Fomentando nuestros miedos
Por Silvia Pato , 12 noviembre, 2014
Las redes sociales y las aplicaciones de mensajería, fuente inagotable de alegrías para acercar a los que tenemos lejos y tener contacto con aquellos otros que, de otra forma, difícilmente conoceríamos, se convierten en un auténtico problema cuando pasamos la frontera entre una utilización equilibrada y un uso obsesivo, corriendo el riesgo de que nuestro bienestar se vea alterado.
Mucho se ha hablado sobre este tema, aunque no lo suficiente, a decir de los casos que se suceden y los hábitos que nos rodean, así como del desconocimiento que algunos poseen sobre problemas como el FOMO (Fear of Missing Out). Sin embargo, también vale la pena reflexionar cómo, en nuestras rutinas, en nuestro quehacer cotidiano, estas formas relativamente nuevas de comunicarnos pueden afectar a nuestras querencias. Tampoco es tan descabellado pensar que todos hemos sucumbido a alguna de sus desventajas en ciertos momentos.
Las redes como Facebook o servicios de mensajería como Whatsapp pueden tender a fomentar nuestros miedos e inseguridades en relación a las personas que nos importan. Es fácil que algo así suceda en un momento de debilidad, de confusión o de desánimo, y negar que hemos padecido esa incertidumbre es negar la realidad; al fin y al cabo, somos humanos.
La repercusión que ha tenido en los últimos días el double check azul de Whatsapp es reflejo de todo ello. Debates sobre si es adecuada o no esa marca que avisa si nuestro receptor ha leído el mensaje enviado se han sucedido hasta en la televisión. Apenas una jornada después ya había forma de deshabilitar la dichosa señal objeto de controversias.
¿Nos hemos vuelto locos? Cualquiera diría que sí.
Mucha gente se ha llevado las manos a la cabeza completamente indignada: «Va a saber que no contesto», «Me siento obligado a contestar»… Los unos cayendo en la obsesión de agradar, aumentando esa inseguridad de creer que, si actúan de otra forma, dejarán de estimarles, y los otros incrementado esa inseguridad de pensar que si no les contestan es porque ya no les quieren. Lo que pueden hacer dos líneas azules. ¡Qué frágiles somos!
Hasta tal punto pueden interferir en el mundo emocional de cada uno de nosotros este tipo de gestos virtuales que es fácil perder el equilibrio y terminar desenfocando la realidad para darle más importancia al universo digital que al físico, como si fuera más real o mostrara más compromiso algo escrito en un muro del Facebook que dicho al oído.
Resulta curioso cómo en esas ocasiones en que uno llama a un teléfono fijo, y nadie responde a la llamada, lo primero que piensa es que esa persona no está en casa. No hay temor, inseguridad ni paranoia alguna. Pero si hablamos de una llamada al teléfono móvil o de un wasap, la cosa cambia. Todos nos hemos encontrado alguna vez con alguien que, furibundo, pregunta: «¿Qué hacías? ¿Por qué no me lo cogiste? ¿Por qué no me contestaste?».
¡Por favor! ¡Un móvil! El simple objeto indica que puedes estar en cualquier parte, ya sea en el trabajo, conduciendo, peleándote en la cola del supermercado con una viejecita, corriendo para no perder el autobús, escalando un ocho mil o haberte olvidado el dichoso aparato en casa. No obstante, nuestras inseguridades y temores en determinados momentos nos llevarán a pensar que el problema es nuestro, que los sentimientos de esa persona han cambiado, que existe engaño, traición u ocultación de los más peregrinos hechos, y nos tambalearemos con miedo a caer. Y cuando no seamos nosotros los que traspasemos esa frontera y lo haga la otra persona, nos sentiremos molestos, ofendidos y malhumorados ante su exigencia y recelo.
Las redes sociales y los servicios de mensajería avivarán nuestros temores y nuestra desconfianza si caemos en el error de no mostrarnos, de creernos el centro del universo, de no respetar la autonomía y el espacio de los que nos rodean, de no interesarse, con naturalidad y tranquilidad, por aquello que no tenemos por qué adivinar. Sin embargo, ¿quién no se ha visto tentado a preguntarse alguna vez si esa otra persona estará enfadada por algún motivo y por eso no ha respondido; si le ha parecido algo mal que uno desconoce y por eso hace el vacío; o si carecer de señales en el Facebook significa que ya no le interesas a tus amigos?
No nos engañemos. A todos nos ha pasado. Es fácil que nos vuelva a pasar. Aunque solo sea durante un breve segundo, en alguna ocasión, con nuestra pareja, nuestros amigos o nuestros familiares más cercanos, todos hemos sucumbido a dejar volar la imaginación en la peor y más cruel de las preguntas: «¿Y si… ?». Nos convertimos así en víctimas de nosotros mismos, gastando energías en suposiciones en vez de enfocarlas en pensar: «Voy a… ». No olvidemos que las dos palabras del principio de una frase pueden marcar la diferencia.
Los temores solo se afrontan con una pregunta de frente y una verdad a la cara. Seguramente, nunca tanto como ahora, inmersos en un mundo digital que intenta convertirnos en esclavos de nuestros teléfonos móviles, fue tan importante utilizar la lógica. Relativicemos pues, pongamos cada cosa en su sitio y desdramaticemos para dar la importancia a los gestos que los gestos tienen. Y si nos afectan, compartámoslo. Seguramente, esa persona ni se imagine cómo puede dolerte determinado hecho si no se lo dices. No somos adivinos.
Y, después de todo, a los miedos solo se les vence dejándolos salir y abriendo las ventanas con una sonrisa.
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