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La hija perdida. 2021 (Leda en el laberinto). Maggie Gyllenhaal.

Por Francisco Collado , 11 mayo, 2024

                                                              

 Entre el flujo y reflujo de la marea, entre detalles metafóricos como una cáscara de naranja que simboliza la personalidad de Leda, entre la desconfianza ante el mensaje equívoco, no siempre fiable de la protagonista, se desarrolla la adaptación cinematográfica de la obra literaria de Elena Ferrante que Maggie Gyllenhaal dibuja con un particular sesgo literario.

La hija perdida (The Last Daughter. Maggie Gyllenhaal. 2021) está narrada desde el simbolismo y la impresión que por el deseo de desarrollar una narrativa asequible. Los personajes presentan alguna dificultad para conectar con el espectador, incluso con cierta inescrutabilidad.

La Leda adulta es una soberbia Olivia Colman, profesora de literatura, que observa al modo entomológico, a una familia de vacaciones en Grecia. Las costumbres de los foráneos rozan la grosería y el descuido. Subyugada por la madre joven con un matrimonio infeliz (Dakota Johnson), recuerda su juventud cuando era estudiante (en la piel de la prometedora Jessie Buckley) y proyecta sus pensamientos comparándolos con la joven madre, observando desde el prisma de su propia experiencia.

Para Leda “los hijos son una responsabilidad abrumadora”. Esta frase encierra la actitud vital de la protagonista. Una mujer encapsulada, habitada de cicatrices, abrumada por los secretos del pasado. La apacibilidad con la que disfrutaba de la idílica playa helénica se derrumba con la presencia de la familia y la amenaza que representa para la estabilidad emocional de Leda. Aparecen los flashback donde Olivia Colman recuerda a sus propias hijas, donde el resentimiento y la ira caminan por la cuerda floja. Ella no es una madre vocacional sino una madre contranatura que esconde muchos secretos.

 

El debut de Gyllenhaal es soberbio, opta por una exquisita fotografía (Hélène Louvart) para narrar la interioridad. Y lo consigue filmando (paralelamente) espacios desinhibidos y claustrofóbicos. La parte actoral ofrece excelentes actuaciones. La propia Colman transmite por instantes parámetros que serían posibles en un film de terror. La Buckley entrega en la medida necesaria, con brillantez, la medida de las frustraciones y anhelos de la joven Leda. Dakota Johnson juega con cierto anonimato en un desafiante papel que es la proyección de las esperanzas de otras personas. Los diálogos con un magnífico Ed Harris deshilachan los retazos de ambas vidas solitarias.

Leda ve en Nina un reflejo de sus parámetros vitales, plena de emociones, de decisiones equivocadas, de demonios que retornan desde el pasado. Las piezas del rompecabezas vital tratan de unirse, de reencontrarse, de repararse en la piel de un personaje que está diseñado para ser despreciado. Una mujer enigmática difícilmente comprendida por el espectador en su perfil psicológico parcial.

La hija perdida nos habla sobre la perdida de uno mismo y la renuncia que significa la maternidad para quienes no la asumen. Leda nunca admite el nacimiento de un nuevo yo. Su naturaleza fracturada no llega a cuajar, el rompecabezas nunca se completa, a pesar de la honestidad del retrato de una maternidad que nunca pretende ser perfecta.

El acierto de la directora se asiente sobre la mostración de emociones que no es frecuente encontrar en productos hollywoodienses como la confusión, la vulnerabilidad, la ansiedad y el miedo ante el dilatado espectro de la maternidad. Nos habla sobre la humana imperfección, sobre el choque brutal entre la responsabilidad que llega y la vocación profesional frustrada, sobre los sacrificios y las cargas que abruman y asustan a la mujer. También explora el terreno de la doble visión social que permite que un padre se marche de excursión con sus amigos mientras para la madre no es una opción. La ambivalencia del hecho maternal está reflejada en el rostro de Olivia Colman y en su cuerpo deshabitado, extenuado tendido sobre el suelo. En el dolor.

El film es un infierno contemplativo con una narrativa  que rompe los tabúes sobre la maternidad. Un profundo análisis sobre los sótanos del pasado. Leda dejó a sus hijas durante tres años y regresó cuando comenzó a extrañarlas. Dio prevalencia a su vocación y no el hecho de no sentir culpabilidad la persigue como un fantasma desde entonces. La posibilidad de la elección equivocada de la maternidad y la actitud, todavía existente, de ciertos padres (o la no actitud acerca de su implicación en la crianza de los hijos se muestra en el marido de Leda. La asfixia del entorno y la responsabilidad que no ceja convierte la situación en un encierro para Leda. La justificación psicológica la encuentra en un compañero de trabajo que elogia la parte vital que Leda ama con más intensidad: su trabajo.

Con hermosos planos medios, Gyllenhaal (también guionista) muestra la soledad de Leda frente a la familia de Nina. Pero Leda ha decidido que la intimidad con otros conlleva responsabilidad y obligaciones. Una sensación a la que no desea retornar.

La verdad mostrada por la directora puede parecer incómoda, una vergüenza para ocultar en silencio. Pero está ahí. Y ella la muestra con una habilidad asombrosa para una ópera prima donde la maternidad se aleja de la figura mitológica programada por la naturaleza para ser perfecta frente a las exigencias de una sociedad estructura erróneamente que criminaliza las expresiones transgresoras.

Una sociedad que penaliza la rotura de los esquemas y las decisiones de otros. Nos encontramos ante una de las mejores y más arriesgadas adaptaciones de una novela en los últimos tiempos.

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