Historias de oficina 2. Capítulo XIII
Por Sonia Aldama , 29 septiembre, 2014
Fotografía de Jon Davison.
DE LA PRISIÓN AL MAUNA LOA, PASANDO POR EL JUZGADO (XIII)
- ¡Dichoso Keanu! – despotricaba Irma – ¡No tendrías que haberle contado tantas cosas de nosotros, maldita sea!
- Ay, quién iba a pensar que me traicionaría, con lo bueno que está… Digoooo, con lo de fiar que parecía que era – se lamentó Sofía.
- Claro, con tanta piscinita y tanta camisetita mojada, seguro que le has contado nuestra vida y milagros – le echó en cara Belén.
- Bueno, calma, que peleándonos entre nosotros no vamos a solucionar nada – dijo Juan Carlos – Tenemos derecho a hacer una llamada cada uno, así que tenemos que repartirnos para llamar al Alipio, a Josefa Fernanda, a nuestro banco, y al hospital.
- ¿Y todo eso? – se extrañaron sus compañeras.
- Pues tenemos que llamar a nuestro banco para que nos den fondos, porque seguro que nos dejan salir bajo fianza. América es así; al fin y al cabo, no somos más que unos secuestradores y unos homicidas, algo sin importancia – sonrió Juan Carlos – A Josefa Fernanda hay que llamarla para que vigile a la Isidra, que sigue en mi habitación; al Alipio para que venga a recogernos, y al hospital… Bueno, esa llamada la haré yo; ya os lo explicaré.
Sofía se pasó todo el trayecto echándole miradas de reproche a Keanu, que sonreía pensando en el ascenso que le iban a dar. El furgón de la policía les dejó en la cárcel del estado, e hicieron las llamadas que les había propuesto Juan Carlos. El Alipio les dijo que iría a buscarles con un coche, y Josefa Fernanda se comprometió a vigilar a la Isidra.
- Uyyyyy, qué emociooooónnn… – exclamó – Qué vacaciones tan estupendas, estoy teniendo una historia de aventuras con españoles de baja estofa, esto no me lo va a creer ningún votante del P.P.
Del banco les dijeron que no había problema, que transferirían los fondos necesarios para la fianza. Unas horas más tarde los llevaron a todos al juzgado, y negociaron su libertad en menos que canta un gallináceo.
A la salida les esperaba el Alipio, con un descapotable rojo y un chimpancé dormido en el asiento de al lado. El chimpancé tenía un montón de pelo blanco.
- Pero, ¿qué haces con el mono ése? – le preguntó Belén.
- Es un treintañero canoso – sonrió el Alipio – El pobre está viejísimo y enfermo, en el zoo le iban a practicar la eutanasia. Este candidato ya está resuelto, así que nos dejaremos de machetes… ¿eh, Sofía?
- Sí, claro, Alipio – respondió ella, aún cabizbaja por la traición de Keanu.
- Y, ¿para qué has llamado al hospital? – le preguntó Irma a Juan Carlos.
- Para preguntar si habían tomado muestras de tejido del gallináceo… – respondió él – Me han dicho que sí, que con todos los bichos raros que les llegan lo hacen, y les he prometido “untarles” bien de pasta si inseminaban un óvulo con el material genético del tipo ése. Tenemos esperándonos un feto de futuro gallináceo, que para el conjuro vale lo mismo que un gallináceo adulto. Y además, con la ventaja de que a éste no lo hemos tocado, así que podemos ahorrarnos el intérprete hawaiano.
- Por mí, podemos tirar a Keanu al volcán, sin anestesia ni nada – soltó Sofía entre dientes.
Se fueron todos para el hotel, donde recogieron a la Isidra, que seguía bien atada y amordazada, y les miraba con ojos de fiera sanguinaria. Josefa Fernanda les preguntó que si podía ir con ellos.
- Yo esto no me lo pierdo – repetía – No sabía que los de clase baja llevaran una vida tan excitante… Le diré a mi Borja Mari que ya me reuniré con él luego.
El Alipio y Juan Carlos metieron en un saco a la Isidra, que se debatía como un cerdo salvaje, la bajaron al garaje y la encerraron en el maletero del descapotable. Luego llevaron el coche hasta la entrada del hotel, donde les esperaban Belén, Sofía, Irma y Josefa Fernanda. Pero en medio había tres mujeres hawaianas, que llevaban en la mano derecha sendos rodillos de amasar, y miraban amenazantes a nuestras protagonistas femeninas.
- Soy la novia de Keanu – dijo una, moviendo el rodillo en dirección a Sofía.
- Soy la mujer del recepcionista – declaró otra, mirando con cara de pocos amigos a Irma.
- Pues yo soy la amante del piloto – soltó la tercera, taladrando a Belén con los ojos.
Josefa Fernanda se quedó mirándolas, maravillada, y dijo:
- Pero qué hipermegaguay, una pelea de mujeres de barriada… ¿Vais a tiraros de los pelos?
Belén cerró los ojos, entonó su querido “OOOOOOOMMMM…”, respiró pausadamente, tomó la posición del loto, puso en armonía su karma con su ying y su yang, hizo que su espíritu alcanzase el nirvana, y acto seguido le pegó un patadón en los morros a la amante del piloto. Irma se sacó la pandereta que llevaba oculta en la cintura y se la estampó en la cara a la mujer del recepcionista, que se cayó al suelo redonda. Mientras tanto, Sofía le explicaba a la novia de Keanu que éste la había seducido y se había aprovechado de ella, tan inocente; finalmente la novia salió a buscar a Keanu, jurando que a su lado lo de Lorena Bobbit iba a parecer una partida de parchís. Juan Carlos y Alipio se miraban, admirados.
- Recuérdame que nunca las haga cabrearse – dijo el Alipio.
- De acuerdo… – contestó distraídamente Juan Carlos – Joder, ni los ángeles de Charlie…
Las tres, seguidas de Josefa Fernanda, se montaron en el coche. El Alipio arrancó, y se fueron disparados para el hospital. El mono dormía como un querubín en el asiento trasero, entre Belén e Irma.
- Es que le he metido un chute de tranquilizantes, para que no le duela al pobre – aclaro el Alipio.
En el hospital, Juan Carlos soltó una buena cantidad de billetes por la probeta en la que tenían el feto de gallináceo, y por hacer una larga visita al servicio. Luego se fueron como una centella para el puerto. Allí Irma se encargó de mangar otra vez un barco, con el que enfilaron mar adelante, en dirección al Mauna Loa.
José Carlos Castellanos
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