Investidura e instituciones andaluzas
Por Carlos Almira , 16 mayo, 2015
La investidura de la señora Susana Díaz como Presidenta de la Junta de Andalucía, por el PSOE, no prospera. La razón es muy sencilla: la mayoría de los parlamentarios andaluces hasta la fecha, la han rechazado. Si en una democracia representativa los elegidos expresan la voluntad de los electores, esto significa que la mayoría de los andaluces que fueron a las urnas en las últimas elecciones autonómicas no quieren que esta señora, ni el partido por el que se presenta, sigan dirigiendo el gobierno andaluz como lo han hecho hasta la fecha.
Hay que aclarar enseguida una cosa: este deseo y la acción consecuente con él, de no apoyar al Partido que ha obtenido más votos, pero no el voto de los más, no sólo es legítimo sino necesario para la regeneración democrática de las instituciones andaluzas. Y por supuesto, es mucho más importante que la parálisis de estas instituciones, tal y como han venido funcionando hasta hoy durante más de treinta años. No es la democracia, sino los mecanismos institucionales (institucionalizados), oligárquicos, que la han distorsionado e impedido durante todos estos años, lo que explica que a día de hoy aún no haya sido investido aún un presidente por el Parlamento andaluz.
Supongamos que las disensiones políticas de los andaluces hicieran realmente, ingobernable Andalucía. ¿Qué debería hacerse entonces, ante esto, señores catedráticos de Derecho Constitucional? ¿Enderezar a los díscolos, a los inconsecuentes votantes? ¿Mostrarles la buena vía, la más razonable, para que moderasen sus deseos, en nombre de las instituciones que los han venido utilizando durante más de treinta años como carne de cañón electoral? Repito: que el PSOE haya sido el Partido más votado no significa, ni mucho menos, que la mayoría de los votantes quieran que les siga gobernando como hasta ahora. Es posible que incluso parte de quienes les han votado, tampoco lo quieran (subrayo el “hasta ahora”). Por motivos muy distintos, y acaso incompatibles hasta cierto punto entre sí, la mayoría de los votantes han expresado justamente esto: que no desean que la señora Susana Díaz ni el PSOE sigan gobernando en Andalucía así. No estar de acuerdo en algo no significa estar de acuerdo en lo contrario. Y eso es lo que, hasta la fecha, está expresando el recién constituido Parlamento andaluz. Lo que pone de manifiesto, no la parálisis de las instituciones en abstracto, sino la parálisis de los mecanismos oligárquicos que han constituido, aún hoy, su razón de ser aquí. Estos mecanismos no sólo nunca han expresado los deseos de la mayoría, que ahora se rebela contra ellos, sino que ahora mismo son la principal causa de la parálisis de las instituciones.
Parlamento andaluz
Me explico: si la actual ley electoral no favoreciese la sobrerrepresentación de la lista más votada (lo que significa que muchos de los escaños de esta lista se acaban formando con votos de personas que no lo deseaban, es decir, de forma antidemocrática), el PSOE tendría hoy en el Parlamento andaluz ocho o diez escaños menos, y el PP cuatro o seis menos también. Estos escaños, ilegítimos desde el punto de vista de la democracia representativa, hubieran ido a engrosar, según los casos, las listas del resto de los partidos o incluso podían haber permitido la entrada en el Parlamento de formaciones políticas que, con la actual Ley electoral, se han quedado fuera. Entonces la señora Susana Díaz y el PSOE tendrían una imagen mucho más exacta, del porcentaje de andaluces que los han votado realmente, y del número clamoroso de votos que han ido a parar a los otros partidos (incluidos los que no están). Como consecuencia de esto, no se sentiría, como buena oligarca que es, ya presidenta de la Junta, y tendría una postura mucho más humilde y abierta para negociar con el resto de fuerzas. Tendría en cuenta los deseos legítimos de cambio que han expresado buena parte de los votantes. En este caso seguramente las negociaciones hubiesen avanzado sin provocar una crisis de representación entre partidos y electores (como ocurrió con IU en la pasada legislatura, y antes con el P.A.). Al no sentirse traicionados en su voto, los andaluces hubieran sancionado silenciosamente la investidura que hubiese salido de ese diálogo, que seguramente ya se habría producido, y las instituciones hubiesen empezado a regenerarse y a funcionar, no como hasta la fecha sino más democráticamente.
No hay una relación de causa-efecto entre la fragmentación política de un parlamento y el funcionamiento eficaz del gobierno, salvo que éste ignore sistemáticamente al resto de las opciones. En este caso, naturalmente, la estabilidad es inversamente proporcional al pluralismo político representado en el Parlamento. Pero un gobierno y un Estado con verdadera vocación democrática, sabe encontrar la mayoría donde ésta se encuentra siempre: en el sentir y el deseo de la sociedad civil, plural. No necesita imperiosamente muchos votantes para poder gobernar luego para unos pocos, sino que sabe arreglárselas con muchos menos apoyos electorales para gobernar para la inmensa mayoría. En tal caso, las leyes electorales restrictivas (y el propio funcionamiento oligárquico de los Partidos, con o sin primarias de pega), dejan de ser necesarios para el funcionamiento de las instituciones. Lo que ha puesto de manifiesto la situación actual en Andalucía no es pues, una crisis de la democracia sino una saludable crisis democrática de la oligarquía.
La señora Susana Díaz y la mayoría de los actuales dirigentes del PSOE (como los del PP) no pueden entender esto, porque ellos mismos han sido colocados donde están por los viejos mecanismos de auto-reclutamiento de las élites (que tan bien analizara en su día, Robert Michels). Si los actuales dirigentes de los Partidos Políticos sintiesen que dependen realmente de la mayoría de sus afiliados, y no de los cuadros de sus organizaciones (con o sin la pantomima de las primarias), estarían luego en mejor disposición para negociar, dialogar, y tener en cuenta a quienes han votado a las otras opciones, obstaculizando no su acceso democrático al gobierno sino sólo su perpetuación en el poder con las viejas reglas de la oligarquía.
Yo espero que los demás partidos sigan siendo consecuentes, no con las reglas y necesidades institucionalizadas desde hace décadas aquí, como en el resto del Estado, según las cuales el votante desaparece, se disuelve en la nada, en cuanto deposita su papeleta, sino con el sentir de quienes les han apoyado con su voto; y que sigan negándose a caer en una crisis de representación con sus electores; y no porque esto vaya a pasarles factura después (como a IU), sino porque es parte de la esencia de la democracia. Y que los votantes sepan apreciarlo si, finalmente, se convocan otra vez elecciones en Andalucía.
Puede que este escenario se repita después del 24 de mayo en otras comunidades, ayuntamientos, y en noviembre en el Parlamento nacional. Yo espero que entonces los Partidos también estén a la altura histórica a la que los pongan sus votantes; re-huyan el pacto entre élites, la presión de lobies, como hasta la fecha están haciendo en Andalucía. Como votante en esta comunidad, hoy por hoy, yo me siento orgulloso de estos Partidos de la oposición democrática; y moderadamente esperanzado.
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