Recuerdo, siendo niño, los sábados, después del baño semanal, con pijama y bata, peinadito, cenar viendo el partido de fútbol semanal que echaban por la tele. Lo recuerdo como un momento de felicidad, quizás por estar limpio y oler bien, quizás por sentirme partícipe de aquellas horas que durante la semana pertenecían al mundo de los mayores. Terminado el partido, venía la película del sábado. Recuerdo los nervios, lo eternos que se hacían los anuncios, el temor a los dos rombos. Si aparecían los dos rombos en la esquina superior derecha de la tele, la noche terminaba: a la cama. Los dos rombos nos protegían a los niños del escorzo de una teta, de una mano en un muslo, de un beso demasiado largo.
Hoy estamos viviendo una guerra terrible, cuyas consecuencias aún no alcanzamos a imaginar. Todos los telediarios comienzan con la guerra. Antes de dar paso a las imágenes, el presentador nos advierte de que las imágenes que vamos a ver pueden herir. En las redes sociales aparecen mensajes: este vídeo se ha prohibido por su contenido violento. Nos protegen, aunque no somos niños. Somos niños. No quieren herirnos ni que sepamos de la violencia que campa por el mundo. Del dolor. De la maldad. De la muerte.
Si siempre han existido dudas sobre la realidad, ahora la realidad es la irrealidad de las pantallas. Nos han convencido, lo han logrado, hemos dejado convencernos de que sólo es real lo que aparece en la pantalla. Y ellos –¿quiénes son?– deciden lo que debemos ver, creer que es real. Ya lo advirtió Platón hace 2400 años. Vivimos en una caverna. Creemos que la realidad son las sombras que vemos proyectadas sobre la pared. Pero ni Platón hubiera sospechado que llegaríamos a este extremo de cumplimiento de su profecía.
No nos protegen. Nos debilitan. La vida es dura. Pero hemos sido engendrados para ese «juego arriesgado y hermoso» de vivir. No nos protegen, nos incapacitan. Para vivir necesitamos del valor, del coraje, ser valientes. Es imperioso salir de la caverna, romper las pantallas. Sólo así podremos ser libres y enfrentarnos al mal. Ser valientes, conscientes, es la única posibilidad de vencer al miedo, de vivir dignamente.
Hoy mi hijo León cumple cuatro años. No quiero este mundo para él. Por nuestros hijos, por nosotros, hoy más que nunca es preciso el coraje para cambiar las cosas, comenzando por uno, porque: «aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia».
Felicidades, León.
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