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La imagen de Juana Rivas

Por Eley Grey , 4 noviembre, 2017

Las leyes no son lo mío, nunca lo han sido aunque lo he intentado en numerosas ocasiones. Estudié algunas en la universidad (después también), pero me resultaban complicadas, retorcidas e incomprensibles. Precisamente por eso, porque no he tenido el interés necesario como para comprenderlas, nunca seré una experta. Así que disculpa, de antemano, mi ignorancia, querido lector.

Las leyes no son lo mío, pero entiendo un poco de cariño, de emociones, de empatía y de amor. Sobre todo de amor. Y aunque amor hay de muchas formas, el de verdad es agradable, placentero y no duele, no escuece ni hace sufrir. Eso lo tengo claro, aunque tampoco soy una experta en amor (¿alguien puede serlo?). No soy una experta en nada, la verdad, no te voy a mentir.

Hay algo, sin embargo, que me ayuda a ser reactiva ante lo injusto. Algo que no he estudiado, para lo que no me he preparado. De hecho, no existe carrera ni certificación que lo acredite. No hay medidor ni calificaciones que mesuren la cantidad que cada persona tiene. Ni siquiera puedo asegurar que todo el mundo lo tenga. Yo igualmente lo valoro, le dedico mi tiempo y mi trabajo en cuanto tengo ocasión porque creo que es fundamental para la vida, al menos para la mía. Para no perderme, para que lo justo no se quede fuera, para que el equilibrio y la salud puedan ir juntos en este camino que empieza cuando nacemos y acaba cuando morimos. Y como a todo tenemos que dar un nombre para no desorientarnos, yo a este algo al que me refiero lo llamo sentido común.

Pues bien, mi sentido común me habla a menudo y ni siquiera sé si es lo habitual. Parece que conmigo no se cansa. Habla y habla hasta la extenuación. No busca mi respuesta, aunque normalmente se la doy. Estas últimas semanas (y desde hace unos meses) muestra especial interés por un tema concreto. Me repite con acuciante insistencia un nombre de mujer y acompaña el nombre con un rostro. Es un rostro fuerte, valiente, aunque infinitamente triste. Una cara que alberga la mirada de una madre que pierde la esperanza cada día cuando busca sin conseguirlo la sonrisa de sus hijos en la cocina. Cuando pasa por un parque cualquiera de Maracena y escucha los gritos de otros niños que no son los suyos. Cuando enciende la televisión y ve las últimas noticias sobre su caso. Mi sentido común me devuelve esa mirada (últimamente a diario), cada vez con más frecuencia, cuando casi nadie habla de ella, cuando ya ha desaparecido de Twitter el hastag #JuanaEstáEnMiCasa. Será por esto de la maternidad, digo yo, que esta injusticia, la de Juana, me afecta especialmente desde el primer día. A lo mejor es por mi sentido común, tan insistente, que me arden la piel y las entrañas cuando pienso que es un maltratador quien tiene a los hijos de Juana. Un padre que está educando a esos niños con el derecho que le concede la ley. Una ley que permite (con toda mi ignorancia por delante) alejar a unos hijos de su madre, maltratada por ese padre, que no solo lo inviste de completa impunidad, sino que lo premia con la custodia legal.

A veces creo que este sentido común tan peculiar que tengo va a acabar conmigo: me produce mareos, vértigos y taquicardia. Pero como no puedo luchar contra él, he decidido (una vez más) unirme a su baile. Así que desde aquí levanto mi voz con la fuerza que me otorga el teclado para declarar que Juana ya no necesita vivir en nuestra casa porque ya vive en la suya.

Y por todo y con el poder que me han concedido mi sentido común y la empatía que produce la maternidad, sentencio que ahora más que nunca hay que mantener viva (y activa) la imagen de Juana Rivas.


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