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Juego de tronos 6: Pero el invierno… ¿llega o no llega?

Por Emilio Calle , 1 mayo, 2016

Sin título

En 1984, Steven Spielberg comenzaba «Indiana Jones y el Templo Maldito» con un estrafalario número musical, un requiebro inesperado para un supuesto film de aventuras, pero que le permitía al director dejar muy claro desde el principio cuál sería el único motor que utilizaría para emprender su vertiginosa carrera narrativa. A los acordes del mítico «Anything goes» (todo vale, todo sirve…) de Cole Porter,  Spielberg convertía el título de la canción en axioma. A partir de ese momento, cualquier cosa podía suceder. Cualquiera. Todo estaba permitido. Y aunque no pudiera ocurrir, ocurría. ¿La primera norma? Enterrar profundamente cualquier deseo de verosimilitud (adictos a la realidad, absténganse). La obra solo avanzaba si la siguiente secuencia suponía un desafío aún mayor que la anterior. Sin pausa, sin detenerse en lo que podría haber sido el gran culmen de la película, dejando de inmediato lo espectacular para saltar sobre lo sorprendente y, sin darnos tiempo a respirar (y menos aun, a cuestionar lo que se cuenta), pasar a otro nuevo alarde. Sólo una ingeniería fílmica tan apasionante como la de Spielberg (aunque lleve tantos años alejado de esas muestras de su maestría) puede resolver los problemas que conlleva no sostenerse sobre otra superficie que no sea un “más difícil todavía”. Pocos se atreven. Y menos aún en una serie. Pero por suerte la osadía es inherente a los grandes creadores, y de vez en cuando, algunos apuestan fuerte. “Juego de tronos” ha hecho de esa consiga la bandera que ondea en sus muchos reinos. Y a medida que sus responsables fueron conscientes del impacto que causaban los inesperados giros (obviamente, para aquellos que no conocieran los libros en las que se basa), poniendo en continuo jaque mate las expectativas creadas, tomaron la decisión de no abandonar esa senda, hasta lograr que el final de la quinta temporada quedase suspendido en uno de los puntos más álgidos de la historia. Quedaba una larga espera por delante que esta misma semana se ha terminado.

Y el arranque de la sexta temporada muestra los peligros de esa temeridad. Porque sus seguidores exigen que el perpetuo desafío se mantenga en pie en todo momento. Y uno puede terminar tropezando con un listón tan alto.

O subirlo un poquito más.

Claramente ya tomando distancias con los libros de George R. R. Martin (de hecho, se anuncia que sólo habrá dos temporadas más, por lo que la obra literaria todavía seguirá en desarrollo mientras la visual llegará a su fin), el primer capítulo de la nueva singladura en estos territorios sembrados de sangre cayó, paradójicamente, en el pecado que tanto había logrado evitar: la capitulación. Aún estremecidos por las muchas heridas abiertas al final de la temporada anterior, parecía razonable confiar en que sus creadores iniciaran esta nueva partida que de algún modo nos devolviese a ese nivel de intensidad. Y sin embargo, la serie parece haber entrado en un peligrosísimo letargo, alargando de manera muy artificial acontecimientos que deberían haber quedado resueltos de inmediato, ofreciendo un prólogo demasiado desangelado. Se subraya la obviedad (¿en serio Cersei y Jamie Lannister van a vengar el asesinato de su hija?, quién lo hubiera imaginado viniendo de criaturas tan encantadoras); se dilata la acción, como en lo que sucede inmediatamente después de la brutal muerte de Jon Snow, con todos los implicados haciendo tiempo para que el golpe de efecto se produzca en el capítulo siguiente; se emborrona lo evidente (¿para qué mantener como un misterio quién es el personaje que ayuda a Sansa en su huida, si todos sabemos que Brienne de Tarth la estaba siguiendo desde que escapó?); y se dejan caer apenas algunos apuntes muy puntuales para recordarnos que otros personajes vitales siguen existiendo en la narración aunque de momento no tengan nada que aportar a ella. No se puede dudar de que, quizás más tarde que pronto, se reanudarán las emociones de alto voltaje. Pero esperemos que no sea  a costa de sacrificarlo todo en aras de lograrlos. Si por algo se distingue esta serie es por su falta de miedo. Replegar alas esperando vientos favorables puede suponer un error fatal.

Sobre todo teniendo en cuenta que sus creadores (con un grupo de guionistas excepcionales) son capaces de resultar tan perturbadores cuando lo desean y sin necesidad de masacres o maldades inimaginables. Porque el plano de la decrépita anciana desnuda (o lo que queda de Melissandre, la dama roja, tras despojarse de la imagen que le devolvía un espejo) mientras se acuesta a dormir o a morir (en cualquier caso, a soñar, y hacernos soñar a nosotros) en un lecho junto al fuego es una de las imágenes más inquietantes y oscuras que nos ha dejado la serie. Unos segundos de silencio, una mujer en penumbras, y nos han llevado hasta el borde de otro abismo imprevisto. «Juego de tronos» en su estado más puro.

Quizás el invierno no haya llegado.

Pero les ha bastado una sencilla secuencia para que todos podamos sentir el frío.


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