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¿Es Ucrania la tumba de Putin?

Por José Luis Muñoz , 28 febrero, 2022

Las guerras las suelen declarar los que nunca van a ellas y las ordenan desde despachos bunquerizados muy lejos del frente. Las víctimas de las guerras suelen ser jóvenes que tienen toda la vida por delante y son castigados a perderla, y los que las declaran, viejos que ya no tienen mucha vida por delante. Los infants de la patrie de ese himno tan patriótico que es la Marsellesa. La infantería que viene de la palabra infante. Esto me lo hizo ver un viejo y sabio amigo argentino en una brillante conversación que mantuvimos en el enclave pirenaico en el que resido. Lo denunciaba también ese extraordinario director llamado Stanley Kubrick en Senderos de gloria, puede que la película más antibelicista de la historia del cine que estuvo prohibida en la España de Franco pero también en la Francia de Charles De Gaulle. En las disputas bélicas de hoy han dejado de ir a la cabeza de sus tropas, para dar ejemplo, los reyes a batirse con sus espadas. El nuevo zar se refugia en ese palacio imperial, que lo hace pequeño con sus gigantescas puertas, mesas kilométricas y guardias con morriones, mientras sus chicos (en las primeras fotos de prisioneros veo imberbes asustados) mueren o matan absurdamente en el frente a quien seguramente podría ser su amigo. Esta no es una guerra de rusos contra ucranianos. Nos duele Ucrania, como nos dolió Yugoslavia, Irak, Libia, Siria y tantos otros países.

Vladimir Putin, el actor secundario que parece salido de una película de James Bond, capaz de derribarte con una llave de judo o matarte con un golpe de kárate en la carótida, el exjefe de la KGB en tiempos de Yeltsin, autócrata, dictador de facto que no admite ninguna disidencia en su país (manifestarse en su contra puede suponerte cuatro años en una cárcel rusa, que no son balnearios; los opositores a su régimen han acabado asesinados o encarcelados; vence en elecciones amañadas en las que prácticamente no concurre más partido que su Rusia Unida, partido nacionalista y conservador), que prohíbe que los medios de comunicación, todos controlados por el aparato del estado, hablen de guerra o invasión de Ucrania (¿son ejercicios militares con fuego y muertos reales, entonces?), ha decidido echarle un pulso a la Europa del bienestar y a Estados Unidos y, por ahora, les ha torcido la mano por completo. Salvo sanciones económicas, que pagará el ruso de a pie, la expulsión del sistema swift, que también tiene efectos perversos para los que la implanten porque impedirá a Rusia pagar sus deudas, y entregar armas a una Ucrania que, en solitario, parece tener la partida perdida, la respuesta del bloque occidental se va a limitar a las protestas globales (reeditar el No a la guerra) y poco más. Putin tiene la llave del gas y el invierno puede ser muy frío en Centroeuropa. Pero Putin tampoco puede permitirse una guerra de largo alcance que asfixiará la economía de su país. Y la actual presidenta de la Comunidad Europea, Ursula von der Leyen acaba de anunciar una medida capital que puede inclinar la balanza sobre el eje europeo: paralizar los activos del Banco Central de Rusia

Me he manifestado contra todas las guerras porque son la máxima expresión del fracaso de la humanidad, la mordaza a la razón para que hablen las armas, la vida aplastada por la muerte, la legalización del asesinato masivo; lo hice contra las guerras fratricidas de Yugoslavia, esas matanzas entre vecinos que desmembraron los Balcanes, con una carta abierta dirigida a Javier Solana, por entonces secretario general de la OTAN, publicada en El Periódico de Cataluña, y contra las dos guerras de Irak declaradas por la dinastía Bush, padre e hijo, la segunda sustentada por una flagrante mentira y contra la voluntad de casi toda la comunidad internacional, incluida Naciones Unidas.

La primera de esas guerras, desencadenada por la invasión iraquí de Kuwait, no fue guerra sino una masacre total: 392 muertos de la coalición internacional liderada por Estados Unidos frente a los 35.000 muertos del lado iraquí. La segunda guerra del Golfo, la ilegal, en la que la reencarnación del nefasto Fernando VII, el presidente del gobierno de España José María Aznar, metió mi país a la fuerza desoyendo la masiva opinión en contra de la sociedad española, causó 400.000 muertos, casi todos del lado iraquí, destrozó un país de arriba abajo, y dio como resultado el auge del terrorismo yihadista que golpeó Europa con fuerza y causó una serie de masacres en Londres, París, Madrid, Barcelona, Suecia y Alemania. Además, Estados Unidos, un país demócrata en teoría, inventó el término de guerra contra el terror utilizando el terrorismo de estado y la tortura y violando toda suerte de leyes internacionales (sigue el limbo de Guantánamo y sus presos encerrados a perpetuidad sin posibilidad de ser juzgados). En esa ocasión el trío de las Azores se fue de rositas: no se incautaron los bienes de Bush, Blair y Aznar, no se habló de expulsar a Estados Unidos del sistema swift, no se boicotearon sus exportaciones, no se llevó al siniestro trío ante la Corte Penal Internacional de la Haya, no se declaró a Estados Unidos un país paria por romper con la legalidad internacional ni se le expulsó de los foros internacionales por invadir y destrozar un país soberano situado a muchísimos kilómetros de distancia. De eso también ha tomado nota Putin y lo tiene en su argumentario belicista.

Volvamos al presente, a esa Ucrania que aspiraba a entrar en la Unión Europea, quizá en la OTAN, y que ha sido salvajemente atacada por el autócrata Vladimir Putin, reencarnación zarista que quiere recuperar todo los que la URSS perdió en su camino y busca la revancha tras muchos años de ninguneo internacional (tuvo que ver derrocado, y ahorcado, a su aliado Sadam Hussein, linchado y asesinado a Muammar El Gadaffi, sin poder hacer nada) y ahora saca músculo militar aduciendo que Ucrania forma parte de la Rusia imperial y no puede permitir que la OTAN se instale en su frontera. Ahora, además, no puede sufrir una humillación, después de todo el arsenal militar desplegado, por parte de ese presidente Volodimir Zelenski, con el que comparte nombre, un comediante que se está convirtiendo en héroe popular y símbolo de la resistencia ucraniana.

Quizá, para comprender todo lo que pasa, tengamos que ir hacia atrás, a esa revuelta del Maidan, una insurrección popular gestada en esa mítica plaza y con presencia muy activa de grupos cercanos al pensamiento de extrema derecha, que derrocó, tras una serie de manifestaciones sangrientas, al presidente Víctor Yanukóvich por su alejamiento de Europa y su proximidad a Rusia. Putin, en esa ocasión, no pudo intervenir para reponerlo en su puesto, como tampoco pudo impedir que las repúblicas bálticas, una tras otra, y Polonia, entraran a formar parte de la OTAN que tendría que haber dejado de existir tras la disolución del Pacto de Varsovia con la caída del comunismo. No va nada desencaminado el nuevo zar de Rusia en sospechar que la Alianza sigue existiendo, pese a que el bloque comunista se desmoronó, para controlarlo y amenazarlo, y esa es una de las razones, la fundamental, que esgrime para justificar su agresión a Ucrania, territorio que estuvo tres siglos incorporado a Rusia e independiente de ella desde 1991.  Y el largo conflicto en el Dombás, una guerra de baja intensidad del gobierno ucraniano contra los rebeldes prorrusos que ya se ha cobrado 17.000 muertos y Putin lo achaca a la rusofobia de los últimos gobiernos.

¿Estamos ante los prolegómenos de una Tercera Guerra Mundial? ¿Va a seguir los pasos Vladimir Putin de Adolf Hitler, del que calca su estrategia a pesar de decir que quiere desnazificar Ucrania, además de desmilitarizarla manu militari, en su ansia imperialista y va a ir más allá? Eso es lo que parece preocupar a Europa, que el megalómano que gobierna con mano de hierro el país más extenso del planeta no tenga bastante y se envalentone. En una locución tremebunda, el zar del Kremlin amenazó al mundo con consecuencias imprevisibles si alguien osara ponerse en el camino de Rusia: lo arrollará tal como hacen sus blindados. Rusia es una gran potencia nuclear, como también lo son Francia, Reino Unido y Estados Unidos.

Los que confían en su inteligencia, creen que Putin sabe que una agresión más allá de Ucrania desencadenaría un conflicto mundial que se lo llevaría a él por delante, y su ansía es mantenerse en el poder por los siglos de los siglos en Rusia. La única esperanza para Europa, y el mundo, es que el dictador ruso no haya enloquecido del todo (Javier Solana, que lo conoce, dijo en una reciente entrevista que no reconocía al actual mandatario) o que alguien, desde el interior, tenga el suficiente valor como para librar a su país de su tiranía vía golpe de estado, algo que no se descarta con ese abanico de sanciones económicas que buscan perjudicar, y mucho, a los oligarcas que son sus perros agradecidos y pueden ver muy mermadas sus fortunas. Pero el exjefe del KGB parece tener todo atado y bien atado y los que intenten desbancarlo saben a lo que se atienen si fracasan.

En Ucrania se libra una batalla que Estados Unidos, pero sobre todo la Europa democrática, aunque sea con paréntesis, no puede permitirse perder, la del eje Estados Unidos Europa versus Rusia y China. Y China, mira por dónde, puede jugar un papel fundamental en la resolución de esta crisis. Al pragmatismo de la potencia comunista / capitalista, que le va muy bien seguir haciendo negocios con todo el mundo, un escenario de caos y guerra no le interesa en absoluto y en sus manos está dar un golpe en el hombro de Putin y decirle que recapacite. Si a eso se añade que, contra todo pronóstico, la ofensiva rusa parece encallarse ante la resistencia ucraniana, las cosas se le complican al todopoderoso zar y puede salir escaldado de su aventura militar.

Estados Unidos filmó su decadencia en su salida de Kabul, fotocopia de la de Saigón muchos lustros atrás. Putin reescribe la historia con una guerra absurda y el simbolismo de los tanques rusos, una vez más, aplastando un país que nos recuerda Hungría, Checoslovaquia, Chechenia y Georgia, todo un deja vu cuya única conclusión es que en el mundo sigue rigiendo, mal que nos pese, la ley de la selva, y quien tiene la fuerza y el poder es quien domina. A los que escribimos, y nos atormentamos por estas situaciones, sólo nos queda oponer al ruido de las armas el argumento de las palabras que quedan silenciadas por el atronar de las explosiones y los disparos.

Si Zelenski, el payaso, el comediante, le dobla la mano a Putin en este pulso, puede que la suerte del amo del Kremlin esté echada y se abra una nueva época en ese enorme país que es Rusia. La tierra de Chejov, Turgueniev, Pushkin, Tolstoi y Dostoievski no se merece tener a ese personaje. ¿Puede ser Ucrania la tumba de Putin?

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