A lo lejos atisba cierta claridad; es una luz.
Una luz cálida que le invade poco a poco y que contrasta con la frialdad del crucifijo que sostiene con sus manos. La luz crece conforme se aproxima a ella. Oye voces, lamentos, llantos. Eso ya quedó atrás; no le interesa. Forman parte del pasado, de la vida que se le escapa a bocanadas, presta a extinguirse como una llama sin sustento. Lo último que vio antes de cerrar los ojos fueron rostros llorosos y compungidos. Se va. Por eso lloraban los que le rodean. Porque, aunque no los vea, aún los oye. Fieles servidores de su persona hasta el final, hasta que el último aliento que salga por su boca despida una vida llena de sabores y sin sabores. Mientras, la luz ya le ha atrapado, le transporta por un sendero al que han salido personas para saludarle, para expresarle sus respetos, para verle; pero también para comprobar que deja de existir, que también es pasado como ellos. Esos fieles camaradas que hasta hace poco oyó llorar ahora los ve con rostros sonriente, alegres. Y a otros Don Guillermo, tan necesario en sus primeros pasos en la política, su fiel Adriano… Sonríen. Otros, en cambio, le observan circunspectos. El taimado Enrique, por ejemplo. No importa; tiene toda la eternidad por delante para dirimir cuitas con él. Asimismo con el fraile que asoma levemente la cabeza para verle pasar. La agacha al cruzar las miradas. No sabe si en señal de respeto o de orgullo. Lutero, siempre él… Y su corazón se acelera porque, de pronto, aunque la luz se vuelve tan intensa que ciega su vista, puede contemplarla en toda su belleza. Ella, su querida Isabel, que es quien le tiende la mano para darle la bienvenida. Su sonrisa vuelve a derretirle. ¡Es tan guapa! Como siempre la recordó. De pronto, por curiosidad, vuelve la vista atrás; sólo ve oscuridad. No sabe que los llantos y lamentos llenan la habitación en la que, tras expirar, queda su cuerpo exangüe. Ya no forma parte de los vivos, sino de los muertos. Y le da igual. Por eso quiso pasar los últimos meses de su vida en Yuste; para preparar el último paso. El que acaba de dar.
Hoy hace cuatrocientos cincuenta y siete años murió el emperador Carlos I de España y V de Alemania en el Monasterio de Yuste.
Muerte de Carlos V.
Así se inicia el repaso a este veintiuno de septiembre que conoció la primera señal de levantamiento de las colonias americanas contra la corona de España. Fue en Montevideo hace doscientos siete años. Y la cosa no era para tanto, pues sus habitantes sólo querían expresar su rechazo a la autoridad de Buenos Aires. Se les fue de las manos. El asunto no había hecho más que empezar.
Y una más: hoy hace doscientos veintitrés años, Luis XVI fue destituido como rey de Francia; día que la Convención Nacional aprovechó para anunciar el nacimiento de la Primera República Francesa. Doce años después, Napoleón proclamaría el Primer Imperio Francés, y después de él vendrían más repúblicas. Cosas que pasan.
Donde viene más repleta la cosa es en lo que a defunciones y nacimientos se refiere. De los primeros, además del viejo amigo Carlos, hoy pasaron a criar malvas Schopenhauer hace ciento cincuenta y cinco años; Walter Scott, pionero de la novela histórica con Ivanhoe, hace ciento ochenta y tres; y Virgilio, hace dos mil treinta y cuatro, que nos legó la Eneida, entre otras obras.
Y de los que llegaron a este valle de lágrimas para dejar una mayor o menor huella, Juan de la Cierva, hace ciento veinte años; H.G Wells hace ciento cuarenta y nueve, cuyas obras han pasado del papel al cine: La máquina del tiempo, El hombre invisible, La guerra de los mundos…; Girolamo Savonarola, hace quinientos sesenta y tres años, el llamado monje negro, reformista italiano que moriría ahorcado; y don Leonard, hace ochenta y uno. Don Leonard es tan especial que a lo largo del día regresaré por aquí para dedicarle el homenaje que se merece. Porque doy por sentado que todos sabéis quién es Don Leonard…
Sed buenos.
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