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Historias de oficina 2. Capítulo IX

Por Sonia Aldama , 17 agosto, 2014

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RETORNO A WAIKIKI (IX)

 

Juan Carlos escuchó la traducción de Irma, y dijo:

–          A nosotros el campamento base nos importa un pimiento. Lo que necesitamos es acercarnos al puerto, afanar un yate en condiciones y volver pitando a Waikiki.

–          ¿Por qué quieres volver? – preguntó Sofía.

–          Pues porque me gusta la idea de Irma, lo del sacrificio está muy bien…

–          ¡Por fin alguien hace caso de mis ideas! Si ya lo decía yo, es genial: nos podremos librar de la Caponati, de su padre, de todos nuestros ex-jefes… – se sonrió Irma, soñadora.

–          Bueno, esta idea no está mal, pero tía, es que los negocios que nos proponías cuando estábamos en la ofi… – rió Belén – Lo de ser basurero, o poner una pollería…

–          Se trataba de negocios con futuro, pero es que no tenéis visión empresarial – Irma se había picado un poco.

–          Seguramente la Isidra y Josefa Fernanda volvieron al hotel, porque la Isidra no tiene un duro, y la otra se hospeda allí. ¡Ya tenemos a la tía más vulgar del planeta! – exclamó Sofía.

–          Lástima lo del gallináceo, nos venía como anillo al dedo… – se lamentó Juan Carlos.

–          Pues fuiste tú quien lo tiró a los tiburones, macho – intervino el Alipio, alejándose un poco y mirándolos – ¡Yo me quedo en esta isla! Pase porque queráis sacrificar a la Isidra y al gallináceo ése de los cojones, pero la loca ésta – señaló a Sofía – ¡me ha tenido todo el trayecto desde Hawaii con un cuchillo puesto al cuello!

–          No te lo tomes a mal, Alipio – dijo Sofía con su voz más dulce e inocente – Si no lo hice a mala uva, es sólo que te teníamos tan a mano, con ese pelo blanco tan chulo…

–          Venga, no seas rencoroso, Alipio – le tranquilizó Belén, dándole palmaditas – Te prometo que buscaremos otro treintañero canoso al que sacrificar.

–          A lo mejor el gallináceo tuvo suerte, y se escapó de los tiburones – dijo Irma, optimista – Ese tío es tan raro, que puede que ni ellos quisieran comérselo.

–          De todas formas, hay un problema – señaló Sofía – ¿No habíais dicho que si sacrificábamos a alguien con quien hubiéramos tenido contacto físico, la maldición caería sobre nosotros? ¡Pues tú le has plantado el puño en la cara al gallináceo! – exclamó, apuntando a Juan Carlos con el dedo.

–          No os preocupéis – Juan Carlos sacó el libro que Irma había tirado en la papelera, y que él había recogido antes de nadar hacia la costa – He estado revisando el libro, y dice que si incluimos a un intérprete hawaiano, nos libraremos de la maldición.

Todos miraron a Sofía. Ella se echó hacia atrás, y exclamó:

–          ¡A mi Keanu, ni tocarlo! ¿Estamos?

–          Tranqui, tía – Belén guiñó un ojo a los demás – Seguro que encontramos algún otro intérprete.

Una vez calmados los ánimos se fueron al puerto, donde Irma, que le estaba cogiendo el gusto a esto de mangar barcos, le echó el ojo a un yate muy chulo. Se subieron todos a bordo y enfilaron hacia Waikiki. En cuanto llegaron al hotel, preguntaron al recepcionista por la habitación de Josefa Fernanda. El Alipio iba mirando a todas partes, buscando treintañeros canosos; Sofía se fue a buscar a Keanu para decirle que se escondiera, y Belén, Irma y Juan Carlos se fueron para la habitación de Josefa Fernanda.

–          Pasad, chicos – les dijo con vocecilla suave cuando llamaron a su puerta – Cuántas emociones estoy teniendo hoy, Piluca no se lo va a creer… Estaba mirando unos folletos del P.P., para distraerme. Qué bromista es vuestra amiga, me ha dicho que se iba a comprar una metralleta en la armería del hotel. Nos han tenido que traer los guardacostas, porque nos habíamos quedado sin gasolina… Por el camino han sacado del agua también a ese señor sin pelo que había ido a saludaros, qué gracioso que es.

Juan Carlos miró a Belén e Irma con gravedad, y luego se dirigió a Josefa Fernanda:

–          Tienes que ayudarnos a capturar a la Isidra.

 

José Carlos Castellanos

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