Juan Carlos Onetti y Antonio Machado: la rebelión positiva
Por Redacción , 14 octubre, 2014
La metafísica y la política no son sino un intento de rebelión contra la creación y la condición humana en favor del orden. Esta parece ser la tesis de dos artículos aparecidos recientemente en el número 236 de la Revista Claves de Razón Práctica (Prisa Revistas, Septiembre/Octubre 2014): “Juan Carlos Onetti”, del escritor uruguayo Danubio Torres Fierro y “Los dos últimos libros de Antonio Machado”, del profesor emérito de la Universidad de California Víctor Fuentes. En ambos ensayos se analiza un espíritu que aspira a eliminar los principios absolutos. Autores que jamás renunciaron a la virtud y sus principios, Onetti y Machado se rebelaron contra la realidad y la Historia. Solo a través de la limitación de la libertad, parecen decirnos Torres y Fuentes, podemos ser libres.
En “Juan Carlos Onetti”, Danubio Torres Fierro retoma una entrevista inédita realizada al autor uruguayo (Montevideo, 1 de julio de 1909 – Madrid, 30 de mayo de 1994) hace 40 años, cuando éste acababa de regresar de un viaje a España. Con una interpretación brillante y fértil de los conceptos de Onetti, Torres Fierro concibe la revuelta del autor de El Astillero como un acto esencialmente positivo, a la vez contra y a favor de algo. Al rebelarse, Onetti se estaba preparando para un renacimiento más allá de los límites del nihilismo: “Sólo en su exilio español (…) alcanzó el respeto – y el afecto – que [Onetti] merecía” (p. 134).
Fierro comienza definiendo a Onetti como aquel que afirma negando, que dice que sí al decir no: “amargo, burlón, escéptico, solitario, evasivo, gótico” han sido adjetivos que han acompañado la figura del novelista desde el principio. “Los seis adjetivos me parecen exactos”, afirma Onetti, “los seis antónimos respectivos también
funcionan” (p. 135). En 2014 se cumplen diez años de la muerte del autor de Juntacadáveres. El artículo de Torres Fierro deviene en análisis de los esfuerzos del autor uruguayo por rebelarse contra la tiranía. Se contrapone al rebelde con el nihilista, que, al negar que nada tiene sentido, valora una concepción de la vida que está dominada por meros hechos. Así, Onetti encuentra su nobleza en el hecho (que postula) de estar consumido por la duda: “No tenemos tiempo para que te escriba tres ensayos literarios”, responde el autor montevideano a una pregunta sobre Proust, Joyce y Faulkner. “No entro en corral de ramas”, apostilla al ser invitado a definir a Cortázar, García Márquez y Vargas Llosa (p. 137).
Fierro parece lamentarse en su artículo de la desaparición de esa duda en el nihilismo que se ha apoderado de gran parte del siglo XXI, el mismo que ha dado origen a una ideología intransigente. Por otra parte, la rebelión de Antonio Machado (Sevilla, 26 de julio de 1875-Colliure, 22 de febrero de 1939), en el artículo de Víctor Fuentes “Los dos últimos libros de Antonio Machado”, es la del rebelde en nombre de la moderación y la vida, que se une a través de su acto al destino común, y que atempera su rebelión con un sistema que se aleja del círculo vicioso de sucesivas dictaduras. Fuentes se ocupa en su ensayo de la reedición del poemario del autor sevillano En la guerra (1937, Ed. Denes, Valencia, 2005) y una edición poco conocida de La tierra de Alvargonzález / Canciones del alto Duero (Ed. Nuestro Pueblo, Barcelona, 1938).
Fuentes hace girar el mundo de las ideas para señalar nuevas y estimulantes áreas del pensamiento: “En medio de la tragedia, Antonio Machado encontró momentos de paz para su hondo meditar y sentir poético, y vislumbrar un mejor mañana por venir” (p. 144). El esfuerzo de Machado es apreciado como expresión del pensamiento contemporáneo no solo en el mundo de las letras, sino en el mundo en general. Machado critica a sus contemporáneos intelectuales por su fe inquebrantable en la muerte. En el segundo texto en prosa de La guerra (1937), el poeta sevillano advierte en los rostros de los milicianos, la “profunda y contenida reflexión sobre la muerte”, y se vale de Heidegger como ejemplos del “ser para la muerte”, y “signo de la resignación y triunfo de la libertad…” (p. 146). Por lo tanto, el fin de la vida implica la negación de mucho de lo que es defendible y bueno.
La lectura de Fuentes ahonda en la preocupación de Machado por la emancipación del enfoque del autor sevillano como profeta de la justicia: “[Machado] abraza el socialismo “como una etapa inexcusable en el camino de la justicia” (112-113); una etapa en el camino que se debe recorrer para llegar a una democracia verdadera y universal, “del pueblo, para el pueblo y con el pueblo”, el desiderátum que, en última y primera instancia se desprende de los escritos políticos de Antonio Machado, “gran demófilo” y como expresara en el adagio castellano que hace suyo: “Nadie es más que nadie” (p. 149).
Al abordar la reedición de La tierra de Alvargonzález Fuentes alega que Machado, en sus esfuerzos por combatir la injusticia, nunca pierde de vista la importancia de la belleza dentro de la concepción de la dignidad humana: “con este libro/ poemario entregaba al pueblo, en tal histórico trance agónico, su revitalizadora voz fundida con la suya propia, y en la forma de sus ancestrales romance y de canciones” (p. 149). En Canciones del alto Duero, Machado parece rechazar sociedad revolucionaria (por lo menos, las revoluciones que han tenido lugar hasta ahora), pero sigue siendo muy crítico con la sociedad burguesa: “se trata de un canto celebratorio del pueblo, de sus tierras bailes y canciones. Ya Juan de Mairena había dicho: “Si vais para poetas cuidad de vuestro folklore. Porque la verdadera poesía la hace el pueblo”” (p. 150). Al contemplar las tensiones de su época, concluye Fuentes, ambos poemarios son de crucial importancia.
Los ensayos de Torres y Fuentes son tan literarios como filosóficos, e intentan, comprender nuestra época a través de la exploración del acto de rebelión, así como un análisis profundo del frenesí de nuestro tiempo. Sus dos artículos se ocupan, en definitiva, del absurdo y la necesidad imperiosa de resistir. A través de páginas polémicas, se defiende un sistema de fe o de justicia o de igualdad que no justifique privar a otros de la vida y la libertad.
José de María Romero Barea
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