Estado de Excepción
Por Carlos Almira , 1 julio, 2015
No deja de ser una ironía que la entrada en vigor de la «Ley Mordaza» en España haya coincidido con la agudización de la crisis griega. En ambos casos aparece el problema de la soberanía. Uno de los ideólogos y juristas de la Alemania de Hitler, Karl Smicht, definió al “soberano” como aquel que decide sobre el Estado de Excepción. Ni en la crisis griega ni en la puesta en cuarentena legal de determinadas libertades en España, parece que este calificativo, “soberano”, pueda aplicarse ya al pueblo (sea lo que sea lo que queremos definir a estas alturas, con esta palabra).
En el primer caso, lo que se presentaba como una cuestión de tiempo y de fuerzas, que el gobierno griego acabaría aceptando sin más, in extremis y tras una adecuada escenificación, las condiciones que se le impusieran, y que centraría su problema político, sobrevenido, en intentar maquillar ante su electorado la traición flagrante a sus promesas (traición, aun cuando se aceptara que esas promesas no podían cumplirse), parece ahora enquistarse en una disputa inesperada, cuyo centro es el referéndum del próximo domingo. Este referéndum de un pueblo ya desahuciado por la » madre Europa», que era en principio rechazado de plano por Bruselas (cuidando eso sí, las formas, para que ese rechazo no apareciera como lo que realmente es, un desprecio aristocrático por la soberanía popular), se ha convertido inesperadamente en un campo de batalla entre los partidarios del sí, que los grandes medios de comunicación equiparan ya con la opción buena, europeísta; y los partidarios del no, que serían los contrarios a “Europa” (sea lo que sea lo que queramos decir a estas alturas con esta expresión), los radicales que hacen corralitos, los compañeros de viaje de la extrema derecha.
Ahora Bruselas parece inclinarse por el referéndum, naturalmente por el triunfo del sí. Primero, porque éste puede dividir aún más a la sociedad griega y crear un clima propicio, de inestabilidad (y en los mejores sueños de la famosa troika), la caída del gobierno Tsipras, aun cuando el “no” saliese ganador el domingo. Movilizar a una parte de la población griega por el “sí” es, en este contexto, movilizarla contra ese gobierno “indeseable” (lo que pone de manifiesto, una vez más, la sutil apuesta aristocrática contra las urnas). En segundo lugar, como es sabido, los referéndums no sólo son instrumentos potenciadores de la democracia, sino que pueden también instrumentalizarse (en los esquemas de acción política del bonapartismo), para crear la ilusión de que es el pueblo quien decide ponerse las cadenas. Esto es interesante sobre todo si se tiene en cuenta que quien tiene los resortes materiales de la situación no es el gobierno Tsipras, ni menos aún el pueblo griego, sino sus acreedores y las instituciones europeas que los representan.
En el caso de España, el problema es ligeramente distinto (aunque se intenta, me parece, crear un clima de confusión, equiparando la suerte de la opción radical en Grecia con la situación interna española, con la vista puesta en las próximas elecciones generales). La llamada Ley de Seguridad Ciudadana (Ley Mordaza), contestada ya no sólo por una parte notable de la ciudadanía, sino a nivel internacional, por juristas de prestigio, etcétera, parece perseguir, lisa y llanamente: a) la desmovilización social, para crear un clima propicio al gobierno y al otro gran Partido, de cara a esas elecciones; y b) la criminalización de la protesta social. Sin embargo, podría ocurrir justo lo contrario (y los ideólogos de FAES, como los del otro Partido de Gobierno, que tanto han recurrido al calificativo de “populismo” para desacreditar a Podemos, deberían recordar ahora una de las definiciones de este término: “opción política, de carácter reactivo, que moviliza a una parte de la sociedad, a la que equipara con el “pueblo”, más allá de las diferencias de clase, contra una situación de flagrante oligarquía”).
El Estado de Excepción no surge, no es el resultado, de una situación de fuerza sino de debilidad. Esto, creo que puede decirse hoy de Grecia y de España. De pronto las buenas maneras, la combinación de persuasión y de fuerza, de villanía y de encanto; el “puño de hierro enguantado en terciopelo”, como decía Richelieu, la sacrosanta Economía, ya no bastan. Alguien se levanta de la mesa y dice no ante lo que el común de los mortales, hasta la fecha, hubiera considerado lo único razonable y justo: “las deudas hay que pagarlas”; “hay que trabajar más y ganar menos”; “hay que favorecer a los mercados”, hay que ser razonable, moderado, en suma, etcétera. ¿Qué hacer ante semejante desplante? La cosmovisión liberal, indiscutida hasta la fecha, ha quedado de pronto puesta en evidencia, en tela de juicio. Sea cual sea el resultado del drama en curso, algo difícil de predecir, ya nada volverá a ser como antes. Ni en Madrid ni en Bruselas. Este es el resultado más claro que se me ocurre del Estado de Excepción.
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