La creación
Por Rafa Caunedo , 6 mayo, 2017
Si creyera en Dios le pediría no perder jamás la capacidad de crear. Hay mentes, como la mía sin ir más lejos, dotadas para ver las cosas que no existen. No se trata de soñar, se trata de la capacidad para, de manera razonada, recrear mentalmente las posibilidades que ofrece la manipulación de la realidad. Dicho de manera gráfica: si un día paseando por la montaña me encuentro una raíz seca, llena de nudos retorcidos y ramificaciones entrelazadas y compactas, rápidamente “veo” el pie de una lámpara, no una raíz. Es así, no lo puedo evitar. Dicen que se debe a que tengo más desarrollado el hemisferio derecho del cerebro, ese que analiza los pensamientos en base a las emociones, sensaciones y sentimientos; lo que creo rigurosamente cierto.
Montar y tensar un lienzo sobre su bastidor y sentarse delante. Preparar una pella de barro sobre el torno y sentarse delante. Seccionar un taco de madera, elegir las gubias y sentarse delante. Coger cuatro cardos, unas cuantas ramas secas y un saquito de guijarros y sentarse delante. Encender el ordenador, abrir archivo nuevo de Word y sentarse delante…
Si no te sientas delante, jamás harás nada.
¿Vértigo? ¿Miedo? No. Simplemente disfruto transformando las cosas. No me importa hacerlo mejor o peor; lo importante es que lo hago, y mi intención no es la de trascender, sino la de personalizar mi mundo, el de ahora, en el que vivo, este que nos estamos cargando entre todos.
Digamos que hace muchos años me cansé de aplaudir a quien lo hacía y decidí probar. El acto de crear me hace sentir diferente porque no hay reglas. La libertad es la gran aliada de la creación, un espacio infinito por el que moverse. Todo es susceptible de existir y ser único, basta con meter un pincel en un bote de pintura, subirse a una silla y salpicar sobre una tela. Pollock lo hizo y no le fue mal.
Yo salpico letras sobre un folio en blanco. Las dejo caer. A veces salen cosas curiosas, otras no, pero lo importante es que mi “yo” crítico no se apodere de mi “yo” creativo. Los dos se odian a muerte, por eso no los dejo jamás a solas, pero como ambos son imprescindibles, debo mantener siempre el equilibrio. El creativo es libre de hacer lo que quiera. El crítico sabe que no todo vale. Y así, con trescientas páginas salpicadas de manchas surge un día una novela. Hace meses no había nada en el archivo y de repente −sí, de repente− hay cuatrocientos mil caracteres colocados en fila.
Participar en el proceso de creación de un libro es maravilloso: desde la apertura del archivo nuevo hasta ver los ejemplares en la mesa de novedades de las librerías. Pero lo verdaderamente excitante es saber que todo ha surgido de la nada, que ha sido creado porque un día tuve una idea. ¡Una idea! Me gusta ver mis libros ahí expuestos −sería un hipócrita si no lo reconociera−, pero lo que verdaderamente me hace sentir más orgulloso es saber que eso surgió de un fogonazo de luz que tuve mientras paseaba por la montaña cargado con una raíz a la que, días después, le di forma de lámpara. Por eso, cuando veas mi novela estos días en las librerías, quiero que me imagines plantado frente al ordenador, sorbiendo té, mirando por la ventana… y feliz por crear.
“Lo que ella diga” (ediciones Versátil). La encontrarás a partir del día 8 de mayo. Se presentará el día 11 en Casa del Libro de Gran Vía, en Madrid, a las 19:30 horas. Te espero.
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