Portada » Columnistas » El siglo del sexo explícito

El siglo del sexo explícito

Por Jesús Cotta , 11 abril, 2014

Dentro de unos siglillos de nada quizá digan del nuestro que fue el del sexo explícito. Sexo en literatura, sexo en el cine, sexo en las vallas publicitarias, sexo hasta en la sopa. Mientras que en las alcobas y en los carnavales de Río y en los cuerpos de los hijos e hijas de Dios el sexo está con pleno derecho, en el anuncio de desodorantes y helados está de más, porque está instrumentalizado, pero ya nos hemos acostumbrado a él. Aún recuerdo la sensación de suma incomodidad que se producía en mi casa cuando veíamos la tele con mi padre y sacaban una escena de sexo. Y no digamos lo poco que pega ver a una anciana esperando en la marquesina del autobús presidida por la inmensa foto de un tipo in puris naturalibus con cara de decir «Ven pacá, que te voy a enseñar una cosa». También recuerdo haber oído en la radio cierta canción cuyo estribillo repitía hasta la náusea: «Quiero hacerlo otra vez» y creo que no se refería al Camino de Santiago. En fin, sexo visual y auditivo.

En época de nuestros abuelos, era uno el que convocaba al sexo cuando tenía ganas. Ahora, tenga uno ganas o no, el sexo te convoca aquí y allá, incluso cuando vas depre al trabajo o llevas de la manita al niño al cole. Y, claro, tanto reclamo a destiempo y tan frecuente acaba perdiendo esa aura de íntimo, sagrado, prohibido, cómplice, que lo hace tan interesante y lo acaba convirtiendo en carne de mercado, en actividad fisiológica, en deporte glandular.

Mientras que en tantas películas actuales ponen a él y a ella a copular en una escena con varios enfoques y posturas por si no ha quedado claro que están jugando a los médicos, las películas antiguas eran mucho más delicadas e ingeniosas para darnos a entender que entre dos personajes había surgido la chispa de lo erótico (y eso solo si era necesario para el argumento que él y ella yaciesen). Por ejemplo, en La reina de África, ¿cómo averiguamos que la remilgada señorita encarnada por Katharine Hepburn y el bohemio personaje encarnado por Humphrey Bogart han dormido juntos esa noche? Porque se miran durante unos segundos con amor y deseo, mientras anochece, y la siguiente escena nos muestra a él durmiendo aún con un rictus feliz, al amanecer, en una yacija donde claramente, hasta hace un momento, había otra persona, que no es sino ella que aparece en escena para llevarle un té mientras le dice, ruborizada, «toma, querido», en vez de tratarlo de usted como antes.

Eso es poesía, eso es Eros, eso es respetar la inteligencia del espectador y la grandeza de los personajes. No hay que mostrar al personaje yendo al baño ni lavándose los dientes ni retozando en la alcoba.

Homero también nos dice que Ulises yacía con Calipso (¿cómo decirle que no a una diosa?), pero no dedica ni un solo hexámetro a describirlo. Es como si nos dijera: «Total, ya se sabe, un hombre y una mujer en la cama hacen casi siempre lo mismo y, si no hacen lo mismo, tampoco es cuestión, oyentes míos, de ponerme de pronto morboso y describirlo con pelos y señales, porque eso o nos da hambre o nos da asco, según la hora del día, la edad y las circunstancias, y no son esas las sensaciones que quiero despertar en vosotros».

Dicho esto, también se han escrito poemas eróticos bellísimos, se han pintado cuadros eróticos deslumbrantes, incluso las estalactitas y las estalagmitas forman a veces acoplamientos de lo más imaginativos. Pero no son ideas de Príapo, sino que son todas ideas de Eros, que ama el arte y la belleza y revolotea a nuestro alrededor.

Siga revoloteando.

 

3 Respuestas a El siglo del sexo explícito

  1. Pingback: DlmChksy

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.