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Gurugú que te vi

Por Nicolás Melini , 7 marzo, 2014

Sé que posiblemente a alguien le costará creerlo, pero esas 15 personas que murieron hace unas semanas en la frontera entre Marruecos y Ceuta, tienen madre, y seres queridos que les lloran –aunque nuestros medios de comunicación no vayan a ir hasta allí para contárnoslo—, y esas madres y familiares y amigos, además, ni siquiera esperan nada similar a un acto de justicia por nuestra parte, porque saben perfectamente quiénes somos, cómo somos. Esa es la impronta que estamos dejando como país.

Con un ardid propio de la mala política, bochornosamente hecha, a la que últimamente nos tienen acostumbrados nuestros dirigentes, y tantos medios de comunicación, unos y otros le han dado la vuelta al asunto y la atención viene centrándose en una suerte de victimización del cuerpo de la Guardia Civil; aunque víctimas mortales (y familiares de víctimas) aquí no hay más que las que hay, y son muchachos negros, y son africanos. Según esa mala política nefastamente hecha parece que debemos criminalizar a los inmigrantes. ¿A los ahogados? Se ahoga usted porque emigra, qué le vamos a hacer; si no fuese tan pobre, no le pasaría eso.

¿Cuerpos exánimes en la costa? ¿Jóvenes cadáveres expulsados por el mar? No, nosotros (parecen decir nuestras autoridades), debemos respaldar a “los nuestros”, ponernos en su lugar, ellos sí que sufren (aunque no, claro, no hasta el punto de morirse). El propio Ministro, tan buena persona, sufridor él donde los haya, y dirigente responsable, acarrea tal sufrimiento que últimamente su rostro aparece contrito en todas sus declaraciones, y no debiera extrañarnos si este asunto le hubiera llevado a disponer en sus ingles 15 cilicios 15; para expiar su culpa.

Pensemos en él, por Dios. ¿Cadáveres en las costas? ¿Ahogados? No, acordémonos del Ministro.

Una decente persona, un muchacho de los mejores, recto como el que más, uno de los grandes, el éxito, el compañero que todos quisiéramos tener, la cabeza en su sitio, cuántos de nosotros habríamos sido peores de no ser por él…

Anda el Ministro pidiendo perdón a la Virgen a fuerza de condecorar sus méritos policiales (los de la Virgen, se entiende) y pidiendo responsabilidad y ayuda a Europa. Está bien. A los reproches de Europa se responde pidiendo dinero. Lo mismo hizo el Gobierno de Canarias con el Gobierno Central cuando la llegada de cayucos.

Mi anterior paráfrasis del bello poema de Philip Larkin concluye:

Celebro al hombre más angelical que conozco, aunque no sea el azul celeste (ni siquiera el blanco) mi color favorito.

El Ministro afirma “la inmoralidad” de quienes acusan a la Guardia Civil (quién acusa a la Guardia Civil, por cierto, y por qué hay que conferirle tanta importancia), pero inmoral es tratar de dar la vuelta a la tortilla para acabar despejando el balón de encima de sus subalternos y de sí mismo, ponerlo sobre el cuerpo de la Guardia Civil (ni siquiera de los Guardias Civiles que actuaron en Ceuta, sino de todo el cuerpo y de toda su historia, méritos y deméritos incluidos) para dejar en un clamoroso y sibilino olvido a los 15 seres humanos muertos. Es como cuando pillas a un ladrón con su mano en tu bolsillo pero este se pone a vociferar, a insultarte en medio de la calle, de tal modo que pareciera que el agraviado es él y tú el agresor. Por desgracia, últimamente los Gobiernos practican en España demasiadas artimañas como esa: pillas al ladrón, pero en cuanto lo haces te das cuenta de que con él hay cuatro o cinco más, porque te increpan, te insultan, te acusan con sus dedos y te zarandean y agreden mientras desaparecen. Se trata del mismo modus operandi con igual objetivo: que el enfrentamiento quede en tablas. Irse finalmente de rositas. Los pillas y no pasa nada.

Pero en algo tiene toda la razón el Ministro: este es un asunto moral. Porque 15,

15. Personas. Muertas. Padres, madres, hermanos, hijos, otros familiares y amigos les lloran.

15. Sólo moralmente se puede concebir abordar este asunto y, sobre todo, la actuación de quienes se defienden políticamente para eludir su posible responsabilidad. ¿En qué cabeza cabe que mueran 15 personas en esas circunstancias y no pase nada?

Si los muertos no fueran inmigrantes negros… Si en vez de en la frontera, esas 15 personas murieran durante el transcurso de una manifestación, en una huelga; si fuesen de Greenpeace; si se tratase de militantes “provida” asaltando una clínica y la respuesta policial diese ese resultado, 15 muertos; si fueran españoles y la policía de otro país… ¿Se imaginan que los muertos fuesen familiares de víctimas del terrorismo y quienes les disparasen con pelotas de goma cuando se debaten en el agua pertenecieran al entorno de un grupo terrorista? Hay personas que son menos que otras. Hay personas que pueden morir por una acción policial sin que haya la menor consecuencia. Por cierto, ¿han dicho algo los Gobiernos de los países de procedencia de los ahogados? Y, si fuesen españoles en la frontera de otro país, ¿diría algo el Gobierno español?

Al Gobierno le sirve todo, cualquier cosa, para ocultar sus vergüenzas. Le valió Gibraltar en verano (por cierto, ¿alguien sabe qué pasó con aquello, en qué quedó?, ¿o se resolvió solo, sin más, y ni nos enteramos?); le vale siempre Cataluña –lo mismo que a Cataluña le sirve el Gobierno de España para tapar las suyas—; le vale cualquier movimiento de ETA (hasta ETA haciendo la estatua le valdría); le vale una ley del aborto hecha para el escándalo; y le vale la inmigración, cómo no, como siempre.

La inmigración, hay que recordarlo, entra mayoritariamente por los aeropuertos, vestida, con zapatos, con equipaje, con documentos, sin malnutrición, sin cortes de concertinas ni tibias rotas. Dice Juan López de Uralde (Equo) que “Causa dolor ver cómo sólo se habla de inmigración por la frontera sur en términos policiales, y no humanitarios”. Causa dolor, sí, si además, como tantas otras veces, sirve para desviar la atención a costa de infligir un daño a las personas que se encuentran en la situación de mayor desprotección. A veces el ejercicio de la política parece consistir en crear problemas donde no los hay, y luego resolverlos o no, según convenga, porque se diría que les sale a cuenta convertir en crónico, al menos en la prensa, un problema inexistente, un problema “inventado”, si de ese modo pueden evitar que se ponga esa porción del foco donde sí les duele: en Génova, por ejemplo; o en otras acciones del Gobierno que afectan directamente a nuestros bolsillos, nuestros derechos, nuestras libertades (al fin y al cabo, de qué nos quejamos, por mucha crisis y demasiados recortes que nos acosen, no estamos ni de lejos tan mal como esos pobres). Incluso sus torpezas, sus mentiras, sus desfachateces (también las de los periodistas que los defienden), cuando mienten o inventan o tratan de desinformar (¡hay 30.000 inmigrantes esperando a saltar la valla! ¿¡Qué digo 30.000!?, ¡no, 40.000 o 50.000, quizá 80.000!) parecen diseñadas conscientemente para que hagamos mucho ruido sobre ellas; en definitiva, para agotarnos discutiendo tonterías que no son esas 15 personas fallecidas con la inestimable colaboración de los nuestros.

La valla no es más que una vergüenza. Inútil y, más que probablemente, innecesaria.

Desde el punto de vista de una persona mínimamente liberal, más o menos defensora de las libertades, consciente de que conceder libertad a las personas no solo es de justicia sino que suele acabar siendo beneficioso para todos, esa valla es un desastre. Recuerda a aquellos tiempos en que los estadios de fútbol contaban con una valla que impedía al público saltar al terreno de juego. Algunos medios de comunicación parecieran pretender que los españoles somos esos 22 jugadores en medio del terreno de juego, y que en el monte Gurugú hay 80.000 negros (trasunto de los espectadores en el estadio) dispuestos a saltar e impedir que el “partido” de esta España nuestra siga su curso. ¿¡Cómo quitar las vallas de los estadios!?, ¡en la grada hay hooligans, fanáticos de los dos equipos!, ¡es muy peligroso, corre peligro la integridad del árbitro, de los técnicos, de los jugadores!, ¡quitar las vallas sería una locura, todos estamos de acuerdo con que eso no se puede hacer! Cuánta histeria.

Pues ya lo vemos, las vallas desaparecieron de los estadios y se diría que hay menos invasiones que antes, que las que hay son menos peligrosas y, desde luego, el peligro de que los aficionados se hagan daño y mueran, catastróficamente, es menor.

Pero las fronteras de los países no son los límites entre el graderío y el terreno de juego de un estadio. Cómo vamos a comparar… ¿De verdad no lo son? Recordemos que no hace mucho tiempo los países europeos acabaron con sus fronteras entre sí –qué enorme gesto de libertad y confianza mutua—, y no ha habido que lamentar gran cosa. Algunos parecen suponer que si suprimiéramos la valla de Ceuta se produciría una gran invasión migratoria sobre España y el resto de Europa; que medio Marruecos y tres cuartas partes del África Subsahariana vendrían a vivir aquí. Pero también se hubiese dicho en su momento que los países más ricos de Europa recibirían una avalancha de ciudadanos de los países más pobres de Europa. Y no. Nada impide a los portugueses, mucho más pobres que nosotros, venir a trabajar a España. ¿Siente alguien que España se ha visto asaltada por una ingente cantidad de trabajadores portugueses? Nada. Como en los estadios de fútbol.

Más pronto que tarde suprimiremos infamias como la valla con concertinas de Ceuta. Pero ahora tiene, o le otorgan algunos, un estratégico valor instrumental. La valla forma parte de políticas que propician una conveniente instrumentalización. Hay políticos que se frotan las manos ante supuestos dilemas como ese. Escucha uno a Jean-Marie Le Pen y ofrece sobre el asunto similares soluciones que las implementadas por los dos principales partidos españoles, los más o menos liberales PP y Psoe (el Psoe montó un sistema de redadas sistemáticas de la policía, acompañadas de expulsiones masivas, todo ello ilegal, inconstitucional, contra la normativa europea, atentando contra los derechos de esos seres humanos; y el PP está ahora en estas). Le Pen, además, dice estar de acuerdo con los suizos, que han decidido cerrar las fronteras a los trabajadores europeos (ella, en Francia, se las cerraría a los españoles). Qué atraso su aplastante lógica de patas cortas. ¿Han votado los suizos a favor de cerrar las fronteras a los inmigrantes europeos, como ella afirma? Curiosamente, las ciudades de Suiza que han votado SÍ a cerrar las fronteras son aquellas que cuentan con una población inmigrante insignificante; y sin embargo, las ciudades con mayor cantidad de inmigrantes desde hace más tiempo son las que han votado NO a cerrar las fronteras. Sugerente detalle.

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