`Espanglis´, vía del utilitarismo
Por Eduardo Zeind Palafox , 24 abril, 2017
El lenguaje, cuyas dimensiones tradicionales son la fonética, la semántica y la sintaxis, mal usado distorsiona el espacio. Mal usado, es decir, mezclado sin consciencia.
El sonido de las palabras inglesas acarrea la idiosincracia del ciudadano inglés y el sonido de las palabras españolas acarrea la española idiosincracia. El idioma, ha dicho Andrés Bello, es carácter primordial de todo pueblo. Entiéndase carácter así: modo singular de habérselas con el mundo.
El hispanohablante que entrevera arbitrariamente palabras inglesas y españolas está yendo y viniendo dentro de hábitos mentales propios y ajenos.
Las palabras de un idioma son finitas, y hechas lista representan un modo de clasificar y simbolizar lo que nos rodea. «Das Symbol für eine Klasse ist eine Liste», dijo Wittgenstein. El idioma, simbolización del mundo, es una taxonomía, una epistemología, criba de los datos y notas de lo circundante. Tal epistemología o lexicografía, mezclada sin consciencia con otra, distorsiona el espacio.
Veamos, como quiere Zubiri, en el espacio un «sistema de notas», un «modo de la realidad», y no un lugar o «topos» como en la filosofía griega, ni una «res extensa» como en Descartes, ni una mera manifestación simultánea de objetos, como en Kant. ¿Por qué? Porque un «sistema de notas» no es una topografía de cosas (trazo descrito con palabras) ni un lugar donde están las cosas (caracterización de cosas con palabras) ni una vulgar yuxtaposición de cosas, pues siéndolo no sería sistema.
Un sistema, para serlo, está relacionado estructural, sincrónica y diacrónicamente. Cada idioma, dijimos, es una clasificación del mundo, es un «sistema de notas» codificadas según avatares históricos. Codificadas, esto es, cargadas, por ejemplo, de ideologías derechistas, izquierdistas, reformistas, burguesas, etc. Heidegger, por ejemplo, intentó derivar lo alemán de lo griego echando mano de estrategias idiomáticas y los marxistas, apropiándose de metáforas naturalistas, pretendieron parecer completamente científicos ante todos los países.
¿Podemos decir que hay lenguas derechistas e izquierdistas? Aventuremos una respuesta: sí (Emerson dijo que la lengua inglesa es eficiente para comerciar). Conjeturemos: el «espanglis» y el «nahuañol» de México, fusiones de que habla Enrique Bernárdez en un artículo llamado «¿Traducir al espanglis? (II)», impreso en «El Trujamán», son lenguas que deforman el «sistema de notas» mexicano, la «perspectiva mexicana», citando a Tomasini Bassols, quien afirma que en México poco importa al pueblo la excelencia profesional y moral de los políticos. ¿El «nahuañol» y el «espanglis» implican ideales democráticos, liberales, científicos?
Toda sistematización, se sabe, regala claridad discursiva, lógica, y claridad intuitiva, estética, recordando a Kant. Lo diáfano, es decir, lo singular, positivo, sustancial y efectivo, puede captarse con palabras, y las palabras, tejiendo conceptos, sirven para generar conocimiento, experiencias con las que prevemos el día a día.
La petición española, por ejemplo, de un amigo que desea obtener de mi bolsillo unos pesos, es para mí clara, que soy hispanohablante, por estar compuesta de fonética, semántica y sintaxis españolas.
¿Pero qué acaece cuando alguien del norte de país me pide dinero con fonética norteña (que me parece gritada), sintaxis lacónica (sin merodeos corteses) y léxico inglés, neoyorquino («money»)? Dimana mi esencia judía y además pierdo la claridad lógica e intuitiva, y la realidad, que es un «sistema de notas», se distorsiona. Dice Hannah Arendt que quien pierde la familiaridad fonética, léxica y gestual, pierde el hogar.
¿Entrará en mi cabeza la ideología norteamericana merced al mucho uso de la fonética comercial (enfática), de la semántica utilitarista («time is money») y de una sintaxis distinta a la española («Eduardo’s Money»)? De todo lo dicho extraigo la siguiente pregunta política: ¿puede México votar por un izquierdista real, país que habla «espanglis» y «nahuañol»?–
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