La mejor defensa, un buen ataque
Por Jordi Junca , 28 septiembre, 2015
Domingo 27 de septiembre de 2015. Todo empezó con una camiseta de la selección española en la esquina Muntaner con Diagonal. Algunos se preguntarán cuál es el problema. Si había esteladas y senyeres, podía haber banderas españolas, o en este caso camisetas. Al final eso también es democracia. Pero entonces me fijé en los detalles. Era una camiseta gastada, de los tiempos en los que Raúl todavía era el siete indiscutible de España. Además era evidente que el individuo había crecido, y que aquella camiseta ya no formaba parte de su vestuario habitual. Ahí estaba la clave. Se veían los calzoncillos entre el final de la camiseta y el principio de los pantalones. El caso es que no le favorecía. Por qué entonces. Por qué ponérsela. Precisamente hoy. Tal vez buscara una mirada de desprecio, el desdén, o incluso un insulto, un pretexto con el que decir mira como son los catalanes, con sus alardes de democracia, pero mira después lo que van diciendo.
Podía reconocerse el victimismo. Otra vez. Y no me refiero solamente al bando partidario de la unidad del estado. Hablo de un victimismo en ambas direcciones. Dos hermanos que intentan convencer a mamá. Mira lo que me ha hecho Cataluña. No, pero si ha sido España. Ha empezado ella. No, has sido tú. Y tú más, y a mi el doble, pues tú infinito. Y ahora se señalan con el dedo, se estiran del pelo, y llega un momento en el que mamá ya no sabe por quién decantarse. Se trata de un discurso que al final acaba por confundirte. O quizás no. Todo depende de la acera por la que caminas.
Sí, llegaron tiempos de competencia desleal, de publicidad que ya no se basa en tus puntos fuertes, sino en la debilidad del otro. Un partido de tenis en el que el objetivo principal es colocar la pelota donde el adversario no alcance a devolverla. La dejada definitiva. Un baile de argumentos que dejan de ser argumentos para convertirse en ganchos de derecha en algún lugar del cuadrilátero. El diálogo a través del gemido, lágrimas de cocodrilo que pesen lo suficiente como para decantar la balanza. Demasiado tarde. Se ha perdido la elocuencia en favor de la hostilidad. Ya no se construye, sino que se destruye. Y así no hay manera. Nada queda claro entre aquella densa nube de polvo.
Como si se tratara de un equipo dirigido por Johan Cruyff, se defiende mediante el acoso a la portería contraria. Y eso, por supuesto, conlleva ciertos riesgos. Todo va bien cuando el balón está en campo contrario. Pero entonces el rival recupera la pelota y el lateral izquierdo cambia el juego. Ahora el extremo derecho dispone de todo el carril para protagonizar una de sus sonadas incursiones. Los tres centrales no basculan a tiempo. Así llega el 0-1. Pero el partido no ha hecho más que empezar. Menudo espectáculo. El problema es que no hablamos de un partido de fútbol. Hablamos de lo que tendría que ser una solución y no mero entretenimiento. Así que algo falla cuando se puede hablar de fútbol haciendo alusión a algo tan importante como el gobierno de un país, de un estado, o de diferentes naciones dentro de un mismo estado.
Se ha perdido la capacidad de debatir y eso es todo. En el trabajo, en casa, en el bar. En cualquier sitio. Se defiende mediante el ataque y así se perdió la solidez. Ya no existen proyectos seguros de sí mismos, porque no hay lugar para la seguridad en un mundo tan convulso. Simplemente no hay tiempo. Cuando tendrías que estar pensando en qué vas a hacer, el enemigo ya ha derribado uno de tus muros y todo queda en el aire. La sobredosis de información producto de la urgencia del rebate desemboca en ríos que se salen de sus márgenes. Y en esta guerra no importa si los balazos son certeros. La cuestión es disparar.
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