Günter Grass: las capas de la cebolla
Por José Luis Muñoz , 14 abril, 2015
Los escritores mueren pero sus libros les sobreviven. Ayer, 13 de abril, abandonaba el mundo Gunter Grass (Dánzig, 1927-Lübeck, 2015), el premio Nobel y Príncipe de Asturias alemán después de fumar su última pipa, escribir su último renglón—de un poema, pues se había retirado de la novela en 2014— y atusarse su frondoso bigote nietzchiano característico.
El autor de El tambor de hojalata, su novela más celebrada, quizá por la versión cinematográfica que de ella hizo Volker Schlöndorf, premiada con el óscar a la mejor película extranjera, seguidas de El gato y el ratón y Años de perro, una trilogía implacable sobre el pasado inmediato de Alemania, fue un artista inquieto que indagó en todos los campos literarios—novela, poesía, teatro y ensayo—, experimentó en otras artes—era un aceptable pintor y dibujante—y se convirtió, con el paso de los años, en un polemista controvertido y hasta incómodo.
De su hacer literario destaco esa especie de adaptación del realismo mágico al gusto germano de buena parte de su obra que gira, casi toda, sobre el pasado de Alemania, su época más oscura de la que pocos se atreven a hablar por vergüenza, y de su personalidad política, porque Günter Grass, además de escritor siempre estuvo comprometido con la realidad de su país desde posiciones de izquierda, una claridad de ideas que le hizo ir a contracorriente cuando criticó la unidad de Alemania tras la caída del muro—y escribió, a propósito, Es cuento largo—; su crítica feroz a la desastrosa guerra de Irak; y su valiente confesión de que se había enrolado durante la Segunda Guerra Mundial en la Waffen SS. Esto último fue un aldabonazo en una sociedad hipócrita que, mayoritariamente, se había dejado seducir por el fascismo pero se resistía a reconocerlo y lo apartó de las filas de la socialdemocracia que lo miró, desde entonces, como un elemento molesto que les iba a restar más que sumar. Cuando algo es moralmente correcto hay que defenderlo sin preocuparse de las consecuencias políticas o personales que vamos a pagar, dijo.
Günter Grass era, además, un autor telúrico. Las páginas de sus libros, a menudo áridas y que requerían lecturas lentas, olían a bosta de vaca y a terruño, sabían a cebolla, y a veces tenían la pátina resbaladiza y desagradable de la anguila. También era un aventajado cocinero, al parecer, y toda su sabiduría culinaria la pueden encontrar sus lectores en El rodaballo.
El dolor es la principal causa que me hace trabajar y crear, dijo recientemente. Y encontró la terapia en sus libros.
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