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Infierno Azul. ¿Quién teme a este tiburón?

Por Emilio Calle , 14 julio, 2016

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Hay veces que debemos agradecer a los publicistas cinematográficos que compartan sus delirios. Anunciada como el «Tiburón» del Siglo XXI, «Infierno Azul» (al parecer los traductores también se hallaban en estado lisérgico), que finalmente se estrena en nuestras costas, es, plano a plano, todo lo contrario a la película de Spielberg. Exactamente lo contrario. Como será el resultado final, que han intentado venderla haciéndola pasar por el remedo de un clásico.

Lo peor es que el film de Jaume Collet-Serra podría haber dado para algo más que rellenar un eslogan (hay toda un subcultura de películas de serie B con tiburones como protagonistas, ya sean zombis, bicéfalos, poseídos, que viven en la nieve o hasta que son transportados a miles por un tornado, y ninguna oculta su condición de divertimento). La pirueta narrativa que supone rodar la historia de una surfista que, tras sufrir un tremendo ataque, queda atrapada en una roca que sobresale del mar, y que en todo momento es cercada por el tiburón blanco que trató de acabar con ella, tiene los suficientes componentes (y un holgado presupuesto) como para haber rodado un, cuanto menos, interesante o entretenido ejercicio de suspense. Pero es precisamente desde la sencillez de la propuesta desde donde surgen todas las debilidades que hacen que la película sólo se vea gracias a su casi efímera duración. Buscando cierto realismo, algún grado de verosimilitud, la historia hace aguas en el guión, puro papel mojado. En principio, y no cómo hizo Spielberg con su voraz criatura (el querido Bruce), el tiburón no logra ganarse entidad como un villano a temer, más allá de su condición de depredador que no ataca de no ser para cumplir con sus obligaciones evolutivas, y si no hay «malo», ya me contarán a qué se va a dedicar el «bueno», aparte de poner cara de dolor cada vez que se golpea en sus heridas. Tan sólo en un par de momentos (en especial su aparición como una sombra en el interior de una de las olas sobre las que la protagonista practica surf) su presencia se concreta en la amenaza de una entidad a temer, y en esos planos, inquieta. Pero no son más que amagos. El resto del film, nada, a veces deprisa, a veces muy, muy despacio, y se esconde bajo el agua, y si algo se pone a tiro de su boca, pues eso, «pa la buchaca». Es solo un escualo muy grande que come mucho. Por tanto, la gran baza debe estar en su protagonista femenina (una pena que Blake Lively, actriz muy a tener en cuenta, pese a sus muchos esfuerzos, apenas pueda lograr emocionar demasiado ni contagiar su terror con tan poco material sobre el que sostenerse). Pero por ese lado, las cosas tampoco pintan muy bien. De nuevo empecinados de manera suicida en su afán de contar una historia lo más «realista» posible, director y guionista despojan a la mujer de cualquier posibilidad de presentar batalla. Herida, sola, en una playa aislada (pero por la que pasa más gente que por una parada del metro en hora punta), debe sobrevivir a toda costa, sin otro auxilio que no sea su ingenio, pero sin material alguno para desarrollarlo. No hay que ser Shakespeare para saber que con esa premisa no hay forma de que la historia llegue a ningún lado. Y es cuando empiezan a aparecer por todos lados objetos que permiten alargar un poco más el metraje y el argumento, y hasta forzar una manera de salir del aprieto que no sea nadar hasta llegar a la orilla: una pequeña cámara de otro surfista (y claro, no falta la ya indigerible dosis de «metraje encontrado»), el tiburón tiene oportunamente clavado un hierro en un sitio muy estratégico, y hay una pistola de señales, y barcos que pasan, y hasta una boya metálica de localización, atalaya final en la que la protagonista se hace fuerte e idea una de las muertes más rebuscadas (y complicadas de entender) en la ya larga serie de películas dedicadas a los tiburones (y uno pensando que el desenlace de «Tiburón, la venganza», o «Tiburón 4», no se podía empeorar).

Este tiburón el único bocado que le da a uno es en el bolsillo.

Allá cada cual si quiere meterse en estas aguas.


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