Jenaro Talens: el lenguaje intraducible de la música
Por José de María Romero Barea , 4 noviembre, 2016
El ensayo que nos ocupa sugiere que la armonía es todo y nada. En él, se cita a Lévi Strauss, mientras se enuncia toda una declaración de intenciones: “los hombres hablan miles de lenguas mutuamente ininteligibles (…) si es posible traducirlas es porque poseen un vocabulario que remite a una experiencia universal, pero eso es imposible en la música, porque, al no haber la equivalencia de las palabras, hay tantas lenguas como compositores y todas ellas son intraducibles”. Parafrasea su autor un lema modernista, en primer lugar, pronunciado por el poeta Rimbaud cuando dijo: “Yo es otro” y repetido por Roland Barthes, al anunciar la muerte del autor y de la autoridad, las cuales, desde entonces, conceden a la crítica la potestad de reconocer la verdadera obra de arte.
Esa cita es, al mismo tiempo, un rito de iniciación que nos conduce a La música de Rousseau: la Querelle des Bouffons y la resistencia a la teoría (libros de la resistencia, Colección Paralajes en octavo 10, 2016), del poeta, ensayista y traductor Jenaro Talens (Tarifa, 1946), donde el pretexto es el conflicto que tuvo lugar en Francia, hace dos siglos, entre los defensores de la ópera a la italiana, los “bufonistas”, y los defensores de la polifonía francesa. En realidad, mientras se ocupa de la Francia del XVIII, el ensayo supone una suerte de canonización estética de la España de los últimos 30 años, a través de su división en artistas realistas y reflexivos, “la práctica artística entendida como excrecencia natural de las vivencias y experiencias del mundo y su anclaje paralelo en la reflexión sobre la naturaleza misma del médium con que el artista trabaja”.
En la exégesis, el morbo y la geometría conducen a la auto-revisión y “la reflexión no está reñida con el carácter construido del efecto natural, como resultado retórico y no real. El Rousseau que rechaza como falseador al Rameau afrancesado, no tiene empacho en dar a la escena (…) una obra (…) cuyo desarrollo estructural, aunque alejado del corsé barroco, no deja, por ello, de asumir sus hallazgos”. Metafísica de la auto-transformación, sin prótesis o maquillaje, la obra crea un autor/ personaje que parece menos un monstruo que un niño perdido, desconcertado por su exclusión de la raza humana: “En una partita o una suite [de Bach] la lógica del desarrollo no dependía de nada exterior a su propia matemática interna. La pieza era, en suma, una suerte de descripción de un movimiento, como en Rameau”.
Fragmentos literarios nos llevan a través de una antología del canto. El autor de Cenizas de sentido (1989), retrata dioses o monstruos que son humanos, demasiado humanos: “las últimas sonatas para violín de Mozart (…) basan su atractivo en una estructura que consiste en un avanzar que no sabe hacia dónde va hasta que no se construye en el momento mismo de avanzar; donde nada, en definitiva, está escrito de antemano”. Se concluye que Rousseau es un músico notable “no porque creara un discurso menos abstracto y más aparentemente “realista”, sino porque (…) también integraba en su trabajo la reflexión sobre las implicaciones “formales” (¿hay otras?) de la escritura”. Talens comienza lamentando el abandono de la melodía y termina rogando que regrese. A la espera de la segunda venida, su ensayo es un mapa nos dirige en peregrinación a los lugares donde una vez se materializó.
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