Estadísticas
Por José Luis Muñoz , 19 enero, 2025
Soy un fanático de la estadística a la hora de dimensionar la barbarie humana y el dolor que causa. Los números son importantes porque multiplican esto último. Los más despiadados asesinos en serie los tenemos entre los que nos gobiernan, y a algunos de ellos hasta los elegimos con nuestros votos y les aplaudimos cuando asesinan.
En el hit parade de las atrocidades cometidas por el ser humano está, sin lugar a dudas, el Holocausto, el asesinato sistemático, con un esquema fabril, de más de once millones de personas indefensas en los mataderos del III Reich, seis millones judíos, pero también gitanos (medio millón), homosexuales, eslavos, disidentes de izquierdas, el sobrante como lo denominaban los enloquecidos dirigentes de ese distópico estado alemán aupado al poder por los votos de la tercera parte de sus electores, pero no conviene olvidar los catorce millones de rusos muertos y desaparecidos en el conflicto frente a los cuatro de alemanes. Los muertos por ambos bandos se creen que fueron 65 millones. Las estadísticas, muy tozudas ellas, hablan también de los veinte millones de rusos, o más, que eliminó el propio Stalin a lo largo de su brutal dictadura en el Gulag, con las deportaciones masivas y con hambrunas. Claro que el georgiano que iba para monje distribuyó sus veinte millones de asesinados en sus doce años de dictadura (1941-1953) y su homólogo Hitler lo hizo en mucho menos tiempo y fue más sistemático: la eficacia alemana. Un récord en barbarie en ese período se lo llevó Harry Truman, presidente de Estados Unidos, cuando decidió probar la capacidad destructiva de su nuevo juguete letal, la bomba atómica, y borró en dos días dos ciudades de Japón, Hiroshima y Nagasaki, evaporando a 246.000 seres humanos en segundos y superó el ratio letal de Auschwitz que en días punta consiguió eliminar a más de 5000. Los norteamericanos perdieron en ese conflicto en Europa y Asia cuatrocientos mil hombres. Muchos, pero pocos si hacemos caso de las comparativas.
En España sufrimos durante cuarenta años la dictadura sangrienta del general Franco que dio un golpe de estado contra el orden constitucional que provocó un millón de muertos y una represión, una vez ganada la guerra, que llevó a las fosas comunes a decenas de miles de asesinados.
Malas lenguas dices que el poeta metido a revolucionario Mao Tse Tung liquidó a sesenta y cinco millones de sus compatriotas entre hambrunas, deportaciones, fusilamientos y linchamientos durante su revolución cultural, una forma drástica de controlar el crecimiento de su población, que lo sitúa entre los grandes asesinos en serie de la historia de la humanidad. Su discípulo aventajado Pol Pot, educado en la Sorbona parisina, también comunista y fanático visionario que llevó a su país al año cero, se cargó a la tercera parte de su población en Camboya, unos tres millones, en sus campos de exterminio agrícolas o en las cárceles a golpes de azada para economizar gastos.
La guerra de Vietnam causó algo menos de 60.000 fallecidos por parte de Estados Unidos, suficientes para que se retiraran, y unos tres millones por parte de los vietnamitas del norte y del sur. En la masacre fratricida de Ruanda casi un millón de tutsis fueron masacrados a machetazos por los hutus y las mujeres fueron violadas sistemáticamente en una orgía de violencia desatada que duró algo más de un mes. La cruenta guerra de la ex Yugoslavia, que duró cerca de diez años, dejó un saldo de cien mil víctimas mortales, el 65 por ciento bosnios musulmanes, y 44.000 violaciones, sobre todo de mujeres bosnias. Entre la primera y segunda guerra de Irak, unos ocho años de destrucción sistemática del país por parte de Bush padre e hijo, se calcula que unas 460.000 muertes son imputadas a la invasión norteamericana frente a los cuatro mil muertos entre las tropas invasoras. Buen ratio que habla de la letalidad extrema de la primera democracia del mundo.
La invasión rusa de Ucrania se ha saldado, de momento, con la muerte de seiscientos mil rusos y cuatrocientos ochenta mil ucranianos, fundamentalmente militares, una carnicería entre ejércitos más o menos igualados, unos con efectivos ilimitados y otros con tecnología militar de la OTAN. De estos últimos hay que destacar que diez mil muertos, entre ellos quinientos niños, eran civiles. La actual masacre de Gaza, sin olvidarnos de Cisjordania, deja unos 60.000 muertos entre los palestinos (se calcula que hay más de diez mil cadáveres bajo las ruinas), de momento, frente a más de mil asesinados entre los israelíes el 7 de octubre y unas trescientas bajas del ejército invasor en poco más de un año. La desproporción es evidente y se explica porque de un lado está uno de los ejércitos más letales del mundo, armado hasta los dientes y con tecnología punta, y del otro un grupo terrorista mal pertrechado. De esas 60.000 víctimas civiles (en Ucrania 10.000) se calcula que hay 15.000 que son niños (en Ucrania 500). La carne palestina cotiza a la baja. Y seguimos porque no hagan caso de esta pausa que terminará cuando los pocos rehenes israelitas que aún viven sean liberados.
Pongan cara, cuenten las familias y amigos de cada uno de esos millones de muertos violentamente por los desastres que genera la humanidad en los últimos cien años y el dolor causado no tiene parangón. Las estadísticas sirven para comparar y evaluar, para deslindar lo que son guerras convencionales, atroces y crueles, de simples masacres cuando el adversario está prácticamente inerme y no solo no tiene con qué defenderse sino que no puede escapar. Estoy hablando de Gaza, claro, y de los desalmados que a lo largo de la historia de la humanidad han sido artífices de tantos desastres. No hay un infierno suficientemente grande para que ardan durante toda la eternidad.
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